PROLOGO
De nuestra pobre y triste vida sólo tiene raíces de
poesía lo que arraiga en la frescura de nuestras impresiones infantiles. Y es por
ello que estas páginas de Ernesto Salcedo -mi maestro, mi
amigo- traen visiones, evocaciones que sacan la niñez y la juventud
a flor del alma.
Aquí, escritas con mano y corazón, las páginas de un maestro de
dignidad, de realidad, de elevación de espíritu. Ellas me han llevado a
primeras visiones de la mar -la mar, flor extendida de reposo, que dijo Neruda- y de aquellos
veleros, todos goletas y balandros, que tenían por sueño una victoria sobre
las olas. Con estos veleros -todos blancos de velas abiertas- los vapores empenachados de humo que con sus proas audaces
rompían la tierna corteza del Atlántico isleño y, paralelamente, la
blanca estampa marinera del «Ciudad de
Sevilla» con sus chimeneas adornadas
-sobre el bicolor de la
Transmediterránea- con el leve y rítmico respirar de
los motores.
A mordiscos de sal y espuma, la mar borra todas las estelas,
pero todas aquí renacen de la mano, del buen y bien escribir de
quien lo hace poniendo todo su corazón, toda su alma, en esta
historia del puerto de la ciudad que nació al filo de la ola, en
el color y calor del Atlántico. […]
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