martes, 14 de mayo de 2013

CHIQUILLOS DE LOS 40





PRESENTACIÓN
Existen algunas parcelas de la historia que no pueden ser escritas sino recurriendo al territorio de la memoria. Es una re­seña carente de acreditación documental y que se apoya de ma­nera casi exclusiva en las especiales vivencias de quien las rememora.
Las crónicas así elaboradas están impregnadas de sensa­ciones personales y de sentimientos que traspasan el sedimento que en el autor deja la experiencia personal, para convertirse en una representación de la memoria colectiva, en cuanto incorpo­ra la identificación de aquéllos que se sienten cercanos a los he­chos que se evocan.
Al afirmar esto podría parecer que lo que se escribe desde esa actitud se encuentra restringido al consumo de correligio­narios y coetáneos, alejando por tanto a las posteriores genera­ciones de cualquier complicidad en el entendimiento de lo rela­tado. Pero esto no es así en ningún caso, porque esta forma de prospección en los rincones del recuerdo, en los archivos del tiempo, registrado en el cerebro a través del filtro enjundioso de los sentidos y la autenticidad de la testificación directa, facilita sobremanera la reconstrucción de lo experimentado, incluso para los que no estuvieron presentes en el desarrollo de los hechos pero que, por el contrario, por medio de una escenificación ba­sada en la exposición literaria, reviven de forma virtual con el autor aquellas experiencias que la cronología no les permitió dis­frutar.
Chiquillos de los 40 no sólo es un reflejo auténtico de una época, es además un apabullante desgranar de datos, nombres y anécdotas que supera con creces lo que puede ofrecerse en una crónica al uso de una época histórica tan concreta. Porque lo que se reseña es la vida de la calle, hasta el punto de que en sus páginas se siente el bullicio que sus protagonistas dejaron entre los adoquines.
El autor no puede evadirse del tiempo en el que escribe, y del análisis que el mismo le obliga a mantener a través de un distanciamiento entre la actualidad y la época que evoca. Por ello es inevitable que aparezca constantemente la dicotomía de-mocracia-dictadura, libertades-sometimiento, bonanza económi-ca-carencia absoluta.
Pese a ello, expresa una profunda alegría y un patente op­timismo en la rememoración del periodo de la niñez y la prime­ra juventud; porque ese tiempo de la vida está pleno de felicidad aunque alrededor no exista más que miseria.
Gracias a la limpieza de esa primera etapa, nos hemos convertido de mayores en vehículos de libertad y de democracia y no en depositarios de rencores inútiles.
En Chiquillos de los 40 se cuentan un sin fin de anécdo­tas de grandes y de chicos, porque en las mataperrerías de los pequeños siempre están implícitos los mayores como destinata­rios finales de la broma, y todo el relato está salpicado hábil­mente de expresiones, oportunas en cada caso, que enriquecen sobremanera el lenguaje. Hasta alguna situación dramática está atemperada, suavizada y justificada, desde la óptica permisiva y bondadosa que envuelve a la niñez.
Es la crónica de un tiempo en el que el rigor de la ense­ñanza, uniformado por los cánticos en formación en los patios de los colegios, se ve dulcificado por la mano protectora del her­mano Ramón; en el que la dureza insoportable de los zapatos del "Curtido" se compensa por el placer de introducir su recie­dumbre en los abundantes charcos que la lluvia dejaba en las calles de La Laguna; en el que la pobreza nutriente de los platos que llegaban a las mesas se sustituye por el cariño y la imagina­ción culinaria de unas madres increíbles.
Mi generación coincide en parte con la de Antonio Gue­rra; yo también vi transcurrir mi infancia por los años cuarenta y pertenezco a aquellos jóvenes llamados de la sacarina, debido a la falta de azúcar en nuestra dieta. Hoy las cosas son bien dife­rentes: la sacarina es un protector recomendado contra las afec­ciones coronarias y la obesidad descontrolada, tan lejos de nues­tros valores culturales actuales; al afrecho se le llama salvado, y en lugar de ser alimento obligado de cerdos y gallinas, se vende en las herboristerías como remedio para el estreñimiento; la mo­jama, conocida entonces como el jamón de los pobres, supera hoy, en las tiendas de exquisiteces, los valores más altos del pata negra; y así un sin fin de cosas que nos han hecho recuperar engañosamente un tiempo pasado como algo lleno de bondades.
Como éramos la generación de la sacarina, es preciso con­tar una anécdota referente a la escasez de azúcar que ocurrió en el Ayuntamiento de La Laguna. Estando de alcalde Don Juan Benítez de Lugo, parece ser que una mujer fue a visitarle para pedirle un kilo de azúcar para la leche de un niño que tenía deli­cado. Don Juan le explicó por activa y por pasiva que eso no era cosa suya, que era asunto de la Junta de Abastos y que el Ayun­tamiento no disponía de tales facultades. La mujer insistió tanto que fue satisfecha con una recomendación en la que el alcalde escribió al dorso de una tarjeta suya el encargo de entregarle lo que solicitaba. Cuando el buen hombre llegó a su casa y pidió el café le contestaron: tendrás que tomarlo sin azúcar pues el últi­mo kilo que nos quedaba se lo dimos a una pobre señora que vino de tu parte.
Chiquillos de los 40 es la narración de una época difícil, de un tiempo malo como carne pescuezo, en palabras de Anto­nio Guerra, pero que los niños hicieron bueno, cosa que hoy nos recuerdan para nuestro consuelo y satisfacción.
Julio Fajardo



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