PRESENTACIÓN
Existen algunas parcelas de la historia que no pueden ser escritas
sino recurriendo al territorio de la memoria. Es una reseña carente de acreditación
documental y que se apoya de manera casi exclusiva en las especiales vivencias de
quien las rememora.
Las crónicas así elaboradas están impregnadas de sensaciones
personales y de sentimientos que traspasan el sedimento que en el autor deja la
experiencia personal, para convertirse en una representación de la memoria
colectiva, en cuanto incorpora la identificación de aquéllos que se sienten
cercanos a los hechos
que se evocan.
Al afirmar esto
podría parecer que lo que se escribe desde esa actitud se encuentra restringido al
consumo de correligionarios y coetáneos, alejando por tanto a las posteriores generaciones de cualquier complicidad
en el entendimiento de lo relatado. Pero esto no es así en ningún caso, porque esta forma de
prospección en los rincones del recuerdo, en los archivos del tiempo, registrado en el
cerebro a través del filtro enjundioso de los sentidos y la autenticidad de la
testificación directa, facilita sobremanera la reconstrucción de lo experimentado,
incluso para los
que no estuvieron presentes en el desarrollo de los hechos pero que, por el contrario,
por medio de una escenificación basada en la exposición literaria, reviven de forma
virtual con el autor
aquellas experiencias que la cronología no les permitió disfrutar.
Chiquillos de los 40 no sólo es un reflejo
auténtico de una época,
es además un apabullante desgranar de datos, nombres y anécdotas que supera con
creces lo que puede ofrecerse en una crónica al uso de una época histórica tan
concreta. Porque lo que se reseña es la vida de la calle, hasta el punto de que en sus
páginas se siente el bullicio que sus protagonistas dejaron entre los
adoquines.
El autor no puede
evadirse del tiempo en el que escribe, y del análisis que el mismo le obliga a
mantener a través de un distanciamiento entre la actualidad y la época que
evoca. Por ello es inevitable
que aparezca constantemente la dicotomía de-mocracia-dictadura, libertades-sometimiento,
bonanza económi-ca-carencia
absoluta.
Pese a ello,
expresa una profunda alegría y un patente optimismo en la rememoración del periodo de la
niñez y la primera
juventud; porque ese tiempo de la vida está pleno de felicidad aunque alrededor no exista más
que miseria.
Gracias
a la limpieza de esa primera etapa, nos hemos convertido de mayores en vehículos de
libertad y de democracia y no en depositarios de rencores inútiles.
En Chiquillos
de los 40 se cuentan un sin fin de anécdotas de grandes y de chicos, porque en las
mataperrerías de los pequeños siempre están implícitos los mayores como destinatarios finales de la broma, y
todo el relato está salpicado hábilmente de expresiones, oportunas en cada caso, que
enriquecen sobremanera el
lenguaje. Hasta alguna situación dramática está atemperada, suavizada y justificada, desde la
óptica permisiva y bondadosa que envuelve a la niñez.
Es la crónica de
un tiempo en el que el rigor de la enseñanza, uniformado por los cánticos en
formación en los patios de los colegios, se ve dulcificado por la mano protectora del hermano Ramón; en el que la
dureza insoportable de los zapatos del "Curtido" se compensa por el placer de
introducir su reciedumbre en los abundantes charcos que la lluvia dejaba en las calles de La Laguna; en el que
la pobreza nutriente de los platos que llegaban a las mesas se sustituye por el
cariño y la imaginación culinaria de unas madres increíbles.
Mi generación
coincide en parte con la de Antonio Guerra; yo también vi transcurrir mi
infancia por los años cuarenta y pertenezco a aquellos jóvenes llamados de la
sacarina, debido a la falta de azúcar en nuestra dieta. Hoy las cosas son bien
diferentes: la sacarina es un protector recomendado contra las afecciones coronarias y la
obesidad descontrolada, tan lejos de nuestros valores culturales actuales; al afrecho
se le llama salvado, y en lugar de ser alimento obligado de cerdos y gallinas,
se vende en las
herboristerías como remedio para el estreñimiento; la mojama, conocida entonces como el
jamón de los pobres, supera hoy, en las tiendas de exquisiteces, los valores más altos del pata negra; y así un sin fin de
cosas que nos han hecho recuperar engañosamente un tiempo pasado como algo lleno de
bondades.
Como éramos la
generación de la sacarina, es preciso contar una anécdota referente a la escasez de
azúcar que ocurrió en el Ayuntamiento de La Laguna. Estando de alcalde Don Juan
Benítez de Lugo,
parece ser que una mujer fue a visitarle para pedirle un kilo de azúcar para la leche de un
niño que tenía delicado. Don Juan le explicó por activa y por pasiva que eso no era cosa suya, que era asunto de la
Junta de Abastos y que el Ayuntamiento no disponía de tales facultades. La
mujer insistió tanto que fue satisfecha con una recomendación en la que el alcalde escribió
al dorso de una tarjeta suya el encargo de entregarle lo que solicitaba. Cuando el buen
hombre llegó a su casa y pidió el café le contestaron: tendrás que tomarlo sin azúcar
pues el último
kilo que nos quedaba se lo dimos a una pobre señora que vino de tu parte.
Chiquillos de los 40 es la narración de una época difícil, de un tiempo
malo como carne pescuezo, en palabras de Antonio Guerra, pero que los niños hicieron
bueno, cosa que hoy nos recuerdan para nuestro consuelo y satisfacción.
Julio Fajardo
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