PROLOGO
A la sombra de un viejo nisperero, que ahora mismo
está perdiendo las hojas, leí este libro. No lo
quise hacer a la sombra de una higuera
porque bien sabe Carlos, que es médico, que ésta es mala para la salud del hombre.
Lo leí despacio, en este otoño cálido que más parece
una prolongación del verano, porque bien sabía yo que iba a llover.
Las páginas de La Ciudad de Carlos García me
llenaron de inquietudes porque, no en
vano, ya tenía noticias de su contenido, no
porque alguien me lo hubiera contado, que eso no puede permitirse, sino porque los dos hemos bebido en las mismas fuentes populares.
Me apasiona la figura de Amaro Pargo -Amaro de
nombre y Pargo de apellido por la similitud en el arte de huir rápidamente del enemigo como el pez-, que llenó de muchos
sueños infantiles en Punta del Hidalgo,
mientras el sol calaba en mis cascos obligando a mi abuela a repetir el rito y
el rezo de quitar el sol.
Se adentra Carlos en el mundo para mí apasionante de
las palabras usadas por los isleños en su
lenguaje cotidiano y que se van perdiendo
-¿cuándo, cuándo la Academia Canaria de la Lengua?- en la homogeneización cotidiana de las teúves nacionales.
Y como es médico, curioso del pasado, se adentra en
las tradiciones isleñas de los curanderos e
intenta profundizar en el rezo y en el rito para quitar el mal de
ojo golfo que daña a los niños y a los
animales hermosos.
Tengo que decirle, aunque estoy seguro de que él lo
sabe, que el mal de ojo se evita poniéndole al niño
la camiseta al revés o un lacito rojo
bien visible.
Y para el "malhecho", que eso no lo cura ese otro personaje de su libro que es el Médico Chino, si no se
tiene una cruz de pelo en el pecho, hay que
darle vuelta a la pretina de los calzoncillos ante la presencia de la bruja u hombre malhechor.
Con todo esto quiero decir que me metí en el libro y
que me fui de fuga el día de San Diego, que
"usos y costumbres no se han de
quitar". Y recorrí sus mismos caminos pisoteando charcos y pedruscos de la historia y del presente.
Carlos también es folklórico, y lo demuestra en sus
crónicas, que para algo también es sabandeño, y
hombre curioso por el pasado como lo soy yo, y amigo de exprimir al que algo
sabe para después contarlo.
A la sombra del viejo nisperero leí el libro de un
tirón, y me enteré de muchas cosas que él ha ido desmenuzando con paciencia y con pasión, datos que creía perdidos y
que alguna memoria isleña conserva en ese
gran archivo que es el campo, que es la calle, que es el hombre y la mujer de
la isla que algo saben y algo cuentan.
Carlos García se pone de nuevo en contacto con sus
lectores en breves y apasionantes historias, de
las que a mí me gustan. De las que han
dejado huella en el pasado hasta proyectarse ahora mismo en las páginas blancas de este libro.
Un
leve chipi-chipi me obligó a cerrar sus páginas. Un suave aguacero cayó sobre la isla. El Teide por la mañana había mostrado
un gorrito invernal. Yo sabía que iba a llover, pero la tentación del sol era demasiado fuerte. Y también
la tentación de leer un libro capaz
de agarrarme por la camisa y dejarme atado a sus páginas.
Cuando el Teide tiene toga y el Roque bruma montera llueve aunque Dios
no quiera.
Hoy he tenido el
placer de ver llover de nuevo sobre la isla y de leer La Ciudad de Carlos García. Ha sido un bonito día.
GILBERTO
ALEMÁN
Premio
Canarias de Comunicación 1994
No hay comentarios:
Publicar un comentario