jueves, 9 de mayo de 2013

LA CIUDAD: RELATOS DE HISTORICOS Y TRADIIONALES DE LA LAGUNA






PROLOGO
A la sombra de un viejo nisperero, que ahora mismo está perdiendo las hojas, leí este libro. No lo quise hacer a la sombra de una higuera porque bien sabe Carlos, que es médico, que ésta es mala para la salud del hombre.
Lo leí despacio, en este otoño cálido que más parece una prolongación del verano, porque bien sabía yo que iba a llover.
Las páginas de La Ciudad de Carlos García me llenaron de inquietudes porque, no en vano, ya tenía noticias de su conte­nido, no porque alguien me lo hubiera contado, que eso no pue­de permitirse, sino porque los dos hemos bebido en las mismas fuentes populares.
Me apasiona la figura de Amaro Pargo -Amaro de nombre y Pargo de apellido por la similitud en el arte de huir rápidamen­te del enemigo como el pez-, que llenó de muchos sueños infan­tiles en Punta del Hidalgo, mientras el sol calaba en mis cascos obligando a mi abuela a repetir el rito y el rezo de quitar el sol.
Se adentra Carlos en el mundo para mí apasionante de las palabras usadas por los isleños en su lenguaje cotidiano y que se van perdiendo -¿cuándo, cuándo la Academia Canaria de la Len­gua?- en la homogeneización cotidiana de las teúves nacionales.
Y como es médico, curioso del pasado, se adentra en las tradiciones isleñas de los curanderos e intenta profundizar en el rezo y en el rito para quitar el mal de ojo golfo que daña a los niños y a los animales hermosos.
Tengo que decirle, aunque estoy seguro de que él lo sabe, que el mal de ojo se evita poniéndole al niño la camiseta al revés o un lacito rojo bien visible.
Y para el "malhecho", que eso no lo cura ese otro persona­je de su libro que es el Médico Chino, si no se tiene una cruz de pelo en el pecho, hay que darle vuelta a la pretina de los calzon­cillos ante la presencia de la bruja u hombre malhechor.
Con todo esto quiero decir que me metí en el libro y que me fui de fuga el día de San Diego, que "usos y costumbres no se han de quitar". Y recorrí sus mismos caminos pisoteando char­cos y pedruscos de la historia y del presente.
Carlos también es folklórico, y lo demuestra en sus cróni­cas, que para algo también es sabandeño, y hombre curioso por el pasado como lo soy yo, y amigo de exprimir al que algo sabe para después contarlo.
A la sombra del viejo nisperero leí el libro de un tirón, y me enteré de muchas cosas que él ha ido desmenuzando con paciencia y con pasión, datos que creía perdidos y que alguna memoria isleña conserva en ese gran archivo que es el campo, que es la calle, que es el hombre y la mujer de la isla que algo saben y algo cuentan.
Carlos García se pone de nuevo en contacto con sus lecto­res en breves y apasionantes historias, de las que a mí me gustan. De las que han dejado huella en el pasado hasta proyectarse aho­ra mismo en las páginas blancas de este libro.
Un leve chipi-chipi me obligó a cerrar sus páginas. Un suave aguacero cayó sobre la isla. El Teide por la mañana había mostrado un gorrito invernal. Yo sabía que iba a llover, pero la tentación del sol era demasiado fuerte. Y también la tentación de leer un libro capaz de agarrarme por la camisa y dejarme atado a sus páginas.
Cuando el Teide tiene toga y el Roque bruma montera llueve aunque Dios no quiera.
Hoy he tenido el placer de ver llover de nuevo sobre la isla y de leer La Ciudad de Carlos García. Ha sido un bonito día.
GILBERTO ALEMÁN
Premio Canarias de Comunicación 1994

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