sábado, 11 de mayo de 2013

ESTAMPAS ISLEÑAS





prólogo
canarias en el mundo
Cinco siglos no bastan para salir del asombro. Tal ocurre con el papel providencial de estas Islas en acontecimientos que cambiaron el curso de la historia. La sorprendente participación de Canarias en la historia del mundo y sus sucesivas apariciones en escena, en momentos sin duda significativos, desmienten su ostracismo y retraimiento. Se trata de oponer la buena a la mala fama, de poner las pruebas sobre la mesa y de salvar el prestigio. A las Islas lo que las marginó siempre es la desinformación his­tórica, con la complicidad de amanuenses interesados; de ahí los continuos esfuerzos recordatorios que salen a la luz, bajo los que late un deseo reivindicativo frente a esa desmemoria, y a tal em­peño se suma este libro evocador como toque de atención.
La secuencia americana de Canarias (la conexión interna­cional más relevante de las Islas), desde su aportación genética al descubrimiento y colonización, que determinó una relación de fidelidad hasta nuestros días, pasó desapercibida abruptamente en 1992. Ciertos silencios clamorosos como ése se conservan desordenados en el trastero de la historia hasta que algún desenterrador bienintencionado (bieninformado) se entregue, en cualquier momento, a la noble tarea de enmendar olvidos.
El autor de las páginas de esta obra hace un meritorio in­ventario de hechos que le legitima a agitar una conjetura: ¿Por qué seguir hablando, en nuestro caso, de la hispanidad y no, por fin, de la canariedad de América?
Tan hondo es ese pozo de vínculos entre las dos orillas, tal el mestizaje que se fraguó desde el primer canario que zarpó de La Gomera con Colón, tan vasta la huella isleña a lo largo y ancho de ese continente y tan profundas nuestras raíces en las ciudades americanas que fueron fundadas épicamente por nues­tros paisanos, que la sugerente propuesta de Carlos García no debiera caer en saco roto.
Hágase constar que las venas de América dan fe del tribu­to en sangre de Canarias desde el siglo XVII, en virtud del cual cinco familias engrosaban su poblamiento por cada cien nuevas toneladas de exportación. Las subsiguientes oleadas migratorias no hicieron sino ahondar en la idiosincrasia que habría de for­marse al socaire de aquella decisiva influencia canaria. Hoy, a causa de ese cruce cultural fuera de toda duda, podemos estable­cer rasgos comunes de una latente personalidad latinoamerica­na.
Los grandes hitos de esta comunidad pequeña e isleña -vertidos hábilmente por el autor para amansar la sed de identi­dad- conforman el rasgo más perseverante de nuestra biografía como pueblo: la apertura al exterior. Sin embargo, decir que las Islas han vivido quinientos años abiertas al mundo -y más de dos mil bajo la atenta mirada del mundo- sigue siendo una tarea pertinente, en aras de desautorizar la creencia de que el canario es alguien condenado vitaliciamente al atraso.
Decíamos que aún hoy nos admira la epopeya de Cana­rias, aquella predisposición a poner la tierra y el mar para los barcos y a ofrecer sus propios brazos para levantar civilizacio­nes. Pocos pueblos como el nuestro han protagonizado grandes trasvases humanos a través de largas distancias y han recibido, a su vez, el frecuente contacto de culturas ajenas. De ese toma y daca somos herederos, en definitiva. Tanto como deudores de una posición determinada en el mapa, que nos sitúa selectamente entre Europa, África y América, un lugar sólo comparable con lo que sería un palco en el teatro de la historia.
Ocupar un sitio en la geografía, cualquiera que fuese, tie­ne una gran importancia en la historia de un pueblo, pero que ese lugar radique justo en el antiguo límite del mundo conocido y que más tarde abra paso a un mundo nuevo, reviste tal trascen­dencia que la historia de ese pueblo es ya la historia de un espa­cio único. A Canarias le correspondió en suerte ese destino ex­cepcional en lo geográfico que, a pesar de que no le haya salido muy rentable en términos de posteridad, sí le ha generado venta­jas de tipo comercial, cultural y turístico con el paso del tiempo. En la balanza que mida la celebridad de los pueblos, cabría po­ner a discutir si más gloria universal que el descubrimiento mis­mo de estas Islas por el genovés Lanceloto Malocello (1312), no le haya reportado a nuestro Archipiélago en los días de la anti­güedad la mera sospecha mitológica de su existencia.
Las reflexiones de Carlos García se arropan con datos de su ansiosa búsqueda de la identidad de Canarias. Es un libro de gran aliento divulgador que está escrito dando vueltas a una idea prominente, el lugar de Canarias en el mundo, y por ello este libro circular va recogiendo como el viento todo lo que encuen­tra por el camino; los mitos, las fiestas, la música, la historia y, cómo no, América; todo ello gira en el molino sin aspas de este libro, que, como en una de las coplas del autor, grita en el campo a lo lejos para que el aire le sople y al pasar todos lo miren.
Carmelo Martín

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