prólogo
canarias
en el mundo
Cinco siglos no bastan para salir del asombro. Tal
ocurre con el papel providencial de estas Islas en acontecimientos que
cambiaron el curso de la historia. La sorprendente participación de Canarias en la historia del mundo y sus sucesivas
apariciones en escena, en momentos sin duda
significativos, desmienten su ostracismo y
retraimiento. Se trata de oponer la buena a la mala fama, de poner las pruebas sobre la mesa y de salvar el prestigio. A las Islas lo que las marginó siempre es la
desinformación histórica, con la
complicidad de amanuenses interesados; de ahí los continuos esfuerzos recordatorios que salen a la luz, bajo los que late un deseo reivindicativo frente a esa
desmemoria, y a tal empeño se suma este
libro evocador como toque de atención.
La secuencia americana de Canarias (la conexión
internacional más relevante de las
Islas), desde su aportación genética al
descubrimiento y colonización, que determinó una relación de fidelidad hasta nuestros días, pasó
desapercibida abruptamente en 1992.
Ciertos silencios clamorosos como ése se conservan desordenados en el trastero de la historia hasta
que algún desenterrador
bienintencionado (bieninformado) se entregue, en cualquier momento, a la noble tarea de enmendar olvidos.
El autor de las páginas de esta obra hace un meritorio inventario de hechos que le legitima a agitar una
conjetura: ¿Por qué seguir hablando, en nuestro
caso, de la hispanidad y no, por fin, de la canariedad de América?
Tan hondo es ese pozo de vínculos entre las dos
orillas, tal el mestizaje que se fraguó
desde el primer canario que zarpó de La Gomera con
Colón, tan vasta la huella isleña a lo largo y ancho de ese continente y tan profundas nuestras raíces en las ciudades
americanas que fueron fundadas épicamente por nuestros paisanos, que la
sugerente propuesta de Carlos García no debiera
caer en saco roto.
Hágase constar que las venas de América dan fe del
tributo en sangre de Canarias desde el siglo XVII, en virtud del cual cinco familias engrosaban su poblamiento por cada cien nuevas toneladas de exportación. Las subsiguientes oleadas
migratorias no hicieron sino ahondar en la
idiosincrasia que habría de formarse al
socaire de aquella decisiva influencia canaria. Hoy, a causa de ese cruce cultural fuera de toda duda,
podemos establecer rasgos comunes de una
latente personalidad latinoamericana.
Los
grandes hitos de esta comunidad pequeña e isleña -vertidos hábilmente por el autor para amansar la sed de identidad-
conforman el rasgo más perseverante de nuestra biografía como pueblo: la
apertura al exterior. Sin embargo, decir que las Islas han vivido quinientos años abiertas al mundo -y más de dos mil bajo la atenta mirada del mundo- sigue
siendo una tarea pertinente, en aras de desautorizar la creencia de que el
canario es alguien condenado
vitaliciamente al atraso.
Decíamos que aún hoy nos admira la epopeya de Canarias,
aquella predisposición a poner la tierra y el mar para los barcos y a ofrecer
sus propios brazos para levantar civilizaciones. Pocos pueblos como el nuestro han protagonizado grandes trasvases humanos a través de largas distancias y
han recibido, a su vez, el frecuente contacto
de culturas ajenas. De ese toma y daca somos herederos, en definitiva. Tanto
como deudores de una posición determinada en el
mapa, que nos sitúa selectamente entre Europa, África y América, un lugar sólo
comparable con lo que sería un palco en el
teatro de la historia.
Ocupar un sitio en la geografía, cualquiera que fuese, tiene
una gran importancia en la historia de un pueblo, pero que ese lugar radique justo en el antiguo límite del
mundo conocido y que más tarde abra
paso a un mundo nuevo, reviste tal trascendencia que la historia de ese pueblo es ya la historia de un espacio
único. A Canarias le correspondió en suerte ese destino excepcional en lo
geográfico que, a pesar de que no le haya salido muy rentable en términos de posteridad, sí le ha generado ventajas de
tipo comercial, cultural y turístico con el paso del tiempo. En la balanza que mida la celebridad de los
pueblos, cabría poner a discutir si más gloria universal que el descubrimiento
mismo de estas Islas por el genovés
Lanceloto Malocello (1312), no le
haya reportado a nuestro Archipiélago en los días de la antigüedad la mera
sospecha mitológica de su existencia.
Las reflexiones de Carlos García se arropan con
datos de su ansiosa búsqueda de la
identidad de Canarias. Es un libro de gran aliento divulgador que está escrito dando vueltas a una idea prominente,
el lugar de Canarias en el mundo, y por ello este libro circular va recogiendo como el viento todo lo que encuentra por
el camino; los mitos, las fiestas, la música, la historia y, cómo no, América;
todo ello gira en el molino sin aspas de este libro, que, como en una de las coplas del autor, grita en el campo a lo lejos para que el aire le sople y al pasar
todos lo miren.
Carmelo Martín
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