Se repite con frecuencia que la ciudad tiene la más
potente capacidad para transformar el paisaje
natural. Estas páginas, en las que CONSTANTINO CRIADO describe el proceso de antropización de la laguna en cuyo borde
se fundó la villa de San Cristóbal, son una
prueba más de ello.
Durante un prolongado período de su historia, la ciudad de La Laguna
formó parte del grupo muy numeroso de
aquéllas cuya relación con un paisaje del agua está en su origen y desarrollo. En especial en las regiones
áridas y semiáridas la necesidad de agua antecede
a cualquier otra condición para decidir el emplazamiento donde ha de desarrollarse el núcleo poblacional que se funda; y
aquella lámina de agua, ocupando el centro del amplio llano de Agüere era
cuanto menos un signo de fuentes cercanas y de lluvia. En otro lugar he
indicado que las condiciones climáticas y edáficas del altiplano de La Laguna
debieron ser factores tenidos en cuenta por los castellanos para establecer en él la capital de Tenerife.
A partir de la explicación de los procesos
hidrológicos a los que se debió la formación de la laguna, CONSTANTINO CRIADO va hilvanando la historia de la
laguna entre los siglos XV al XIX. Mediante un refinado procedimiento topográfico
determina, en primer lugar, la localización
exacta y la amplitud de la zona inundada y, recurriendo a cálculos de eva-potranspiración, establece cuál sería su profundidad
actual. Con ello, justifica, al tiempo las diferencias de contorno y perímetro que le atribuyen las primeras
descripciones.
BREVE E INCOMPLETA
HISTORIA...
Los
datos que C. CRIADO toma para finales del siglo XV, que atribuye a una fuente común le permiten deducir que la laguna se
mantenía hasta las primaveras y estaba rodeada
de un bosque pluriespecífico abierto, envuelto en su exterior por un monteverdc
espeso que cubría los relieves que flanquean la vega por el norte.
En el siglo XVI, acompañando a la mengua de su profundidad, este
humedal tuvo función de abrevadero común
para una cabana abundante, bovina sobre todo; de ahí el interés del Cabildo en mantenerlo mediante dragados, represamientos y
desvíos de agua hacia el lecho. Pero la reducción de su capacidad de embalse a la que no es ajena la
deforestación, es ya un proceso
ineluctable. Así, la laguna de los castellanos, que quedará unida al nombre de la ciudad en fecha no precisa pocos años después de
su fundación, va a desaparecer del paisaje
al tiempo que aquélla crece y se desarrolla.
A la transformación de ese paisaje que la laguna
presidía colabora muy pronto un movimiento de usurpación de tierras cuya
roturación degrada la vegetación natural. Kn adelante, las noticias acerca de la laguna comienzan a escasear; son,
además, poco precisas, pero confirman
su existencia aún en los primeros años del siglo XVIII. Por
entonces ya ha reducido considerablemente
su perímetro y derivará, al paso de algún tiempo más,
salvo en años de excepcionales crecidas consecuencia de lluvias intensas, a un
conjunto de marjales discontinuos.
Llega, pues, la laguna al siglo XIX en la imagen de ese humedal que acaba por ser desecada mediante drenaje, después de lo cual se amplía,
ocupando los antiguos dominios de la laguna, una notable actividad agrícola de
huerta y cultivos de secano que hoy ceden su
lugar a los procesos urbanizadores que transforman la fisonomía y función de la periferia inmediata de la ciudad.
Rescata C. CRIADO, hasta donde le permite el aparato
documental que mana de muy diversas
fuentes, la historia de la laguna que, como la propia vega, una parte de la
cual cubrió bajo sus aguas, fue uno de los vínculos que la vieja ciudad
estableció con el entorno natural en el que se
fundara. Difícilmente se pueden encontrar ahora huellas directas y visibles de aquel paisaje pero estas
páginas son una excelente guía para encontrarnos con este capítulo del pasado de La Laguna.
ramón pére/ con/ai,i:/. Julio de 2001
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