miércoles, 8 de mayo de 2013

LA PALMA: SOCIEDAD, EDUCACION Y CULTURA




PROLOGO
La Educación y las instituciones educativas constituyen un componente pri­mordial de la sociedad contemporánea. La implantación y evolución interna de los regímenes políticos liberales y el desarrollo de la sociedad industrial y capita­lista llevan aparejada, como se sabe, la generalización paulatina de la enseñanza, que pronto se convierte en obligatoria en sus niveles inferiores y que tiende a in­corporar a la totalidad de la población infantil. La proyección práctica del ideario de la Ilustración, las necesidades que el nuevo aparato productivo tiene de mano de obra cualificada y las propias exigencias de los grupos sociales no dominantes propician este progreso contemporáneo de la educación.
Simultáneamente, además, la educación y la actividad educativa se convier­ten en un campo privilegiado de disputa entre las diferentes opciones político-ideológicas que operan en el interior de la sociedad. Y ello por una razón obvia: porque se atribuye a la educación un papel relevante en la configuración general de la sociedad. Para el conservadurismo político y social, la educación es un me­dio precioso de afirmación de la cohesión y del orden sociales; para el reformis-mo o el revolucionarismo, un medio igualmente eficaz de transformación de la sociedad.
Es por ello que la historia de la educación ha de consistir, inexorablemente, en el análisis de la interacción constante entre la actividad educativa y el contex­to social en que está inserta. Sólo de éste modo podrán hacerse inteligibles las in­flexiones, los cambios, los perfiles y los conflictos internos de los modelos y prácticas educativos.
Este es el marco teórico, de referencia general en que se inscribe la investi­gación de Manuel Ferraz Lorenzo sobre la evolución de la actividad educativa en el Estado Español, en Canarias y, particularmente, en la isla de La Palma durante el primer tercio del siglo XX y, de manera especial, durante el breve pero intenso período de la II República.

En efecto, la obra pone de manifiesto dos cosas. La primera, que la evolu­ción del sistema educativo, de la discusión pedagógica y de la práctica docente está estrechamente imbricada con el desenvolvimiento social y el acontecer polí­tico de ese período histórico. La segunda, que la educación es un campo funda­mental de disputa ideológica, política y cultural entre el liberalismo conservador y el regeneracionismo reformista. Durante los largos períodos de hegemonía so­cial y política del primero, imperan el tradicionalismo pedagógico y la insuficien­cia de medios. Cuando, con la implantación del régimen republicano, el segundo dispone de una efímera e inestable oportunidad de materializarse en política edu­cativa oficial, la atención al analfabetismo secular, la renovación pedagógica y el esfuerzo de mejora infraestructural conmocionan en su integridad el edificio edu­cativo español, canario y, por supuesto, palmero.
Como dijimos, la oposición reformista al liberalismo conservador atribuye a la educación y a la cultura un papel relevante en la transformación de la socie­dad. Heredera del discurso y del proyecto de la Ilustración, aspira a la instaura­ción de una sociedad cimentada sobre bases racionales, es decir, constituida por individuos con capacidad plena para participar en su organización efectiva. La educación y la culturización son los medios idóneos para dotar a los individuos de esa capacidad y, por tanto, para propiciar la instauración de un orden social diferente. Con apremiante rotundidad lo expresó ese representante señero del re­generacionismo español que fue Manuel Azaña: «El único medio de que la masa general de la nación adquiera un conocimiento exacto de sus necesidades reales, de los obstáculos que se oponen a su satisfacción y de los medios útiles de remo­verlos, es una instrucción, una enseñanza bien orientada y firmemente dada des­de la escuela hasta la Universidad.»
Es esta concepción -apresuradamente definida- la que nutre al regenera­cionismo español decimonónico, la que se encarna en la Institución Libre de Enseñanza y la que ocupa un lugar preponderante en el programa político del re­publicanismo reformista. Condenada a la disidencia durante el período restau-racionista, constituye el nutriente intelectual y humano de la II República, mo­mento en que cristaliza en una reforma educativa preñada de laicismo, de racionalismo y de afán emancipador. Una concepción de la que están impregna­das, además, las diversas corrientes del movimiento obrero (socialistas, anarquis­tas o comunistas), que atribuyen igualmente a la educación un papel relevante en el cambio social.
Por ello, como bien expone Manuel Ferraz Lorenzo, la II República -con el acceso al Gobierno del republicanismo y merced a su legislación reformadora-establece las condiciones para que se produzca la explosión creadora de unos im­pulsos regeneracionistas en el campo educativo hasta ese momento postergados, ahogados por la hegemonía del liberalismo conservador.


Es esta dialéctica secular entre conservadurismo y reformisrno republicano la que determina las pautas de la evolución de la educación en Canarias durante el primer tercio de nuestro siglo. También en el Archipiélago, el advenimiento de la legalidad republicana otorga primacía a un regeneracionismo educativo que experimenta un auge que, aunque efímero, se traduce en una apreciable renova­ción de los métodos de enseñanza, en una mejora ostensible de la infraestructura escolar y en una revitalización sin precedentes de la discusión pedagógica, didác­tica y teórica. La sindicación de los enseñantes, la proliferación de publicaciones y debates públicos o el estrecho maridaje entre práctica educativa y activismo político son, asimismo, otros tantos componentes naturales del mismo proceso de alteración del paisaje educativo insular.
Durante la II República, la vida política, social y cultural de Canarias se in­tensifica notablemente. La confrontación de ideas y de proyectos políticos, la reactivación del movimiento obrero y de sus organizaciones partidarias o el flo­recimiento de iniciativas culturales y artísticas, crean el clima idóneo para la ex­pansión de propuestas educativas hasta ese momento encorsetadas por el Estado liberal conservador de la Restauración o por el anquilosado régimen primorrive-rista.
Esto es particularmente cierto en el caso de La Palma, isla en la que el cam­bio social, político y cultural operado durante el período republicano es quizás más profundo que en cualquier otro lugar del Archipiélago. En el seno de una so­ciedad tradicionalmente habitada por activos núcleos reformistas, laicizantes y hasta librepensadores, el reformisrno republicano y la corriente comunista se ex­panden vigorosamente a partir de 1930, dando aliento a proyectos educativos que remueven los cimientos de la sociedad palmera. De este modo, junto a los efectos de la política educativa gubernamental (patente, sobre todo, en la creación y do­tación de nuevas escuelas), la actividad docente y la reflexión pedagógica de al­gunos enseñantes se convierten en factores primordiales de la modernización educativa de la Isla. Es eso lo que justifica que Manuel Ferraz Lorenzo conceda un generoso espacio a tres de los exponentes más destacados del magisterio pal­mero del momento: Juan B. Hernández Hernández, José Miguel Pérez Pérez y Domingo González Cabrera. Cada uno de ellos encarna una variante de ese to­rrente regeneracionista que atribuye a la Escuela una función crucial en la reor­denación de la sociedad y que tras decadas de lánguido discurrir desemboca a borbotones en el escenario republicano.
En el ocaso del paréntesis republicano se hará patente, de manera particular­mente precisa y acuciante, esa dimensión social de la educación en la que hemos hecho hincapié y que constituye la brújula teórica y el hilo conductor de la obra de Manuel Ferraz Lorenzo. Tras el golpe de estado de 1936, la Educación se con­vierte de nuevo en agitado campo de batalla ideológico y político. El restableci-[…]


No hay comentarios:

Publicar un comentario