PROLOGO
La Educación y las
instituciones educativas constituyen un componente primordial
de la sociedad contemporánea. La implantación y evolución interna de los regímenes políticos liberales y el desarrollo
de la sociedad industrial y capitalista
llevan aparejada, como se sabe, la generalización paulatina de la enseñanza,
que pronto se convierte en obligatoria en sus niveles inferiores y que tiende a
incorporar a la totalidad de la población infantil. La proyección práctica del
ideario de la Ilustración, las necesidades que el nuevo aparato
productivo tiene de mano de obra cualificada
y las propias exigencias de los grupos sociales no dominantes propician este progreso contemporáneo de la
educación.
Simultáneamente, además, la
educación y la actividad educativa se convierten en un campo privilegiado de disputa entre las diferentes opciones
político-ideológicas que operan en el interior de la
sociedad. Y ello por una razón obvia: porque
se atribuye a la educación un papel relevante en la configuración general de la
sociedad. Para el conservadurismo político y social, la educación es un medio
precioso de afirmación de la cohesión y del orden sociales; para el reformis-mo o el revolucionarismo, un medio igualmente
eficaz de transformación de la sociedad.
Es por ello que la historia de
la educación ha de consistir, inexorablemente, en el análisis de la interacción
constante entre la actividad educativa y el contexto social en que está inserta. Sólo de éste modo podrán hacerse
inteligibles las inflexiones, los
cambios, los perfiles y los conflictos internos de los modelos y prácticas educativos.
Este es el marco teórico, de
referencia general en que se inscribe la investigación de Manuel Ferraz
Lorenzo sobre la evolución de la actividad educativa en el Estado Español, en
Canarias y, particularmente, en la isla de La Palma durante el primer tercio del siglo XX y, de manera especial, durante el breve pero intenso
período de la II República.
En efecto, la obra pone de manifiesto dos cosas. La
primera, que la evolución del sistema educativo, de la discusión pedagógica y
de la práctica docente está estrechamente
imbricada con el desenvolvimiento social y el acontecer político de ese
período histórico. La segunda, que la educación es un campo fundamental de
disputa ideológica, política y cultural entre el liberalismo conservador y el regeneracionismo reformista. Durante los
largos períodos de hegemonía social
y política del primero, imperan el tradicionalismo pedagógico y la insuficiencia de medios. Cuando, con la implantación del
régimen republicano, el segundo dispone de una efímera e inestable oportunidad
de materializarse en política educativa oficial, la atención al analfabetismo
secular, la renovación pedagógica y el esfuerzo
de mejora infraestructural conmocionan en su integridad el edificio educativo español, canario y, por supuesto, palmero.
Como dijimos, la oposición
reformista al liberalismo conservador atribuye a la educación y a
la cultura un papel relevante en la transformación de la sociedad. Heredera
del discurso y del proyecto de la Ilustración, aspira a la instauración de una sociedad cimentada sobre bases
racionales, es decir, constituida por individuos con capacidad plena
para participar en su organización efectiva. La educación y la culturización
son los medios idóneos para dotar a los individuos de esa capacidad y, por
tanto, para propiciar la instauración de un orden social diferente. Con apremiante rotundidad lo expresó
ese representante señero del regeneracionismo español que fue Manuel Azaña:
«El único medio de que la masa general de la nación adquiera un conocimiento
exacto de sus necesidades reales, de los obstáculos que se oponen a su satisfacción
y de los medios útiles de removerlos, es una instrucción, una enseñanza bien
orientada y firmemente dada desde la escuela hasta la Universidad.»
Es esta concepción -apresuradamente definida- la que
nutre al regeneracionismo español decimonónico, la que se encarna en la
Institución Libre de Enseñanza y la que
ocupa un lugar preponderante en el programa político del republicanismo
reformista. Condenada a la disidencia durante el período restau-racionista,
constituye el nutriente intelectual y humano de la II República, momento en que cristaliza en una reforma educativa
preñada de laicismo, de racionalismo
y de afán emancipador. Una concepción de la que están impregnadas, además, las
diversas corrientes del movimiento obrero (socialistas, anarquistas o
comunistas), que atribuyen igualmente a la educación un papel relevante en el cambio social.
Por ello, como bien expone
Manuel Ferraz Lorenzo, la II República -con el acceso
al Gobierno del republicanismo y merced a su legislación reformadora-establece las condiciones para que se produzca la
explosión creadora de unos impulsos
regeneracionistas en el campo educativo hasta ese momento postergados, ahogados
por la hegemonía del liberalismo conservador.
Es esta dialéctica secular entre conservadurismo y
reformisrno republicano la que determina las pautas de la evolución de la
educación en Canarias durante el primer
tercio de nuestro siglo. También en el Archipiélago, el advenimiento de la
legalidad republicana otorga primacía a un regeneracionismo educativo que
experimenta un auge que, aunque efímero, se traduce en una apreciable renovación de los métodos de enseñanza, en una mejora
ostensible de la infraestructura escolar
y en una revitalización sin precedentes de la discusión pedagógica, didáctica y teórica. La sindicación de los enseñantes,
la proliferación de publicaciones y
debates públicos o el estrecho maridaje entre práctica educativa y activismo político son, asimismo, otros tantos componentes
naturales del mismo proceso de alteración
del paisaje educativo insular.
Durante la II República, la vida política, social y cultural de
Canarias se intensifica notablemente. La
confrontación de ideas y de proyectos políticos, la reactivación del
movimiento obrero y de sus organizaciones partidarias o el florecimiento de iniciativas culturales y
artísticas, crean el clima idóneo para la expansión de propuestas educativas
hasta ese momento encorsetadas por el Estado liberal conservador de la
Restauración o por el anquilosado régimen primorrive-rista.
Esto es particularmente cierto
en el caso de La Palma, isla en la que el cambio social, político y cultural operado durante el período republicano
es quizás más profundo que en cualquier
otro lugar del Archipiélago. En el seno de una sociedad
tradicionalmente habitada por activos núcleos reformistas, laicizantes y hasta librepensadores, el reformisrno republicano
y la corriente comunista se expanden vigorosamente a partir de 1930, dando
aliento a proyectos educativos que remueven
los cimientos de la sociedad palmera. De este modo, junto a los efectos de la política educativa gubernamental (patente,
sobre todo, en la creación y dotación de nuevas escuelas), la actividad
docente y la reflexión pedagógica de algunos enseñantes se convierten
en factores primordiales de la modernización educativa de la Isla. Es eso lo
que justifica que Manuel Ferraz Lorenzo conceda un generoso espacio a tres de los exponentes más destacados del
magisterio palmero del momento: Juan B. Hernández Hernández, José
Miguel Pérez Pérez y Domingo González Cabrera. Cada uno de ellos encarna una
variante de ese torrente regeneracionista que atribuye a la Escuela una
función crucial en la reordenación de la
sociedad y que tras decadas de lánguido discurrir desemboca a borbotones en el escenario republicano.
En el ocaso del paréntesis
republicano se hará patente, de manera particularmente precisa y acuciante,
esa dimensión social de la educación en la que hemos hecho hincapié y
que constituye la brújula teórica y el hilo conductor de la obra de Manuel Ferraz Lorenzo. Tras el golpe de estado
de 1936, la Educación se convierte de nuevo en agitado campo de batalla
ideológico y político. El restableci-[…]
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