INTRODUCCION
La represión y la resistencia popular que siguieron
al levantamiento militar de julio de 1936 ha
suscitado ciertamente escaso interés en la historiografía canaria, a
pesar de ser uno de los eventos más significativos nuestra historia contemporánea, de haber engendrado hechos como los de Vallehermoso o La Palma y de haberse cobrado,
según los cálculs de Oswaldo Brito (1), más de 6.000 vidas humanas. Sólo
contamos, hasta el presente, con
apresuradas referencias en algunas obras de investigación histórica (Tomás Quintero Espinosa,
Agustín Millares Cantero, Oswaldo Brito...), con una irregular producción
literaria y autobiográfica (Juan
Rodríguez Doreste, Luis León Barreto, José Antonio Rial...) y con unos
pocos artículos periodísticos, muchos de ellos de dudosa fiabilidad.
Es por ello que no consideramos vano dar a
conocer el resultado de la investigación que
se ha preocupado de desentrañar lo que, en dicho ámbito,
aconteció en El Hierro desde aquella fecha hasta 1944. Aunque en esta isla las cotas de dramatismo alcanzadas y
la magnitud de lo sucedido son inferiores al de otras del Archipiélago,
posee, por contrapartida, destacadas pecularidades: su larga duración, el
papel desempeñado por los huidos y la relevancia política, ideológica e
histórica de los acontecimientos de 1944.
Dos estímulos cualitativamente
distintos se confabularon para incitar al autor
a emprender este trabajo. El primero, de orden emocional, se enraiza en la memoria colectiva de la sociedad
que éste ha habitado: los relatos
escalofriantes, sentidos y temerosos de los más viejos, la crónica de un cristal que se hizo trizas, le
comprometieron tácitamente hace ya mucho tiempo
a rescatar para la historia escrita lo que, de no hacerlo,
acabaría convertido en un destello indeciso del pasado.
El segundo, quizás
tan imperioso como aquél, fue el encuentro, en los archivos de la
Delegación del Gobierno, con una riquísima e inédita documentación que, aunque fuera a trozos, había
perpetuado gran parte de los hechos,
los hombres y las motivaciones que deambularon por este sendero de ocho años. Dicha documentación, que todo el mundo daba por perdida (quizás por eso nadie la había
buscado), constituye el esqueleto de estas páginas; la voz de
los hombres le proporciona la poca carne que
ya hoy es posible recomponer.
Así pues, dos son
las fuentes fundamentales a las que hemos recurrido: las orales y las escritas. Las fuentes orales han sido
reiteradamente ignoradas por los historiadores
canarios, pero la consistencia de obras que hacen un uso extenso de ellas (recordamos, de pronto, la de lan Gibson sobre la muerte de Federico García Lorca) nos
reafirma en la convicción de que para
desentrañar los pormenores de nuestra historia del siglo XX hemos de tenerlas
en consideración y otorgarles la respetabilidad que merecen.
Respecto a las fuentes
escritas, hemos de explicar no sólo la profusión, a lo largo del texto, de las citas in extenso de muchas de
ellas, sino el añadido de un abultado
Apéndice Documental. Ambos exigen una misma aclaración: este trabajo, a la par
que ejerce de intérprete de los acontecimientos,
quiere ser en cierto modo, también, una fuente histórica, actuando como difusor de unos documentos que durante algo más de cuarenta años le han sido vedados a la propia
sociedad que los edificó con sus nombres
y apellidos. Asimismo, si a algún lector le parece excesivo el número de esos nombres propios reproducidos, que tenga en cuenta que esta posibilidad que el autor otorga a
esos herrenes de no perecer en el
anonimato es un homenaje consciente a su sufrimientos.
Digamos, para
concluir este exordio, que no hemos querido rebasar el ámbito geográfico de El
Hierro. No hemos querido penetrar en Fyf-fes, Gando, Río de Oro... sólo a través de la visión exigua y
unilateral de los detenidos herrenes; su estudio compete a una investigación
que arrope a todo el Archipiélago.
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