jueves, 23 de mayo de 2013

Alrededor del charco







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 la     magia   de una ciudad

Los griegos tuvieron conocimiento de Canarias por los fenicios, que en el pasado del pasado situaron a estas tierras más allá de las Columnas de Hércules, el actual Estrecho de Gibrattar, como la frontera del mundo conocido, tras la cual se abría el mar tenebroso y por donde los bajetes no se aventu
raban por creerlo infectado de dragones; pero aque­llos que pasaron y anclaron, no dudaron en llamarla tierra del placer y de la alegría, mansión voluptuosa y de júbilo.
No es, pues, de extrañar, que con testimonios tan extraordinarios, la auténtica historia se mitificara, contribuyendo a ello poetas, escritores e historiado­res que con sus fantásticas descripciones divulgaron umversalmente su fama. Tampoco hay que olvidar que estando considerada como el paraíso terrenal, subyugara el pensamiento de científicos como Pie-rre Termier, que acaba animando a románticos y soñadores, porque la ciencia no condena a los enamorados de las bellas leyendas por creer que las cimas emergidas son las del continente hundido y que con el Teide por bandera preside nuestro archi­piélago canario.
Desde la mansión de los dioses, el gran Olimpo auspició a los elegidos para prodigar sus mitos: Hornero sitúa los Campos Elíseos adonde eran conducidas las almas de los héroes muertos; Hora­cio, la tierra donde sin necesidad de arado produce pan y todo género de frutos; Virgilio, que en su cielo puro y esplendoroso baña los campos con luz purpúrea; Luciano, que su temperatura es incompa­rable y donde reina una eterna primavera; Herodoto señala que allí termina el mundo, donde está el Jardín de las Hespérides que produce manzanas de


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