PROLOGO
El municipio de Arona tiene su
punto de partida como entidad local en la
creación de su parroquia por el obispo Tavira en 1796. Hasta entonces los dos pagos fundamentales que lo componían, el Valle del Ahijadero o de San Lorenzo y el
de Arona, formaban parte de ese extenso
territorio denominado Chasna que comprendía
la región que limitaba con Adeje y el Valle de Güímar, y cuya capital tradicional era Vilaflor.
Hasta esas fechas, sus dispersos
núcleos de población, limitados por la escasez de agua y suelo y la
climatología, no alcanzaron esa seña
de identidad que le proporcionaba la parroquia, sobre la cual giró su constitución en ayuntamiento a raíz de las directrices liberales gaditanas de 1812, que
establecieron en cada una de las
cabeceras de parroquias los nuevos municipios. Enmarcada en la comarca de Chasna, Arona fue poco a poco creciendo y configurándose como un núcleo de cierta
entidad en el siglo XVIII. Con su punto de partida en las casas agrupadas en
torno a sus dos ermitas de San Antonio y del Valle del Ahijadero, fueron conformándose algunos pequeños y medianos
propietarios que impulsarían a finales
de esa centuria ese proceso de creación de su
parroquia. Muchos de ellos habían emigrado a tierras americanas y constituido
medianas fortunas con las que crearon patrimonios de cierta consideración. Este hecho es crucial porque los aronenses, hasta la segunda mitad de ese
siglo, apenas habían emigrado al Nuevo Mundo.
Sin embargo, en esa época eclosiona esa migración unida por lazos de parentesco
e identidad local. Una migración que se
esparcirá esencialmente por Venezuela, país en
el que algunas familias, como los Domínguez, los Sierra, los Évora o los Sarabia, constituyeron haciendas y fortunas de cierta entidad.
Buena parte de ellas compondrán
su reducida élite local de burgueses agrarios que en el siglo XIX se beneficiará de la desamortización de las tierras comunales, los bosques, las capellanías y las rentas eclesiásticas, y adquirirá
las tierras de propietarios absentistas que
hasta entonces no podían desprenderse de ellas por las leyes vinculadoras que
impedían la venta de sus mayorazgos. Un grupo de
familias, a las que se unirán otras como los
Herrera en Venezuela o los Tavío en Cuba, retornarán con capitales indianos.
La labor cálida y constante de
Carmen Rosa Pérez Barrios ha tratado de introducirnos, con su amplia
bibliografía esparcida en libros, revistas especializadas y congresos, en el
conocimiento de una comarca a la que desgraciadamente se le había prestado bien poco interés por parte de la historiografía
canaria. El Sur de Tenerife venía demandando
estudios que, con rigurosidad científica, con
el uso de fuentes y con el acopio de repertorios documentales, comenzase a desvelarnos los aspectos más desconocidos de su pasado y su significativa
influencia en la configuración histórica de la
isla y del conjunto del Archipiélago. Esta
obra sobre Arona, en su doble dimensión de divulgación y de rigor científico, del que ésta no debe carecer, como muchas veces se olvida por tanto "erudito
local" que nos abruma, cubre un vacío
dentro de ese proyecto de Historia de los municipios canarios emprendido por el
Centro de la Cultura Popular Canaria y que cuenta con el apoyo y coedición de
los cabildos y ayuntamientos
isleños, como es el caso que nos ocupa.[…]
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