Quienes sigan de
cerca el curso de la bibliografía galdosiana no han de verse sorprendidos por
la adición de un nuevo volumen a su acervo y
puede que hasta esperaran ver compilados algunos de los trabajos que ahora se
presentan. Quienes no conozcan de Galdós sino sus obras y sepan de su
importancia quizá crean exageración profesional fatigar las prensas con una nueva entrega, por mucho que se les encarezca
el interés de las dos partes que la componen: el estudio preliminar de Víctor
Fuentes sobre la biografía política del último Galdós; la impresionante
colección de textos del novelista que le siguen. A estos presuntos alarmados
convendría saber, sin embargo, que la bibliografía galdosiana no sólo es
vastísima sino compleja, fruto de un conocimiento que ha tenido sus eclipses y
sus grados, sus intereses y sus reflejos
de otras realidades, que ha vivido, en fin, su propia «historia». Y que esta
«historia» ha tenido, a su vez, relación con otras dos de índole más
general: por un lado, la aceptación de un clásico del siglo XIX (siglo que ha suscitado tantos
recelos desde la perspectiva española del XX); por otro, la valoración de qué
es, para qué sirve, cómo deber ser una novela.
Al
principio, tras la muerte de Galdós en 1920, fue el vacío. No el
olvido, porque el novelista siguió teniendo lectores fieles que merecen
una monografía hecha con sensibilidad, aunque alguien la llame «sociológica».
Algunos lo fueron de tan alta calidad como Vicente Aleixandre
que —lo cuenta el último en Los encuentros1— fue apasionado galdosiano
en vm momento en que no era moda serlo. Pero Galdós no le
gustaba a Ortega ni a Gómez de la
Serna, más explícito en su disgusto que
otros -pensemos en Machado— en su sospechoso silencio. Lo
anunció Antonio Espina en una frase desdichada que, no por casualidad,
comparece en la primera entrega de Revista de Occidente (1923):
«Galdós fue en literatura lo que Letamendi en biología, Sagas-ta
en política y Pradilla en pintura. Una enorme medianía, como dijo Clarín
de Cánovas del Castillo. Pertece a aquel grupo que, con frase un
poco plebeya, podríamos calificar de novelista «rojo».2
De hecho, en la nómina de los
grandes escritores de 1920-1939, apenas hay
tres excepciones relevantes: Ramón Pérez de Ayala, que tributó a la gloria de Galdós uno de los mejores
ensayos que se le han dedicado («El
liberalismo y La loca de la casa»)*, Salvador de Madariaga y Gregorio Marañen. Pero todo este desvío había
de ser la efímera rebelión del siglo XX contra su padre, el XIX, y, si se
quiere, la secuela de aquella significativa consigna lanzada por Ortega, «nada
moderno, muy siglo XX» que servía como lema de la
pugna entre el brasero y el radiador, entre la mesa-camilla
y la mesita de té, entre las arias de Rossini y
las piezas de Debussy, entre el coche de caballos y el automóvil. Para Ortega y
sus epígonos, todo el siglo romántico podía cifrarse en unas «Vidas españolas del siglo XIX»4, esbozos
de biografías de gentes apasionadas y apresuradas, evocación de
irrepetibles ademanes: «Si se quemaran los discursos y los
libros compuestos en este medio siglo y fueran sustituidos
por las biografías de sus autores -había escrito
premonitoriamente en Meditaciones del Quijote-, saldríamos ganando ciento por
uno»5. Para Machado, el legado del XIX
había
sido la confusa mezcla del individualismo y
la epistemología idealista que se plasmó
en un afán de síntesis universales edificadas por el intelecto y no por la
vida: Darwin en biología, Hegel en la filosofía, Marx en la política, Mallarmé en la literatura6.
La
resurrección de Galdós vino tras la guerra civil. Ha recordado Pérez
Minik con su habitual sagacidad que fue entonces cuando las […]
«El había
aprendido a leer allí, allí. La primera lectura literaria, si puede llamarse así, había sido a los doce o trece años, una
novela de Galdós. No un azar, pero un destino.
Porque a esta novela (El doctor Centeno, lo recuerdo muy bien) siguió
otra y luego, otra. A los quince, a
los dieciseis, a los diecisiete años, ayer, el día antes, la gran lectura de fijación de aquel muchacho había
sido la masa bullente, cálida, con-tagiadora
de humanidad y conocimiento de las Novelas Contemporáneas de Galdós», «Don Benito Pérez Galdós, sobre el
escenario», en Vicente Aleixandre, Los encuentros, Madrid,
Guadarrama, 1958, p. 160.
2 «Libros de otro tiempo», Revista Je Occidente, I. 1923, p. 114.
3 La máscara, Obras completas, ÜT, Madrid, Aguilar, pp. 47-68. El texto es el de
una
conferencia pronunciada en la Sociedad El Sitio, de Bilbao, en 1919.
conferencia pronunciada en la Sociedad El Sitio, de Bilbao, en 1919.
4 Este fue el título luego ampliado a lo
hispanoamericano de la colección que impulsó
Ortega y que apareció desde 1930 bajo los auspicios de la Ed. Espasa-Calpe. A ella
pertenecen títulos de A. Marichalar, Benjamín James y el mismo Antonio Espina,
entre otros mosqueteros de la Renata de Occidente.
Ortega y que apareció desde 1930 bajo los auspicios de la Ed. Espasa-Calpe. A ella
pertenecen títulos de A. Marichalar, Benjamín James y el mismo Antonio Espina,
entre otros mosqueteros de la Renata de Occidente.
5 Meditaciones del Quijote (1914), Madrid, Espasa-Calpe, 1976, p. 55. El texto
reprodu
ce, en realidad, un fragmento del famoso discurso «Vieja y nueva política», como
apunta el propio Ortega.
ce, en realidad, un fragmento del famoso discurso «Vieja y nueva política», como
apunta el propio Ortega.
6 CE, por ejemplo, el fragmento «El siglo XIX» en las «Divulgaciones y apuntes so
bre la cultura» y el esbozo del discurso de ingreso en la Academia (1931), ambos en
Los complementarías, Buenos Aires, Losada, 1957, pp. 47-48 y 110-112.
bre la cultura» y el esbozo del discurso de ingreso en la Academia (1931), ambos en
Los complementarías, Buenos Aires, Losada, 1957, pp. 47-48 y 110-112.
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