Conocí a José Agustín Alvarez Rixo, a través de unas
amenas historietas que leí hace años en la biblioteca de la Real Sociedad Económica de Amigos del País de Tenerife, en La
Laguna, en las que contaba brevemente
anécdotas de las que fue testigo o que oyó a otras personas. (V. Miscelánea o bien
sea Floresta provincial. Sig. 22/40 en la
biblioteca citada).
Lo volví a encontrar en trabajos históricos con citas
de obras suyas y con la indicación de su
nombre escueto, como si de persona muy conocida se tratase, lo que ciertamente
no es del todo verdad.
Lo que supe entonces y luego he ido averiguando me
situaron ante su personalidad,
interesantemente ungida con el óleo naturalista que habían esparcido por el
mundo, los filósofos franceses de la pre-Revolución.
Precisamente en el Puerto de la Cruz de la Orotava,
ciudad tocada ya de internacionalidad,
en la que los apellidos extranjeros, Ba-rry, Pasley, Walsh, Little, Grimaldo, Cólogan, Linch, etc., sonaban tanto o mejor que los insulares y que estaba en
importante momento de auge comercial por sus relaciones mercantiles con
Francia, Portugal e Inglaterra, nació el día 28 de agosto de 1796, José
Agustín Alvarez Rixo; fue el año en que se estaba apagando en la nación vecina
el fuego en que se había guisado el Terror de 1793, y se entraba en periodos
menos turbulentos, aunque agitados y España se enfrentaba con Inglaterra, en
otro conflicto guerrero.
Para Alvarez Rixo que creció cubriéndose con las
diversas capas de barniz de las seculares
cualidades ibéricas, el choque entre ellas y las
ideas ultramontanas, hubo de ser de grandes consecuencias.
Como a casi todos los hombres célebres, a él más que a otros lo fue
moldeando la época; los primeros años de su vida, de 1796 a 1812, fueron
tremendamente modificadores. El primero fue el año en que Napoleón Bonaparte
tomó el mando del ejército de Italia y también cuando la buena estrella de Godoy, Príncipe de la Paz en 1795, alcanzó
su cénit. Es también el preludio de 1797, año crucial para Santa Cruz de Tenerife, porque en él sus
habitantes obtuvieron gran victoria frente al contralmirante Nelson. Entre 1796
y 1812 la aureola napoleónica se
extendió sobre la Europa, angustiada y agostada por las guerras; se abrió en el atrevido paso de los Alpes, cruzó por
Marengo, Wagram y Austerlitz y fue hacia su apagamiento total, cuando el «Corso» se vio obligado a retirar de
Rusia sus tropas vencidas...
Durante parte de estos años, José Agustín Alvarez Rixo, que alcanzaba los diez y seis de edad, estuvo
estudiando en el Seminario Conciliar de Las Palmas y no debemos olvidar que
entonces un muchacho de esos años, era más hombre que hoy lo es uno de veinte.
Tras la era napoleónica, vivida por Alvarez Rixo en
su juventud, llegó la fernandina, la
Constitución, el absolutismo, la muerte del «Deseado», María Cristina, el carlismo e Isabel II, sucesos todos que removieron la vida del escritor y lo marcaron para que apareciera siempre como patriota liberal, moralista, enemigo
del naipe y del vino, clarividente con acertados comentarios y, hasta un cierto
límite, con tendencia a ridiculizar al Gobierno, las costumbres y las gentes.
La rama paterna del escritor, los Alvarez, es
conocida; se ha llegado hasta un cura Alvarez, radicado en Chaves, en el norte
de Portugal, cercano a Galicia, por donde el río Támega y el valle de Verín. Este clérigo lo pasó mal con el general don Domingo Bernardi,
que fue más tarde comandante general de Canarias.
Las tropas españolas en guerra con
Portugal, lo habían invadido y Bernardi se enfadó en ocasión de una
acampada en Chaves, en la que se enteró de que el […]
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