martes, 30 de julio de 2013

HISTORIA DEL PUERTO DEL ARRECIFE EN LA ISLA DE LANZAROTE UN DE LAS CANARIAS






Conocí a José Agustín Alvarez Rixo, a través de unas amenas historietas que leí hace años en la biblioteca de la Real Sociedad Económica de Amigos del País de Tenerife, en La Laguna, en las que contaba brevemente anécdotas de las que fue testigo o que oyó a otras personas. (V. Miscelánea o bien sea Floresta provincial. Sig. 22/40 en la biblioteca citada).
Lo volví a encontrar en trabajos históricos con citas de obras suyas y con la indicación de su nombre escueto, como si de persona muy conocida se tratase, lo que ciertamente no es del todo verdad.
Lo que supe entonces y luego he ido averiguando me situaron ante su personalidad, interesantemente ungida con el óleo naturalista que habían esparcido por el mundo, los filósofos franceses de la pre-Revolución.
Precisamente en el Puerto de la Cruz de la Orotava, ciudad to­cada ya de internacionalidad, en la que los apellidos extranjeros, Ba-rry, Pasley, Walsh, Little, Grimaldo, Cólogan, Linch, etc., sonaban tanto o mejor que los insulares y que estaba en importante momento de auge comercial por sus relaciones mercantiles con Francia, Portu­gal e Inglaterra, nació el día 28 de agosto de 1796, José Agustín Al­varez Rixo; fue el año en que se estaba apagando en la nación vecina el fuego en que se había guisado el Terror de 1793, y se entraba en periodos menos turbulentos, aunque agitados y España se enfrentaba con Inglaterra, en otro conflicto guerrero.
Para Alvarez Rixo que creció cubriéndose con las diversas capas de barniz de las seculares cualidades ibéricas, el choque entre ellas y las ideas ultramontanas, hubo de ser de grandes consecuencias.
Como a casi todos los hombres célebres, a él más que a otros lo fue moldeando la época; los primeros años de su vida, de 1796 a 1812, fueron tremendamente modificadores. El primero fue el año en que Napoleón Bonaparte tomó el mando del ejército de Italia y también cuando la buena estrella de Godoy, Príncipe de la Paz en 1795, al­canzó su cénit. Es también el preludio de 1797, año crucial para Santa Cruz de Tenerife, porque en él sus habitantes obtuvieron gran victoria frente al contralmirante Nelson. Entre 1796 y 1812 la aureo­la napoleónica se extendió sobre la Europa, angustiada y agostada por las guerras; se abrió en el atrevido paso de los Alpes, cruzó por Marengo, Wagram y Austerlitz y fue hacia su apagamiento total, cuando el «Corso» se vio obligado a retirar de Rusia sus tropas ven­cidas... Durante parte de estos años, José Agustín Alvarez Rixo, que alcanzaba los diez y seis de edad, estuvo estudiando en el Seminario Conciliar de Las Palmas y no debemos olvidar que entonces un mu­chacho de esos años, era más hombre que hoy lo es uno de veinte.
Tras la era napoleónica, vivida por Alvarez Rixo en su juven­tud, llegó la fernandina, la Constitución, el absolutismo, la muerte del «Deseado», María Cristina, el carlismo e Isabel II, sucesos todos que removieron la vida del escritor y lo marcaron para que aparecie­ra siempre como patriota liberal, moralista, enemigo del naipe y del vino, clarividente con acertados comentarios y, hasta un cierto lími­te, con tendencia a ridiculizar al Gobierno, las costumbres y las gen­tes.
La rama paterna del escritor, los Alvarez, es conocida; se ha lle­gado hasta un cura Alvarez, radicado en Chaves, en el norte de Por­tugal, cercano a Galicia, por donde el río Támega y el valle de Verín. Este clérigo lo pasó mal con el general don Domingo Bernardi, que fue más tarde comandante general de Canarias. Las tropas españolas en guerra con Portugal, lo habían invadido y Bernardi se enfadó en ocasión de una acampada en Chaves, en la que se enteró de que el […]

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