Así nació la laguna
I
De repente,
algunos fijaron su atención en aquel valle de la altiplanicié, poblado de árboles, en una de cuyas esquinas
brillaban las aguas las aguas de un lago. Era como el hogar de
todos los pájaros y el aire era transparente
y fresco y las nubes viajaban, libres de cualquier impedimento. La batalla
había concluido. Unos guanches se rindieron y otros huyeron a sus cuevas en el
corazón de los barrancos. Los conquistadores se quedaron solos frente al paisaje prodigioso y, como había sonado la hora de
la paz, hubo quien afirmó: "Aquí levantaré mi casa y para
siempre". Y recorrieron los llanos de Agüere hasta encontrar un promontorio, apenas insinuado, donde construyeron los
primeros y humildes hogares, dos o
tres casas pajizas, junto a un cobertizo que los clérigos que acompañaron a los soldados habían levantado en
honor de Santa María de la Concepción, "una. iglesia chiquita que por reparo
se hizo luego que se ganó la isla".
La habían llamado Batalla de La Laguna y parece ser que
concluyó el 25 de julio del año 1495. Y hubo
grandes duelos entre los guanches porque allí murió, en combate, el caudillo Bencomo, junto con su hermano Tinguaro, y la
guerra colmó de luto a los que
supervivieron, mientras algunos de los soldados del Adelantado decidieron cambiar la lanza por el arado y
sembrar la tierra, o ejercer el pastoreo en
aquella campiña que, con tanta agua, tanto verde y tanta fertilidad se les
aparecía como la tierra prometida.
Y guanches y castellanos, unos con su tristeza y
otros con su esperanza, intentaron
convivir, mientras empezaba a correr el año venturoso de 1496. Estaba naciendo un pueblo y la tosca piedra de las
paredes de sus casas brindó la primera sombra
del inmediato verano, mientras, bajo una enramada, la fiesta del Corpus Cnristi se hizo realidad gracias a la fe de
los que habían elegido el camino de la colonización.
En los alrededores abundaba la floresta; arrayanes, laureles o
madroños se multiplicaban, coronando las colinas. Era un buen sitio para
emprender nuevas tareas y así lo entendieron, no
sólo los castellanos, sino los gomeros que también habían tomado parte en la conquista, o los portugueses, que bien
pudieron ser mayoritarios a la hora de
colonizar aquellas tierras. Todos, al unísono, se pusieron manos a la obra,
surgiendo entonces nombres de destacados en aquella incipiente colectividad: Rodrigo el Coxo, Pedro
Magdalena, Diego Alcántara, Nico-lau Angetate, Luys Alvarez, Antón
Martínez, Bartolomé de León...
Poco a poco iba cuajando el primer censo de los que
se agruparon al amparo de la agricultura
siguiendo la norma de lo que hicieron los cristianos por aquella misma época en la Península, junto a la
frontera de las tierras recién ganadas a los moros. Y el asentamiento en torno a la Concepción siguió en
aumento, tomando forma de aldea humilde y mísera pero con voluntad de
sobrevivir, que por algo esos lugares fueron de dominio público y cada cual
pudo elegir, a su libre albe-drío, el lugar
que le daría techo y cobijo.
Así empezó todo, a los pies de la "sierra
redonda de La Laguna,
por donde se va a Tegueste ", enclave geográfico que nos hace pensar en la Mesa Mota. Hombres
decididos, como Cristóbal de Valdespino, Pedro Corvalán y todos los que habían elegido aquel lugar de la abundancia y
del sosiego, secundados por Hernando
de Trujllo o Pedro Megía, llevaron piedra y hierba seca y continuaron la noble
tarea de levantar y techar sus viviendas, honrando y perpetuando lo que los
guanches consideraron como el paraíso de su isla.
Había que ponerle nombre a lo que ya iba cobrando
forma y espíritu de poblamiento, y se
eligió el de San Cristóbal, "porque Nuestro Señor fue servido que el día de la festividad de San Cristóbal fuese
ganada esta isla por los cristianos conquistadores a los naturales infieles de ella".
Pronto, aquella comunidad recién bautizada necesitó
que la administraran y la gobernaran y, con tal motivo, "el Señor
Adelantado Alonso de Lugo gobernador e capitán general de las islas de
Tenerife e La Palma,
por el Rey y la Reina
n.s." tras unas elecciones, nombró a Francisco Corvalán
alcalde mayor, a Guillen Castellano, Pero Mexía, Cristóbal de Valdespino,
Femando Truxillo y Lope Fer-nandes, regidores,
y aguacil a Fernando de Llerena.
Tras
los primeros repartimientos, los viñadores comenzaron a poner manos a la obra y pronto a los sarmientos plantados en
las tierras próximas de San Lázaro les brotaron las tiernas hojas de la
futura vid mientras los hortelanos, al otro lado
de La Laguna,
sembraban semillas de hortalizas, justo en el lugar donde, más tarde, se edificaría la Iglesia del Señor San
Miguel.
Y así iba transcurriendo todo, cuando llegaron las mujeres y entonces
de las casas recién hechas, salieron los primeros humos de
las lumbres propagando el perfume de los
aromas domésticos y dándole humanidad y ternura a aquel escenario donde
se iban a iniciar los primeros romances entre doncellas guanches y curtidos soldados de Castilla que culminarían con
la leyenda de la boda de Dácil, la
princesa taorina y el capitán Gonzalo del Castillo, antiguo jefe de la
caballería
conquistadora.
Dácil o Francisca, que es como realmente parece que se llamó aquella aborigen, fue protagonista del primer episodio
de un largo y hermoso cruce de razas que,
en aras del amor, rompió trabas y prejuicios y salió triunfante para toda la vida.
San Cristóbal de La
Laguna se estaba haciendo realidad para la historia.
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