lunes, 29 de julio de 2013

POETAS CANARIOS DEL SIGLO XIX Y XX







"Dura y desgraciada faena es la de escribir obra de investigación, pero en una isla, en una tierra tan pequeña, la dureza todavía es mayor. Un escribir que es un llorar, como en el Madrid romántico de Larra, un buscar voz sin encontrarla, un morirse entre cuatro paredes de libros, o un escapar hacia la luz y dejar atrás las sombras, la soledad..."
María Rosa ALONSO
(De un artículo dedicado a la muerte de S. P. A., publicado en "La Tarde", 8-VH-53).
EL   AUTOR
Sebastián Padrón Acosta, según el acta de bautismo que consta en el archivo parroquial de la iglesia de la Peña de Francia del Puerto de la Cruz de Tenerife, nació el día 31 de julio de 1900 en dicha población. Sus padres fueron don Luis Padrón Hernández y doña Victoria Acosta y Alvarez; sus abuelos paternos, don Sebastián Padrón Fernández y doña Pilar Hernández, y los maternos, don Domingo Acosta y doña Bernarda Alvarez. Fue bautizado el día 5 de octu­bre del mismo año por el presbítero don Guillermo Topham Cabrera, actuando de padrino don Luis González (1).
Por los recuerdos de un prestigioso periodista (2) sa­bemos que vivió el joven Sebastián, en el Puerto, en la calle de Las Cabezas, núm. 36, y que con frecuencia iba, de niño, a casa de sus abuelos a la calle de la Iglesia o de Esquivel, a jugar en el jardín de la vieja casona. Este jardín tenía ro­sas, madreselvas, cinias y gladiolos, en pintoresca mezco­lanza, formando un ambiente maravilloso, que arrulló los primeros ensueños de nuestro futuro escritor. Más tarde re­cordará, con admiración y cariño, la figura de su abuelo, don Sebastián Padrón, su homónimo, viejo y prestigioso médico del Puerto de la Cruz. De esta pequeña población, a pesar de su solera mercantil y cultural, que venía desde el siglo XVIII, le quedarían en el recuerdo, al pequeño Sebastián, algún que otro acontecimiento local, como las carreras de caballos en el barranco de San Felipe, las tardes de vendi­mia en cualquier lagar de las cercanías, en el camino del Botánico, o el comentario obligado de las noticias llegadas en el "Diario de Tenerife", a primeras horas de la noche, en la estafeta de correos, establecida en el viejo convento, o las tertulias de las antiguas sociedades culturales de La Unión o la de triarte, donde en la voz de los jóvenes resonaban los ecos de las luchas políticas y literarias de la época...
Después pasó, parte de su mocedad y adolescencia, en el cercano pueblo de Santa Úrsula, donde su padre, don Luis, fue destinado como secretario de administración local. Más tarde éste sería trasladado a La Esperanza, a Gran Ta­ra jal (Fuerteventura) y, finalmente, al pueblecito gomero de Alajeró, donde se jubila y vive actualmente con más de 90 años de edad. Su madre, doña Victoria, falleció en la Go­mera, todavía en vida de su hijo Sebastián, en 1945. Viven también sus hermanos, Pilar, Santiago y Marina. La pri­mera, en cuya casa vivió nuestro investigador sus últimos años, vive en Santa Cruz de Tenerife y es depositaría de los manuscritos, colecciones de artículos y obras inéditas de su hermano Sebastián. Los otros dos hermanos viven en Las Palmas de Gran Canaria.
Santa Úrsula o Chimaque, según la denominación guan-chinesca, dejó muy buenos recuerdos en la mente y en el corazón de nuestro escritor. Testimonio de ello es su nove-lita regional, La moza de Chimaque (1947). En ella nos ha dejado una visión de este pueblecito, poetizado y entrevisto con los ojos de la adolescencia idealizadora. "Su blanco ca­serío — dice — se alboroza con la llama de sus geranios y con el velo nupcial de sus almendros en flor. Sobre las más altas de sus colinas ábrense las palmeras como abanicos de luz. La cinta gris de la carretera ondula con sinuosidades de serpiente y está bordeada de tarábales, eucaliptos, álamos y plátanos del Líbano... Chimaque, saltarín, labriego y mon­taraz, sube por las lomas, cruza los ásperos caminos pedre­gosos, se duerme en las llanuras, baja a las hondonadas y serventías, perdiéndose, arriba, en las faldas del monte, es­peso de hayas, acebuches, brezos y castaños".

(1)                 Debo agradecer al P.  Saturnino Martín actual párroco
de dicha iglesia, el suministro de estos datos.
(2)                 Me refiero al artículo de Víctor Zurita, Del ambiente
vernáculo, publicado en "La Tarde", 6-V-1953.

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