sábado, 13 de julio de 2013

BARRANCOS DE AÑAZO





PRÓLOGO
Confieso que sufrí desconcierto, incluso desasosiego, cuando el autor me pidió un prólogo para «BARRANCOS DE AÑAZO». No soy geógrafo, ni historiador, ni mi cultura es enciclopédica: no reúno ningu­na de las circunstancias que pudieran parecer favorables para presen­tarlo. Sin embargo, el autor, viejo y entrañable amigo, sabe que hay un fuerte lazo de unión con este libro: mi predilección y preocupación por Santa Cruz de Tenerife, donde nací. Eso bastó para hacerme el honroso encargo y fue suficiente para aceptarlo.
Al margen de los aciertos que luego resaltaré, Luis Cola fíen/fez no logra ocultar, ni lo intenta, que el motivo, el empuje para escribir el li­bro, arranca de una especie de gesto amoroso dedicado a la ciudad de Santa Cruz de Tenerife, a la idea o a la intuición que él tiene de esta ciudad: es decir, a la elaboración hecha a lo largo de los años, de las impresiones, sensaciones y vivencias que han llenado su vida en torno a otros santacruceros, a sus casas, plazas y barrios. Tiene, pues, un concepto de la ciudad y, en lugar de convertirlo cerrilmente en un ídolo, rompe con cualquier visión aldeana o de campanario, lanzándose a analizar y comprender cómo se ha construido la ciudad, con qué acier­tos y con qué errores (algunos inmensos y no tan lejanos). En su refle­xión descubre una constante en la marcha de la ordenación de la ciu­dad: la existencia de los barrancos. A partir de este dato, investiga la dicionante del medio físico. En fin de cuentas, el autor extrae de aquel gesto amoroso lo que mejor contiene: el afán de comprensión. Com­prender la ciudad no es aceptarla pasivamente o considerarla el ombli­go del mundo: es desvelarla, descubrirla, interpretarla, llegando incluso a fijar su posición dentro de un superior esquema institucional de con­vivencia.
Por mi parte y antes de emprender la tarea de destacar algunas de las aportaciones o líneas fundamentales del libro, debo afirmar inicia/­mente que el resultado de la investigación emprendida por el autor es muy bueno, en absoluto superficial y menos aún inútil; asevero lo ante­rior tanto para testimoniar mi opinión sobre la obra como para llamar la atención del lector desprevenido sobre la seriedad del trabajo que va a leer.
La existencia de los barrancos como elementos definitorios de la ciudad, da pie al autor para plantearse el problema con un método de triple perspectiva: una, cómo se ha desarrollado la ciudad a partir de los barrancos, en lucha constante con ellos; otra, cómo son esos ba­rrancos, describiendo cada uno de ellos y, finalmente, cómo se han usado esos barrancos y qué abusos, algunos irreversibles, se han co­metido en el tratamiento de esos tajos que dividen la ciudad. El método descrito podrá parecer poco escolástico pero, en cuanto se lea, se con­viene fácilmente que es a la par de riguroso, ameno; lo que es de agra­decer, pues donde el rigor es sólo aparente, la pedantería está casi siempre asegurada.
De atinadas observaciones está, lleno el libro. Así sostiene que «la ciudad se ha hecho a salto de barrancos ...la topografía ha tenido que ver con ello». Quien conozca Santa Cruz de Tenerife sabe que esa observación es quizás el dato más relevante de una ciudad que para hacerse, lucha por integrar sus barrios, por «coser» sus distintos nú­cleos. Esta observación va desde luego mucho más allá de un concep­to urbanístico, acertando de lleno en un elemento sociológico clave en la formación y aún en el futuro inmediato de Santa Cruz. He aquí, por tanto, un ejemplo, señero sin duda, de las aportaciones del libro al conocimiento de Santa Cruz de Tenerife..Todos intuíamos la desverte-bración de ¡a ciudad, pero pocas veces se habrá visto tan bien explica­da en su origen y desarrollo, arrancando casi del primer poblamiento. El libro logra por este camino dar una visión de conjunto de la ciudad y, sobre todo, ayuda, con este conocimiento reflexivo e inteligente, a construir la ciudad vertebrada que ha de buscarse.
relación de los habitantes y sus respuestas, acertadas o no, con el con
Desde luego, tras la lectura del libro se puede afirmar que Luis Cola Benítez escoge acertadamente el tema, desarrolla la investigación con un buen estilo literario y logra ir extrayendo conclusiones que invi­tan a la reflexión posterior y, en todo caso, enriquecen el conocimiento que de la ciudad se tiene. Si a esto se añade el uso de una bibliografía solvente y bien manejada, el notable esfuerzo de fichar la prensa, revi­sar los archivos municipales y darlo todo digerido y coordinado con sus propias reflexiones, se debe, sin más, poner de manifiesto que estamos en presencia de un libro que sin duda ocupará un lugar importante en la bibliografía sobre Canarias, de tal suerte que, en adelante, constitui­rá un valioso instrumento de trabajo para el estudio histórico de la ciu­dad de Santa Cruz de Tenerife, cuya Historia está ya escrita, al menos a diez o quince años vista, en el espléndido trabajo de A. Cioranescu (Historia de Santa Cruz de Tenerife, cuatro tomos, ed. Caja de Ahorros, 1976-1978). El libro que ahora prologo, como el de Luz Marina García (Santa Cruz de Tenerife: La formación de la ciudad marginal, ed. Aula de Cultura, Cabildo de Tenerife, 1981), son magníficas muestras de es­tudios concretos que servirán de indudable fundamento al redactor o redactores de la próxima Historia de la ciudad.
Termina el autor su obra con la viva sensación de que el problema no está resuelto: Santa Cruz tendrá que seguir luchando con sus ba­rrancos. Aún sobre todo queda el barranco de Santos y su integración en la ciudad, de tal suerte que ese «paisaje natural» forme parte armó­nica del «paisaje artificial», aprovechando bien sus múltiples posibilida­des. Pero qué hacer con ese barranco, al igual que con las restantes di­ficultades subsistentes en Canarias, no pertenece a la Historia, es aún otra historia: la que nosotros y nuestros hijos seamos capaces de ha­cer. Pero mejor la haremos sin duda, si por estas tierras abundan muje­res y hombres del talante del autor y de su libro: gentes que amen, re­flexionen y comprendan lo que les rodea desde la tolerancia y la solida­ridad.
manuel alvarezdela rosa
Agosto 1985

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