PROLOGO
A decir verdad, no sé exactamente por qué Arturo
Cantero ha pensado en mí para prologarle este libro: no soy historiador y ni siquiera experto en el tema que aborda, la
represión antifranquista en Gran Canaria
contada por las mujeres (esposas, madres, hermanas, novias) de aquellos
dirigentes, militantes comunistas casi todos, por no decir todos,
sobresalientes en la lucha contra la dictadura
que había acabado con la II República española y que se prolongó durante casi cuarenta
años.
Naturalmente, algo conozco sobre el asunto, esencialmente por
testimonios orales y porque, hijo de mi padre al cabo, mi casa fue siempre un albergue de ideas y principios
de izquierda, por supuesto, pero
sobre todo liberales, respetuosos, profundamente respetuosos añadiría, con los y las de los demás. De manera que, acaso por ello mismo y por la profesión
de mi padre (médico y psiquiatra,
médico y psiquiatra digo bien) viví desde «dentro» y en el momento en que se producían muchos de los dramas personales y las más de las zozobras
colectivas que aquí se cuentan.
Luego, mi implicación personal en la lucha antifranquista me hizo
aproximar al cogollo de lo que aquí se cuenta, aunque carente de detalles, que
hoy empezamos a conocer, y también de la
perspectiva que da el tiempo, perspectiva que ya empezamos a tener.
Es por ello que me siento un tanto confundido, pero profundamente halagado con la propuesta de Arturo de
prologar este su tercer libro. Arturo
Cantero Sarmiento, me apresuro a decir, para traer inmediatamente, desde las
primeras líneas, el recuerdo de su madre doña Carmen, doña Carmen Sarmiento
Valle, cuya entidad queda bien
reflejada en estas páginas en el capítulo que a ella le dedica, dentro del conjunto de mujeres que se distinguieron, unas en la sombra, otras en las
bambalinas, quienes en la calle, en la
lucha por la libertad, la democracia y la justicia con los trabajadores, es decir, contra el franquismo.
El prólogo que yo quiero escribir no puede prescindir de la evocación. Por una razón bien simple: porque
Arturo me devuelve a unos primeros años en
los que se forja gran parte de mi personalidad.
¡Qué sencillo es a veces todo! Yo me veo en la piscina «Julio Navarro» de
Ciudad Jardín haciendo piscinas y más piscinas
en las sesiones de entrenamiento del Club Metropole al que pertenecía, pero veo también al borde de ella, recorriéndola arriba
y abajo, siguiendo la marcha de algún pupilo, a Arturo Cantero, tal y como es ahora, con unos kilos menos nada más, pero tal y como es ahora: doblado, saludable,
voluntarioso, serio y firme como una
roca. ¿Y cuál era uno de sus pupilos? Su hermano Jesús, al que luego vemos con
él «fabricando» (forjando) la actual,
y primera, bandera canaria, la de la comunidad autónoma. (Me apresuro a
decir también que en aquel entonces la piscina «Julio Navarro» había que
compartirla entre el citado Metropole y el
desaparecido Club Natación Alcaravaneras, dirigido y pupilado por los hermanos Guerra, aquellos que forjaron la
figura campeona de Manolo Guerra, el primer español que bajó del minuto en los cien metros «crowl», como se decía entonces,
hoy cien metros libre. Arturo formaba parte del elenco de monitores del Alcaravaneras.
A quien veo realmente no es necesariamente al
monitor sino a un ser que se define esencialmente por la voluntad, la
constancia y la firmeza, ése que es el mismo Arturo Cantero de hoy, de hoy y de ayer, porque ni diez y nueve meses
de cárcel ni otros avatares políticos o
personales como la fatídica muerte de su primera esposa y compañera Estrella (a
la que dedica en este libro un capítulo
que compite en emoción amorosa con el que […]
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