miércoles, 31 de julio de 2013

HEROES DE PACOTILLA




DESMITIFICANDO

 

ALONSO FERNANDEZ DE LUGO VERSUS VALERIANO WEYLER NICOLAU -V


(El esqueleto de Alonso Fernández de Lugo)


Eduardo Pedro García Rodríguez



CAPITULO V



   Algunos antecedentes de la familia Lugo en España

   La familia Lugo se estableció en Sanlucar de Barrameda (España) en el primer tercio del siglo XV. Era gente muy ligada al tráfico con Canarias.

   En él archivo de Provincia de los franciscanos de Andalucía, hay unos documentos relacionados con la fundación del convento de San Francisco de Sanlucar, uno de los que formaron la Custodia Observante de Canarias, otorgados en 1443; y en ellos aparece, como uno de los fundadores de la casa, Alonso Fernández de Lugo. En el más antiguo Sanlucar, 26-V-1443 Mencía Muñiz, vecina de Sanlucar. En presencia de Pedro Bernal, escribano publico por el Duque de Medina Sidonia D. Juan de Guzmán, concede licencia a “Sancho de Vera e Fernando Martínez Bachicao y Alonso de Lugo e Lope González escribano publico y Antón Pérez vecinos que sodes de la dicha villa que vuestra voluntad es por amor de Nuestro Señor de dar a gastar de vuestros bienes para facer e fabricar una casa o casas para donde fray Joan de Bilbao e fray Diego de Limpias e sus compañeros cuales ellos quisieren moren e sirvan a Dios... quiero e consiento de mi deliberada voluntad que vos los dichos Sancho de Vera e Fernando Martínez e Alonso Fernández e Antón Pérez fabríqueles e fagades facer e fabricar en la dicha mi arboleda... desando para mi Della los árboles cerezos que están al un canto Della una casa o casas por la vía e manera que a vosotros bien visto fuere para ende estén e moren los dichos fray Joan y fray Diego que dichos son e los que después dellos vinieren e estuvieren en servicio de Nuestro Señor Dios de la dicha observancia e regla”.


   En Jerez, en unos cuadernos de escritura notariales de 1483 y 84, autorizados en El Puerto de Santa Maria por Hernando de Carmona, figura un Alonso de Lugo residente en Jerez que obtuvo una juradería vacante, por haber sido quemado su propietario por los primeros inquisidores. En una de las notas de Hernando Carmona, Alonso de Lugo aparece debiendo a Juan Piloto 35 mil maravedies; dicha nota es exactamente del 21 de Octubre de 1483. No aparece en sitio alguno la cedula de concesión del juradazgo que podría dar mucha luz al exponerse los motivos de la gracia, pues hay lagunas históricas en los cuadernos capitulares de estos años. Pero el cronista Benito de Cárdenas, contemporáneo de los hechos, dice que la concesión se hizo en Enero de 1483.

   Fernández de Bethencourt en el tomo 1, pág. 53, de su Nobiliario y Blason de Canarias, hace a Alonso Fernández de Lugo, fundador de la Iglesia de la Santísima Trinidad de Sanlúcar de Barrameda, tío del Adelantado y no su padre. El mismo Fernández de Bethencourt cita como hijos de Alonso Fernández de Lugo, fundador de la Iglesia de la Santísima Trinidad y de Catalina Martínez de Luna, a otro Alonso Fernández de Lugo, Regidor de Sanlucar y a Juan de Lugo, jurado de Sevilla. Este último Fernández de Lugo pudiera ser el que obtuvo la juradería de Jerez en 1483. Queda definitivamente demostrado que Alonso Fernández de Lugo, fundador de la Iglesia de la Stma. Trinidad de Sanlucar de Barrameda, fallecido en 1450 no pudo ser el conquistador de Tenerife.



 La supuesta tumba de Alonso Fernández de Lugo en Sanlucar (España.)
 
   Es frecuente que las zonas más deprimidas cultural y económicamente del Estado español con frecuencia recurran a la invención histórica con objeto de elevar su autoestima, así tenemos que extremeños y andaluces alardeen y glorifiquen a los masacradotes de pueblos surgidos de sus solares. San Lucar de Barrameda, en el pasado puerto esclavista que alcanzó cierta notoriedad bajo el yugo de los Medinasidonia, no ha podido sustraerse a esa corriente, y a falta de un “héroe” patrio más significado optan por crear un sepulcro en honor del traficantes de esclavos Alonso Fernandez de Lugo, tal como podemos leer en una página oficiosa del aquel municipio español.
   “Un sanluqueño tendría un protagonismo importante en la misión: Alonso Fernández de Lugo participó en la conquista de Gran Canaria. Más tarde Pedro de Vera lo nombró gobernador a Agaete. En 1491 llega a un acuerdo con la corona para conquistar la isla de La Palma.

   Entre 1494 y 1495 conquista Tenerife. Llegó a ser Adelantado de Canarias. Fue acusado de injusto y arbitrario. Colaboró en la construcción de la iglesia de San Francisco. Su sepulcro se encuentra en la Iglesia de la Trinidad de Sanlúcar. 
    Actualmente se conserva la imagen del Cristo de La Laguna que llegó a Canarias con el Adelantado Alonso Fernández de Lugo. Es una pieza de excepcional valor artístico, tallada en madera de roble de Flandes, de estilo gótico. Antes de que el Duque de Medina Sidonia se la obsequiara al adelantado era venerada en la ermita de la Vera Cruz en Sanlúcar de Barrameda. En 1520 el conquistador la donó a su vez al convento franciscano de San Miguel de las Victorias, en cuya iglesia aún se conserva.”

   Ningún honor dedicaron sus contemporáneos en la colonia a la figura de Alonso Fernández de Lugo, excepto los propios mortuorios habituales, ni siquiera su hijo Pedro se preocupó en cumplir de manera diligente con las mandas testamentarias del Adelantado relativas a la construcción de su sepultura en el convento franciscano en Eguerew (La Laguna), quien había dejado dispuesto: Otrosí mando que de mis bienes, frutos, rentas y alogeros de ellos, ante todas las cosas, se acabe de hacer la capilla que yo tengo mandado, que es de San miguel de las Victorias…"

   El silencio documental relativo al Adelantado después de su muerte es ciertamente significativo, es como si la sociedad de su tiempo hubiera experimentado un notable alivio con su desaparición física, su recuerdo se desvaneció, los historiadores y estudiosos guardaron silencio sobre este personaje hasta que fue rescatado del anonimato por el cronista Núñez de la Peña.





    La sociedad colonial tinerfeña no había prestado mayor atención a la figura del conquistador hasta que un general español de nefasta memoria para la humanidad el mallorquín de ascendencia alemana Valeriano Weyler Nicolau, a quien la corona borbónica española tan dada a dispensar honores y prebendas a sus fieles servidores en tanto que no afecte a las arcas,  le adjudicó el virreynato y la capitanía general de esta colonia canaria (1878-1883).

   Asolador de los campos de Cuba y precursor de los centros de exterminio nazis en los patriotas cubanos durante la guerra de independencia de aquel país, decidió rescatar del olvido la figura del también masacrador de pueblos y traficantes de esclavos Alonso Fernández de Lugo.

   Para ello decidió impulsar un viejo proyecto de la burguesía dependiente criolla lagunera la cual en sus deseos de resaltar su condición de supuestos descendientes de conquistadores en un momento histórico en que el imperio colonial español se desmoronaba inevitablemente en América y el Pacífico, y la extrema miseria en que se encontraba el pueblo español obligaba al Estado de ese país a distraer la atención popular invadiendo parte de nuestro continente. Para hacer aflorar los sentimientos patrióticos y patrioteros hispánicos de la población criolla y del ingente número de funcionarios destinados en esta colonia el  general Weyler ordenó desempolvar dicho proyecto.

   Si creyera en la reencarnación del alma tal como lo entienden algunas religiones hindúes estaría obligado a sumir que la  de Alonso Fernández de Lugo  en una de sus múltiples reencarnaciones abría encontrado su sosías en el general español Valeriano Weyler Nicolau, y que aún continua reencarnándose en busca de la purificación a juzgar por  las actitudes de determinados políticos y militares españoles y españolistas quienes hacen ingentes esfuerzos por continuar manteniendo los preceptos ideológicos coloniales de tan destacados desalmados hasta el presente siglo XXI.

   Veamos unas breves pinceladas de este personaje digno y genuino representante de las tradiciones castrenses españolas.
   Según expone el investigador canario Miguel Leal Cruz: “Sus primeros pasos en el ámbito castrense los dio en el Colegio de Infantería de Toledo y, en 1861, una vez terminados los estudios militares, fue nombrado capitán del Estado Mayor. Dos años más tarde pidió el traslado a Cuba, donde participó en la campaña de Santo Domingo, que le mereció la Laureada de San Fernando por sus muchos méritos. En 1868, ya con el rango de coronel, volvió a Cuba para dirigir el Batallón de Cazadores de Valmaseda.
   Con la proclamación de la Primera República, Weyler luchó contra los carlistas. Derrotó a Santés en diciembre de 1873, lo que le valió el ascenso a mariscal de campo. Durante la Restauración su ascensión prosiguió, fue nombrado teniente general y se le adjudicó la Capitanía General de Canarias, que ocupó durante el período comprendido entre 1878 y 1883. Años más tarde, en 1888, dirigió la Capitanía General de Filipinas, hasta 1893.

   En su vuelta a España sirvió en Cataluña, tratando de sofocar los numerosos atentados anarquistas que se producían en aquella ciudad.”

   El 24 de febrero de 1895 se inició la última guerra por la independencia de Cuba. El Capitán General español, Arsenio Martínez Campos fracasó en su intento de vencer a los cubanos, incapaz de ordenar una guerra de exterminio recomendó se le sustituyera por el General Valeriano Weyler y Nicolau, Marqués de Tenerife. Weyler se hizo cargo del mando en la Isla el 10 de febrero de 1896. Al tomar el mando contaba con 200.000 hombres, de los cuales 80.000 eran voluntarios, españoles y criollos, en tanto que las fuerzas cubanas no pasaban de 30.000.

   En los planes de Weyler estaba acabar con la insurrección en dos años. Su primer objetivo en la isla era aislar al rebelde Maceo, al que consideraba el más peligroso para los intereses españoles al tener este el apoyo de los negros. De esta manera fortificó una línea que atravesaba la isla de norte a sur.

   Pero su plan de aislar a Maceo fue un fracaso. La presencia de Weyler hizo, además, que la Junta de Nueva York decidiera mandar más material y armas a la isla en apoyo de los insurgentes.

   Ante los triunfos de las fuerzas insurrectas en varios puntos de la Isla, Weyler dispuso los denominados Bandos, específicamente, el bando de reconcentración, dictado el 21 de octubre de 1896, obligaba a los habitantes de los campos o fuera de la fortificación de los poblados a reunirse en el plazo de 8 días en los pueblos ocupados por las tropas españolas. De no hacerlo, se les consideraba rebeldes y eran juzgados como tales. La medida se hizo cumplir levantando alambradas y fuertes en ciudades y campos, donde vagaban hambrientos y plagados de enfermedades niños, mujeres, ancianos, todos, como medidas represivas para aislar a la población y a los rebeldes, privarlos de alimentos, medicinas y otros recursos. También declaró el cierre de los establecimientos comerciales, la confiscación de los caballos encontrados en los caminos y la incautación de las cosechas de maíz.

   Estos campos de concentración y de exterminio en 1896 llegaron a albergar a más de 400 mil cubanos y las víctimas de los mismos  llegaron a ser más de 750 mil constituyendo la tercera parte de la población cubana de la época.

   Crónicas locales dan fe de que los reconcentrados morían en las calles y a bordo de los trenes que los transportaban. Otros andaban desnudos por las plazas en busca de comida que no existía, pues todos los víveres iban a parar al ejército metropolitano. Sólo en la localidad de Vueltas hubo 1572 defunciones en menos de medio año.
   España apostaba al terror y a la barbarie y para ello Valeriano Weyler haría gala de su crueldad, la misma que exhibió sin límites en 1868 con el fusilamiento a diestra y siniestra de civiles inocentes, incluyendo menores de edad, y al arrasar caseríos y sembrados.

   Los efectos de aquellos métodos macabros fueron apocalípticos. Sin amparo ni hogar, hambrientos, desprovistos de medicinas o ropas, miles de mujeres, niños y ancianos hormigueaban alrededor de las fortificaciones españolas. No pocas personas estaban hacinadas alrededor de alambradas en torno a las ciudades o vagaban errantes por las calles procurando misericordia.

   Además de las epidemias que por entonces proliferaban -malaria y fiebre amarilla- se sumaron otras como el beri beri, la disentería o males desconocidos, debido a la alarmante depauperación alimentaria y la ausencia de condiciones higiénico-sanitarias.
   La sustitución del genocida Weyler con el propósito de evitar el desastre, provocó la ira de sus seguidores, civiles y militares, en Cuba y en España.  Al grito de “Viva Weyler, mueran los Estados Unidos y la Autonomía” tomaron las calles. Para los españoles y españolistas en Cuba la masacre cubana era vista con alegría cristiana y fervorosamente apoyaron a Weyler.

   Los republicanos españoles, tan integristas como los monárquicos, preferían la pérdida del resto de su imperio, que reconocer el derecho de los cubanos a ser libres e independientes.

   Cuando tras el fracaso de su política de horror y la muerte del ministro Cánovas el tristemente célebre Weyler una vez sustituido por el general Blanco, retornó a Madrid, un poeta de la zona escribió acerca del barco que lo conducía: “si supiera el horror que lleva encima, contra las duras rocas se estrellara”. De esta nueva aventura en Cuba, Weyler regresó a la metrópoli con su patrimonio personal aumentado con 600.000 pesos oro fruto de la rapiña siguiendo las más puras tradiciones  castrenses españolas, pues su salario durante su total mandato fue de 80.000 duros.

   Una vez que el buitre español se vio desposeído de su presa por el Águila norteamericana de cabeza calva  –que es calva precisamente porque también es carroñera-,  decidió aprovechar lo posible de los resto de su caduco imperio en América y Asia, vendiendo Cuba, Puerto Rico,  isla de Guam y Filipinas por 20.000.000 de dólares, mediante el tratado de París de 1898.

   Síndrome del colonizado

   Como he dicho mas arriba la sociedad criolla colonial hizo un ejercicio de voluntaria desmemoria histórica en torno a este nefasto Alonso Fernandez de Lugo. Es bien sabido que tanto individual como colectivamente el ser humano tiene mecanismos psicológicos que le impulsa a  olvidar los sucesos desagradables de la vida, tales como las tragedias, el dolor, el sufrimiento ocasionado por la tortura o la enfermedad  etc., sentimientos que con el transcurso del tiempo se van desvaneciendo en los individuos y en los pueblos, motivando que las victimas acaben perdonando a sus verdugos e incluso convivan con ellos apaciblemente.

   Por otra parte, el colonizador impone sus estrategias desde el poder y  descubre en los colonizados, un comportamiento mimético, híbrido y ambivalente, donde el colonizador participa junto con ellos, en una operación mimicrética (donde el colonizado remeda e imita), de camuflaje, un comportamiento ambivalente del colonizado (entre el remedo y la esperanza de ser como ellos) y la del colonizador (entre el miedo de perder autoridad ante la imitación y el deseo de ver su “grandeza” desde los ojos del vencido).

   El sentimiento experimentado por el criollo de que “todo lo que viene de fuera es mejor” -actitud que es propia de todos los pueblos sometidos- supo plasmarla en una curiosa anécdota el españolista y sacerdote católico profundamente comprometido con la oligarquía canaria, José de Viera y Clavijo, quien nos narra el hecho de la manera siguiente: “Hubo un Comandante General cuya mujer cojeaba ligeramente de un pie, pues bien, las damas de la buena sociedad de Santa Cruz entendieron que la moda en Europa marcaba el caminar cojeando ligeramente, por consiguiente en las recepciones, reuniones y saraos las encopetadas damas andaban todas cojeando como signo de elegancia y distinción”.

   Además, la influencia ejercida sobre los colonizados y criollos por la Pléyade de empleados de la metrópoli, funcionarios, militares y clero, sobre la sociedad colonial es ciertamente decisiva en el desarrollo de los acontecimientos políticos dirigidos desde la metrópoli con el fin de perpetuar la situación colonial, uno de los métodos  empleados consiste como he dicho en inducir en el colonizado sentimientos de gratitud hacia el colonizador, para ello no dudan en falsear la historia creando héroes ficticios supuestos salvadores de los sometidos. Esta táctica empleada en nuestra matria durante siglos por la iglesia católica, fue retomada en plano político y militar por Valeriano Weyler  sirviéndose para ello de la figura del desalmado Alonso Fernandez de Lugo, creando con ello una tradición en los estamentos militares en esta colonia.

   Como ejemplo de lo anteriormente expuesto tenemos la parafernalia que han creado en torno a la expedición en corso llevada a cabo por una escuadrilla británica contra el puerto de Añazu (Santa Cruz) con animo de apoderarse del tesoro proveniente de las rapiñas españolas en América, y que se suponía que estaba resguardado en la plaza de Añazu, esta escuadrilla venía al mando del vicealmirante Horacio Nelson, este intento de golpe de mano, los españoles lo convierten en una invasión, al virrey y capitán general de turno Antonio Miguel Gutiérrez González, (el lector interesado puede consultar una biografía de este personaje en www.canariastelecom.com/benchomo/) hombre ya anciano enfermo y decrepito cuya mayor hazaña frente al desembarco de los ingleses fue el desmayarse ante la presencia de los cuerpos de los asaltantes mutilados por la metralla de los cañones en el “martillo” del muelle, desde donde hubo de ser trasladado a hombros de dos oficiales españoles hasta la seguridad del sótano del castillo de San Cristóbal.

   Pues bien, el colonialismo ha entretejido todo un entramado de falsificaciones históricas e interpretaciones tervirgersadas al objeto de presentarnos a este  manipulado personaje como un héroe salvador de Canarias. Así mismo, se le atribuye la toma de la bandera y caja de guerra (tambor) a los ingleses a un oficial español, otra apropiación de méritos pues el verdadero artífice de tal acción fue el cabo del Regimiento de Milicias de Güímar don Diego Correa, el cual estaba destinado en la batería de la Concepción, éste en el momento del desembarco de los ingleses por la playa de la Caleta, animó a sus hombres, y descalzándose sobre la playa, arremetió contra los invasores y en breves minutos, cautivó a 17 soldados ingleses, que entregó personalmente en el castillo de San Cristóbal, además de varias armas, un cañoncito de campaña y la mencionada caja de guerra, arrebatados a los enemigos. Es posible que fuese el cabo Correa, quien se hizo con la bandera ya que fue precisamente en el sector de playa defendido por Correa donde desembarcaron las tropas provenientes de la fragata Emerald, al mando del capitán Thomas M. Waller. Esta bandera que lleva grabado el nombre del navío de donde procedía, trofeo del que tan justamente nos sentimos orgullosos los canarios, hoy en día, se exhibe en un museo militar español, con otros objetos ganados por nuestras milicias verdaderas defensoras de la plaza a ante los invasores ingleses a los cuales se enfrentaron con poco mas que palos y rosaderas. Pero en fin, hasta aquí la historia colonial siempre la han escrito los españoles y españolistas… Ruego al paciente lector disculpe esta digresión…

No hay comentarios:

Publicar un comentario