viernes, 26 de julio de 2013

LA LUZ LLEGA DEL ESTE





INTRODUCCIÓN
En una visita que el presidente de Portugal, Mario Soares, hizo al Parlamento de Canarias, el 28 de febrero de 1994, abogó por la uni­dad de acción que los archipiélagos de Azores, Madeira y Canarias de­berían presentar respecto a sus demandas ante la Unión Europea.
Esta deseada solidaridad de los tres archipiélagos atlánticos, que el presidente portugués extendió, con generosidad, a las sureñas islas de Cabo Verde, independientes ya de Portugal, marca la realidad insu­lar de estas tierras atlánticas, donde los marinos de los siglos XIV y XV buscaron plantar en ellas el sueño de los poetas antiguos: el de las an­siadas islas felices, que eran el paraíso con el que los dioses premiaban a los muertos, si premio merecían.
Tal glorioso y poético mito del mundo clásico se posó, como vo­landera mariposa, sobre estos archipiélagos, en cuanto las puertas del semidiós Heracles-Hércules lo permitieron para fijar en cualquiera de ellos las makaron nésoi, pero sueños y mitos consisten en no realizarse jamás y en ello está la embriaguez de su encanto. Los hombres antiguos no conocieron las Islas Canarias reales, ni ellos llamaron Islas afortuna­das, Insulae fortunatae, makaron nesoi a las Canarias, sino que estos ar­chipiélagos «macaronésicos» desearon cazar un sueño antiguo y enquis-tarse en una tradición mediterránea y terminal de una cultura europea.
Efectivamente, las Canarias comenzaron a ser pobladas por euro­peos entre el arco temporal que va de 1402 a 1496. Madeira fue con­quistada en 1419 por Juan Gonzalves Zarco y las Azores, hacia 1427, pero Madeira y Azores estaban desiertas. Canarias, tan geográficamen­te cercanas al África, no; su prehistoria es africana, pero su historia es europea y, preferentemente, española.

En los tiempos modernos y turísticos el buen clima de las Cana­rias ha puesto en boga la llamativa frase, que los ingleses llaman slogan, de Islas Afortunadas; si es reclamo, pase, pero ni son tan afortunadas, ni nada tiene que ver su realidad con el mito clásico, como verá el lec­tor más adelante.
Otra frase hecha, también discutible, se suele oír en los discursos más o menos falsos de ciertos políticos o de esos visitantes que pontifi­can de lo que no entienden ni han vivido: que las Canarias son el puente de tres continentes; pero resulta curioso que, no obstante a su cercanía africana, puesto que los cercanos saharianos geográficos, sean de la tribu antigua que fueran (como verá el lector, si leerme quiere), se quedaron apartados de los que emigraron a las Islas, el contacto quedó roto y en Canarias no hay más rastros de la cultura beréber pri­mero, y de la invasora árabe después, que el asiento prehistórico. Fren­te al sur del actual Marruecos, la cultura de este país en nada se ha re­lacionado con las tradiciones isleñas, conforme examinaremos. Las incursiones de Fernández de Lugo a Berbería, primero, y más tarde las del marqués de Lanzarote, que supuso entrada de esclavos moros o sa­lidas de esclavos isleños, si eran los moros quienes saqueaban, es un capítulo más de la Piratería, tan bien estudiada por Antonio Rumeu de Armas, en su obra monumental. La índole de la costa africana frontera tampoco permite intercambios culturales notables.
El tan citado mito de las Afortunadas y el de Heracles-Hércules clásico y las famosas manzanas 'de las Hespérides son mitos clásicos que en las Canarias anidan. Hespérides remonta al griego espera, la ca­ída de la tarde, y Esperta es Occidente; siempre islas del más allá o po­niente griego. El lector puede consultar el libro del profesor de la Uni­versidad de La Laguna, Marcos Martínez Hernández, Cananas en la mitología, 1992, que le informará extensamente sobre el particular.
Al mito medieval céltico de San Borondón he dedicado un capí­tulo en un lejano libro de 1972; es un mito naturalmente marino, los que en las islas prenden, por supuesto; el de la errante y esquiva isla buscada hasta el racionalista siglo XVIII; un mito que pasa a la otra ori­lla al poner su onomástica a una bahía argentina, más abajo del Río de la Plata y que llega hasta Punta Norte: la bahía de Samborombón, así, con su fonética alterada, llevó sus barbas el santo celta al Nuevo Mun­do. Mis amigos argentinos no han sabido decirme qué isleño español o portugués dejó en la orilla de su país la huella del barbudo santo ir­landés. Todo vino a terminar en la gran desilusión: la isla escurridiza […]

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