INTRODUCCIÓN
En una visita que el presidente de Portugal, Mario
Soares, hizo al Parlamento de Canarias, el 28
de febrero de 1994, abogó por la unidad
de acción que los archipiélagos de Azores, Madeira y Canarias deberían presentar respecto a sus demandas ante la
Unión Europea.
Esta deseada solidaridad de los tres archipiélagos
atlánticos, que el presidente portugués
extendió, con generosidad, a las sureñas islas de Cabo Verde, independientes ya de Portugal, marca la realidad insular de estas tierras atlánticas, donde los marinos
de los siglos XIV y XV buscaron plantar en ellas el sueño de los poetas
antiguos: el de las ansiadas islas felices, que eran el paraíso con el que los
dioses premiaban a los muertos, si premio merecían.
Tal glorioso y poético mito del mundo clásico se
posó, como volandera mariposa, sobre estos
archipiélagos, en cuanto las puertas del semidiós Heracles-Hércules lo permitieron para fijar en cualquiera de ellos
las makaron nésoi, pero sueños y mitos consisten en no realizarse jamás y en ello está la embriaguez de su encanto.
Los hombres antiguos no conocieron las Islas Canarias reales, ni ellos llamaron
Islas afortunadas, Insulae fortunatae, makaron nesoi a las
Canarias, sino que estos archipiélagos
«macaronésicos» desearon cazar un sueño antiguo y enquis-tarse en una tradición mediterránea y terminal de
una cultura europea.
Efectivamente, las Canarias comenzaron a ser
pobladas por europeos entre el arco temporal que
va de 1402 a 1496. Madeira fue conquistada en
1419 por Juan Gonzalves Zarco y las Azores, hacia 1427, pero Madeira y Azores estaban desiertas. Canarias,
tan geográficamente cercanas al África, no; su prehistoria es africana, pero
su historia es europea y, preferentemente,
española.
En los tiempos modernos y turísticos el buen clima
de las Canarias ha puesto en boga la llamativa frase, que los
ingleses llaman slogan, de Islas
Afortunadas; si es reclamo, pase, pero ni son tan afortunadas, ni nada tiene que ver su realidad con el mito
clásico, como verá el lector más
adelante.
Otra frase hecha, también discutible, se suele oír
en los discursos más o menos falsos de ciertos
políticos o de esos visitantes que pontifican de lo que no entienden ni han vivido: que las Canarias son el puente de tres continentes; pero resulta curioso
que, no obstante a su cercanía africana,
puesto que los cercanos saharianos geográficos, sean de la tribu antigua que fueran (como verá el lector, si leerme
quiere), se quedaron apartados de los que
emigraron a las Islas, el contacto quedó roto y
en Canarias no hay más rastros de la cultura beréber primero, y de la invasora árabe después, que el asiento
prehistórico. Frente al sur del
actual Marruecos, la cultura de este país en nada se ha relacionado con las tradiciones isleñas, conforme
examinaremos. Las incursiones de Fernández de Lugo
a Berbería, primero, y más tarde las del marqués de Lanzarote, que supuso entrada de esclavos moros o salidas de esclavos isleños, si eran los moros quienes
saqueaban, es un capítulo más de la Piratería,
tan bien estudiada por Antonio Rumeu de Armas, en su obra monumental. La índole
de la costa africana frontera tampoco
permite intercambios culturales notables.
El tan citado mito de las Afortunadas y el de Heracles-Hércules clásico y las famosas manzanas 'de las Hespérides
son mitos clásicos que en las Canarias
anidan. Hespérides remonta al griego espera, la caída de la tarde, y Esperta
es Occidente; siempre islas del más allá o poniente griego. El lector puede consultar el libro del profesor de la
Universidad de La Laguna, Marcos Martínez
Hernández, Cananas en la mitología, 1992, que le informará extensamente sobre el
particular.
Al mito medieval céltico de San Borondón he dedicado
un capítulo en un lejano libro de
1972; es un mito naturalmente marino, los que
en las islas prenden, por supuesto; el de la errante y esquiva isla buscada hasta el racionalista siglo XVIII; un mito que pasa a la otra orilla al poner su onomástica a una bahía argentina,
más abajo del Río de la Plata y que llega
hasta Punta Norte: la bahía de Samborombón, así, con su fonética alterada, llevó sus barbas el santo celta al Nuevo Mundo. Mis amigos argentinos no han sabido decirme qué
isleño español o portugués dejó en la orilla
de su país la huella del barbudo santo irlandés. Todo vino a terminar en la gran desilusión: la isla
escurridiza […]
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