INTRODUCCIÓN
Don Alonso de Nava Grimón, sexto marqués de
Villanueva del Prado, es uno de los personajes más destacados de la historia
canaria, debido al importante papel
político que desempeñó en circunstancias difíciles
y a la integridad y patriotismo de que dio repetidas muestras a lo largo de toda su vida pública. Los historiadores
lo conocen sobradamente y hasta se puede decir
que su recuerdo no se ha borrado en la conciencia de lo que podríamos llamar el gran público de su isla natal
y de Canarias en general. Se le deben, en
efecto, intervenciones decisivas en empresas de
primera importancia, en las que fue siempre precursor entusiasta y en las que gastó abnegadamente su tiempo, sus esfuerzos y su dinero. Todos conocen su conducta
como presidente de la Junta Suprema de
Gobierno formada en Tenerife, en 1808, con motivo de la Guerra de Independencia. Antes había intervenido en la
fundación de la Real Sociedad Económica de Amigos del País de La Laguna y había
acometido solo, sin apoyo y pagando el precio de muchos años de trabajo y de buena parte de su fortuna personal, la empresa
del magnífico Jardín Botánico que, a pesar de haber sido fundado por real decreto, bien puede considerarse como su
obra exclusiva. Más tarde sería uno de los
comisionados que presidirían a la creación y a los primeros pasos de la Universidad de La Laguna. Tuvo una
actuación no menos eficaz en sus numerosas personerías, de las que subsisten como pruebas documentales muchas memorias
de su mano sobre comercio, vinos, montes, emigración y en definitiva sobre
todos los problemas que interesaban la vida material
de sus conciudadanos. Había fundado en La
Laguna el primer montepío de labradores; estudió e hizo las proposiciones encaminadas a organizar en la Isla la enseñanza de primer grado; y prácticamente intervino
en todo cuanto se relaciona con la vida pública de Tenerife en los años que
median entre 1787 y 1828.
No es de extrañar, pues, si el recuerdo de tantos
servicios y de tan eminente personalidad
perdura aún en la memoria de los isleños. El retrato del marqués de Villanueva del Prado sigue presidiendo la sala de sesiones de la Real Sociedad Económica, cuya
biblioteca está formada en su mayor y mejor parte con los libros de este
procer. Una lápida algo arrinconada
recuerda al visitante del Jardín Botánico que todo cuanto ve, tiene su origen en los sacrificios del mismo
personaje, uno de los más representativos
de la Ilustración canaria. Desde este punto
de vista, sus compatriotas no le han sido ingratos.
Pero no se puede decir lo mismo de la obra escrita
del Marqués, que no ha merecido hasta ahora
casi ningún interés por parte de la investigación.
El capítulo que le dedica Agustín Millares Cario en su Bio-bibüografia de escritores naturales de Canarias y los textos inéditos que reproduce B. Bonnet en su historia de La Junta Suprema: he
aquí, si no nos equivocamos, casi todo cuanto
se ha hecho hasta ahora para su fama postuma
como escritor.
Las ra/ones de este silencio son varias al mismo
tiempo que obvias. En primer lugar, el
mismo Marqués no publicó sino muy pocas cosas
durante su larga vida, dejando lugar así a la impresión de que su obra literaria era algo accesorio dentro de sus
actividades y que a él mismo no le
interesaba mucho presentarse delante de la posteridad con esta calidad de
autor, que pocos aristócratas de su época codiciaron. Además, todo cuanto
publicó él mismo no da una gran idea de sus méritos en este campo. Un Oficio del marqués de Villanueva del Prado al Cabildo de Tenerife (1810), que no tiene pretensiones literarias; una traducción parcial, en verso, de Los Mártires
de Chateaubriand, mucho más notable
por la erudición de que hace gala en su introducción que por el estro de su
poesía; una tímida composición poética titulada
La sombra de Amalia (1829), en ocasión de la muerte de la reina: he aquí las obras con que él mismo quiso o
pudo presentarse al público lector. En
fin, sus papeles inéditos, notablemente conservados en la misma Biblioteca antes aludida, ofrecen una montaña abultada de tomos manuscritos, que más bien parece haber
desanimado a los investigadores y en que se mezclan los documentos
personales con las cartas recibidas, la
correspondencia oficial con las poesías, los memoriales políticos o económicos con las relaciones genealógicas.
Pero la causa principal del desafecto de la crítica
parece haber sido un error de óptica del que,
al fin y al cabo, el principal responsable es el mismo Marqués. De las pocas obras que él mismo publicó parece poderse deducir que abrigaba la ilusión de
ser poeta; pero esta ilusión está lejos de
corresponder con la realidad, a menos de […]
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