CAPITULO I
Aún estaban en los árboles las peras Sanjuaneras
cuando madre me trajo al mundo en una cálida
noche del 3 de julio de 1930. En la esquina de
la Avenida Lucas Vega con el Camino de los Perales, de la ciudad de Agüere, en la isla de Chinet o Tenerife
como se la conoce generalmente. Abuela Carmen
había alquilado una pequeña casa que aún existe, para que su hijo Guillermo, mi padre, trajese a su mujer, mi madre, para que diese a luz el primer hijo en la
ciudad de mis antepasados laguneros. Por eso
nací en la vieja ciudad de Agüere, aunque de
hecho fui engendrado en el barrio icodense de Buen Paso en donde madre estaba de maestra escuela.
Tras mi nacimiento, pasé mi primer veraneo, en una
casa que alquiló padre en la Punta de
Hidalgo aunque a padre le gustaba más Bajamar ya que desde su puesto de concejal de Agüere en 1930, había hecho lo posible para que se construyese una piscina
natural en Bajamar, un poco más allá de
donde estaba el viejo motor del agua, claro que no pudo convencer al
ayuntamiento a que dedicase fondos para ello y
fue necesario que en el verano de 1932, madre y unas cuantas amigas suyas veraneantes, montasen un bazar con Cipriana, la
esposa de Fernando Castro, y sacasen Quinientas pesetas, que fue el primer dinero que se sacó de la suscripción
pública de los veraneantes y vecinos para
construir la piscina donde estaba el Charco de los Perros, uniendo el charco del Arroyo y el de la Arena. Mima Rodríguez Benito, que después casó con Antonio
Monteverde, más África Hernández, que después
casó con Arístides Ferrer, todavía solteras, participaron en el bazar vendiendo
rifas y bailando el charlestón con los jóvenes.
A mi padre, como buen lagunero, no le gustaban las
playas de Añaza y eso de bajar a la
capital a bañarse o ir a otras playas de la isla, no le iba. Mientras estuvo en
el Ayuntamiento, luchó por la piscina y cuando
tuvo que entregar el Ayuntamiento, junto con otros concejales, a los nuevos ediles de la República, el 15 de abril de
1931, tuvo el consuelo de saber que a los viejos
laguneros les había entusiasmado la idea de la piscina y que seguirían adelante
con la misma, aunque como digo, si no hubiera sido por el
bazar donde se sacaron las 500 pesetas, aún
hubieran estado esperando muchos años por
los fondos municipales.
Este amor a Bajamar lo compartía padre con mi madre,
Lola, quien como buena hija de Teguise, había
pasado su niñez entre las olas de la Playa de
Famara y La Caleta pues toda la familia por parte de mi madrejgstaba enraizada entfTiteroygakatj isla que otros conocen poiJLanz^otepTsla de los Volcanes. No me extraña
pues, que en este año 1990, cuando madre va por
los 86 añitos, siga yendo todos los años a Bajamar,
durante cinco meses o más, si el tiempo lo permite, aunque ya no es el Bajamar de los años 40 o 50 con aquella magnífica piscina donde entraban los pejes con la marea alta y
el agua era semidulce, pues por entre las
piedras del fondo se filtraba el agua dulce que venía de las montañas. Era muy
agradable en aquella piscina
semisalvaje, ver a los chiquillos y los mayores por la tarde, pescando con sus
cañas los babosos, las fulas y los pejes verdes o cogiendo
lapas en su interior.
Ahora, todo ha cambiado; le pusieron cemento en el
fondo y en los muros al hacer la nueva
piscina; cegaron la antigua, se fabricaron
una pequeña y todo es un mundo árido y artificial de cemento, sin el
antiguo encanto natural. Con el mal tiempo y como la piscina nueva está mal orientada contra las olas, se forma un rompiente
y cada año la mar destroza la piscina, quita las vallas de hierro y salta hasta los linderos del bar. Al otro
lado han hecho un muelle de piedras
muy mal hecho, que cada año sirve para que el ayuntamiento dé un poco de dinero a sus amigos contratistas para […]
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