El
sol iluminaba la testuz de Tenerife y pronunciaba aún más su perfil indómito. Los celajes
desgarrados por la marcha del avión se perdían
hacia el mar y dejaban limpia la superficie
silvestre y cultivada, las agrupaciones
urbanas y los profundos barrancos, los acantilados y la mansa playa dorada, protegida por una barra de
escollera y sembrada de cocoteros enanos y
palmas chaparras. «Señores pasajeros:
dentro de unos momentos tomaremos tierra en el aeropuerto Tenerife-Norte. Les rogamos hagan uso de su cintu-rón y no fumen hasta que lleguemos al edificio terminal. Recuerden si llevan consigo todo su equipaje y objetos personales. Les deseamos que hayan tenido buen vuelo y esperamos verles nuevamente a bordo. Por favor,
indiquen a nuestro personal de tierra si tienen intención de enlazar con otro vuelo. Gracias».
Cuando la voz afectada repetía la consigna en
inglés, me fijé en mi compañero […]
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