lunes, 8 de abril de 2013

SIGNOS TEMPLARIOS EN TORNO AL PLANETA EN RELACION CON CANARIAS




Prólogo
Escribo este libro para reivindicar a los templarios, a quienes les tocó sufrir el tiempo atroz en que todo quedó fraccionado. Pongo a un lado las profecías y dedico estas páginas a los signos, ritos, mitos y religiones que me han interrogado y desafiado desde su aparente mudez. Así como el Quijote, Amadís de Caula, el Bernardo del Carpió, Lope de Vega del Barroco y los demás escritores y romances de la caballería des­pertaron la imaginación de los hombres de todas las edades durante siglos, los signos me han mostrado cuan desconocida es la intrahistoria, esa pe­numbra apenas iluminada en las bibliotecas del universo. Los signos han hecho de mí el investigador que he sido y soy. Por eso, y porque no hay caballeros que se igualen a aquellos que llevaron los símbolos de la Orden Templaría, pongo por delante las palabras del poeta: "No he de callar/por más que con el dedo/ira amenaces/o amen­aces miedo".Y una vez dicho esto, yo, Antonio de la Nuez Caballero, do­miciliado en Gran Canaria, de profesión escritor, me declaro en plenitud de mis facultades provocadoras y pregunto al lector qué tienen en común el esoterismo y los ovnis con los templarios y los canteros que contribuye­ron a construir la iglesia de Santa Ana en Las Palmas; qué conecta a los arawacos de Venezuela con el Diccionario Chino, los sellos de los caballe­ros de Cristo con las manifestaciones lúdicas de la Edad Media o, en fin, a Canarias con el resto del Universo sígnico sembrado por aquellos caballe­ros aún después de ser destruidos.
Esta labor de descifrar lo que unos se empeñaron en cifrar y otros en des­baratar y ocultar compromete a no terminar nunca con ella. A veces ten­dré que subir por las diversas ramas que cualquier signo tiene, a menudo convertido en símbolo universalmente reconocido o desconocido, como es el caso de la esvástica, bastardizada por los nazis. Innumerables opinio­nes, artículos, revistas y libros me han precedido en esta labor. Escribo en homenaje a aquellos que a lo largo de los siglos y a lo ancho del planeta han empuñado la piedra, el cincel, la brocha o la pluma en to­da clase de monumentos y materiales. Son obras del ser humano en su empeño por dejar la huella de su paso.
Y escribo sobre signos porque se lo debo a la memoria del jesuíta Juan Otazu, a quien conocí en su habitación del bajo de la Calle de los Reyes, en Vegueta, justo cuando estudiaba la literatura medieval. Otazu descubrió -y a veces lo mencionaba desde el pulpito- la tergiversación de ciertos textos clásicos; denunció la canonización de pretendidos santos como san Clemente de Alejandría, y de otros que simbolizan aspectos de la historia religiosa más bien dudosos que santos, como san Jorge o san Cristóbal; en fin, el padre Otazu, ya fuera de viva voz durante nuestros paseos por la Carretera Vieja, o en los escritos que en parte me dejó, puso en entredicho la historia de la Conquista y la Reconquista tal como ha sido contada, me enseñó que el sanjuanismo es la materia prima religiosa de los templarios

En torno al signo deIYin, oro y diamante[…]

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