Prólogo
Escribo este libro para reivindicar a los templarios,
a quienes les tocó sufrir el tiempo atroz en que todo quedó
fraccionado. Pongo a un lado las profecías y dedico estas páginas a los
signos, ritos, mitos y religiones que me han interrogado y desafiado desde
su aparente mudez. Así como el Quijote, Amadís de Caula, el Bernardo del
Carpió, Lope de Vega del
Barroco y los demás escritores y romances de la caballería despertaron la
imaginación de los hombres de todas las edades durante siglos, los signos me
han mostrado cuan desconocida es la intrahistoria, esa penumbra apenas iluminada en las bibliotecas del
universo. Los signos han hecho de mí el investigador que he sido y soy. Por
eso, y porque no hay caballeros que se igualen a aquellos que llevaron los símbolos de la Orden Templaría,
pongo por delante las palabras del poeta:
"No he de callar/por más que con el dedo/ira amenaces/o amenaces miedo".Y una vez dicho esto, yo, Antonio
de la Nuez Caballero,
domiciliado en Gran Canaria, de
profesión escritor, me declaro en plenitud de mis facultades provocadoras y
pregunto al lector qué tienen en común el
esoterismo y los ovnis con los templarios y los canteros que contribuyeron a construir la iglesia de Santa Ana en Las
Palmas; qué conecta a los arawacos de Venezuela con el Diccionario
Chino, los sellos de los caballeros de Cristo con las manifestaciones lúdicas
de la Edad Media
o, en fin, a Canarias con el resto del
Universo sígnico sembrado por aquellos caballeros aún después de ser
destruidos.
Esta labor de descifrar lo
que unos se empeñaron en cifrar y otros en desbaratar y ocultar compromete a no
terminar nunca con ella. A veces tendré que subir por las diversas ramas que
cualquier signo tiene, a menudo convertido en símbolo universalmente reconocido o
desconocido, como es el caso de la esvástica, bastardizada por los nazis.
Innumerables opiniones, artículos, revistas y libros me han precedido en esta
labor. Escribo en
homenaje a aquellos que a lo largo de los siglos y a lo ancho del planeta han
empuñado la piedra, el cincel, la brocha o la pluma en toda clase de monumentos y
materiales. Son obras del ser humano en su empeño por dejar la huella de su
paso.
Y escribo
sobre signos porque se lo debo a la memoria del jesuíta Juan Otazu, a quien
conocí en su habitación del bajo de la
Calle de los Reyes, en Vegueta, justo cuando estudiaba la literatura
medieval. Otazu descubrió -y a veces lo
mencionaba desde el pulpito- la tergiversación de ciertos textos clásicos; denunció la canonización de
pretendidos santos como san Clemente de Alejandría, y de otros que simbolizan
aspectos de la historia religiosa
más bien dudosos que santos, como san Jorge o san Cristóbal; en fin, el padre Otazu, ya fuera de viva voz durante
nuestros paseos por la
Carretera Vieja, o en los escritos que en parte me dejó, puso en
entredicho la historia de la Conquista y la Reconquista tal como
ha sido contada, me enseñó que el sanjuanismo es la materia prima religiosa de
los templarios
En torno al signo deIYin, oro y
diamante[…]
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