OBSERVACIONES
En mi anterior libro Topónimos Tinerfeños (edición
austríaca, enero 1981), aporté 547 nuevos topónimos,
los cuales no figuraban en los Monumento, Linguae
Canariae, de Dominik Josef Wólfel. Dichos topónimos
fueron luego incluidos por el grancanario Francisco Navarro Artiles, en su excelente Diccionario de la Lengua
Aborigen Canaria (Teberite).
En la presente edición de Toponimia
Guanche (Tenerife) figura un total de 1.372 topónimos aborígenes de Tenerife: o sea, 825 nuevas voces aportadas (no
recogidas en los Monumento
Linguae Canariae, ni tampoco en el indicado Diccionario Teberite), amén
de los citados 547 vocablos en la
edición austríaca. […]
PROLOGO
De vez en vez y desde lo más hondo de mi pensamiento aflora aquella curiosa suposición abonada y avalada por el padre Espinosa en la que el buen fraile dominico admitía la descabellada posibilidad de que los primeros que vinieron a
esta Isla y la tomaron como aposento lo hicieron
con las lenguas cortadas como castigo de romanos: "... y que en
castigo del hecho, por no matarlos a todos,
les cortaron las lenguas..." (Espinosa, ídem, página 32). Ni aun siendo cierta la tesis de fray
Alonso podríamos terminar
concluyendo que los descendientes de los tan bárbaramente mutilados nacieron sordos y mudos. Desde luego aquella manera de pensar del excelente
cronista no es en nada ajena al alimento de una pasión innata de aquel que se vio atrapado entre la realidad -a
veces desvirtuada por unas profundas
creencias religiosas-, la leyenda
e, incluso, la fábula. Sin duda, aun echando en falta un rigor histórico que nos llegaría mucho más
tarde en el tiempo, lo aseverado por
Fray Alonso nos libera de las ataduras
y servidumbres de la ciencia y permite que dejemos volar nuestra imaginación con el exclusivo e irrefrenable deseo de otear desde lo alto esos
inescrutables vericuetos que
conforman el laberinto de unos silencios que, celosa e inevitablemente, impiden que cojamos el extremo de ese hilo conductor que habría de
conducirnos a uno de nuestros sueños
más anhelados: el pleno y necesario
conocimiento de la antehistoria de Canarias. No obstante, y a pesar de este mi pesimismo de partida,
admito sin ningún tipo de restricciones
que debieron ser muchos los lugares de
nuestra pétrea geografía en los que reverberaron
los ecos de unas voces sencillamente elementales, frescas y cabales. Que alegrías y penas debieron cantar y contar porque, como cualquier otro
pueblo conocido, los guanches no
podrían ser la excepción al gozo y
sufrimiento humanos.
Del poema épico de Antonio de Viana afirmó Menéndez Pelayo que era obra o creación imperfectísima por
contener demasiadas circunstancias prosaicas y demasiada
fábula para ser aceptada desde el punto de vista del rigor histórico.
Lamentablemente es esta la tónica general de los
autores clásicos y, de ahí, esa nuestra dependencia y
limitación actuales para poder encontrar sentido allí donde no lo hay ni, presumiblemente, ha de haberlo. Es por eso que cuando copiamos de Viana sólo consigamos reafirmarnos en la imposibilidad de reencontrarnos con el lenguaje de los primitivos pobladores de las Islas. Observen qué difícil
nos lo pone el poeta que fuera bautizado en la Concepción
lagunera el 21 de abril de 1578 cuando escribe:
175
facilitar a veces lo difícil
Pero repugna a esta razón dudosa la diferencia de sus variadas lenguas, de costumbres y modos de
república.
[…]
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