Josefa Falcón Abreu
Cuentan que venían con sus cestas de pescado a la cabeza desde la Playa de San Marcos, desde la Punta Marrero, la
costa de Buen Paso o la de Santo Domingo. Eran estas mujeres, las vendedoras de
pescado, que llegaban siempre caminando por veredas, cortando por los atajos,
pregonando su pescado…Que casi ponían música a ese pregonar, hacían una letra
monótona y continua con los nombres del tipo de pescado y pregonaban con
fuerza, con ganas, aunque estuvieran cansadas no se rendían. Que había cierto
pique entre ellas y corrían para llegar antes a las casas donde ya la gente les
esperaba plato en mano. Que madrugaban para llegar a los desembarcaderos y ser
las primeras en salir con sus pesadas cestas a la cabeza adornadas con verdes y
frondosos helechos que aún le daban mejor aspecto al pescado, aunque fresco lo
era, pescado en nuestras costas. Sacrificada era la vida de ellas que luego
volvían a sus casas y tenían que hacer las tareas domésticas, y sacrificada la
vida del pescador, el de ahora y más aún el de antes. La mar es a veces muy
traicionera y se cobra muchas vidas. Ellos se exponen cuando la mar está brava,
porque es su medio de vida y tienen que salir a faenar, algunos de ellos
salieron y no volvieron, bien porque se los llevó la mar o porque fueran
asaltados, en la historia más reciente recordemos la tremenda tragedia del
”Cruz del Mar”, en la que siete pescadores lanzaroteños murieron a manos de
quienes les asaltaron un 28 de noviembre de 1978 en aguas saharianas, penosa
historia esa que llenó de tristeza al pueblo canario. Pero volviendo a ellas, a
las vendedoras de pescado, me cuentan que eran generalmente familiares de los
pescadores, era aquel como su pequeño negocio que les permitía vivir y sacar
adelante a sus familias, ellos pescaban y ellas vendían, era de las pocas cosas
que en esa época la mujer podía hacer fuera de su casa, trabajar entonces
significaba para la mujer llevar la casa y la familia, ser madre y esposa. Para
quienes ahora compramos el pescado en las pescaderías esto resulta algo
curioso, debía ser muy duro subir desde la costa cargadas con sus cestas,
recorrer pueblos y barrios para poder venderlo, ahora en cambio sale de la mar,
se carga en los coches y se lleva directamente a las pescaderías y de allí a
nuestras mesas. Entrañables y duras sus historias, es el antes y el después de
un oficio, de uno de tantos oficios de nuestra gente de antaño, ahora nos
quejaríamos si tuviéramos que hacer caminando lo que ellas hacían, nos
acostumbramos a la comodidad, esa comodidad que llegó con el progreso y, bueno,
que a todos nos gusta…Buen día amigos…
24-4-2013.
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