Como es bien conocido, la Real Sociedad Económica de Amigos del País de Tenerife, establecida en San Cristóbal de La
Laguna en 1777 y en cuya fundación
desempeñaron un papel relevante José Van de Walle de Cer-vellón, Manuel
Pimienta y Oropesa, Tomás de Nava y otros ilustrados, comenzó
su andadura con brío notable e intentó ser fiel a los postulados de la Ilustración, interviniendo en los campos más
variados de la vida insular y regional, aportando ideas, sugiriendo
soluciones a sus múltiples problemas y, sobre todo, demandando para Canarias el
respeto a sus singularidades. Impulsos iniciales que se fueron atemperando con
el paso del tiempo.
Más tarde, en el siglo xix, alternó etapas de gran
actividad con otras de marasmo. Algunas
de estas últimas tan acusadas, que estuvieron a punto de hacerla desaparecer.
Sin embargo, el espíritu inicial de trabajar por el engrandecimiento del país que siempre ha anidado en algunos de
sus miembros más significados,
permitiría superarlas y alcanzar la centuria actual, de etapas igualmente difíciles, solventadas gracias al talante
de quienes continuaban imbuidos del ideal de
servicio a la sociedad canaria que determinó su fundación.
Paradójicamente, la tradición, que sin duda ha contribuido a cimentar
su permanencia, ha sido también la causa de algunos de sus períodos de amenazadora
zozobra. No por ella misma, sino porque en ocasiones ha llegado a confundirse
con el inmovilismo... Éste, entre otros, ha sido el caso de una de sus
secciones más importantes —la de archivo, biblioteca y hemeroteca—, cuyo
progresivo estado de deterioro, originado por las acusadas deficiencias de las antiguas instalaciones donde se hallaba y
la longevidad de los propios fondos, motivó que unas pocas personas
vinculadas a la misma, a principios de la
década de los ochenta, decidieran iniciar una serie de estudios prácticos
destinados a su salvación. Fueron, no obstante, unos intentos tímidos —condicionados por diversas circunstancias e
incomprensiones—, pero fundamentales
por haber contribuido a crear un necesario grado de concienciación. Movimiento a través del que Manuel de Quintana
Sáez, su principal impulsor, pretendía
adecuarla a los tiempos actuales sin renunciar, en ningún momento, a su bagaje, y en el que el inolvidable
Leopoldo de la Rosa Olivera implicó desde los
primeros momentos a uno de nosotros. Luego, en la etapa del director Leoncio Afonso Pérez, se realizaron
algunos trabajos puntuales, pero ha sido en los últimos años,
durante la dirección de Sebastián de la Nuez
Caballero, cuando el programa trazado en su día ha comenzado a llevarse a la práctica con evidente eficacia.
Los planteamientos de partida estaban claros: la
Económica debía seguir siendo un órgano
práctico de debate y reflexión sobre los problemas insulares, pero también
servir a la sociedad desde otras vertientes, acordes con su propia realidad y las nuevas demandas de la misma.
Por ello precisamente, entendimos desde
antes de iniciar nuestro trabajo, que la responsabilidad contraída al aceptar los legados documentales y
bibliográficos que hoy custodia, la
obligaban a contribuir al enriquecimiento cultural de las Islas, facilitando
su estudio responsable y el acceso al resto del patrimonio que atesora, reunido a lo largo de sus doscientos veinte años de
vida.
Este último ha sido el objetivo que ha conducido a
la catalogación de su patrimonio artístico, a la de los fondos bibliográficos
en castellano y en francés del legado de
Nava —en el mandato del profesor Afonso Pérez—, así como a la organización de la hasta hace pocos años inexistente sección
de hemeroteca, cuya colección de periódicos y
revistas —canarios, peninsulares, europeos y
americanos— comprende una cronología que abarca desde finales del siglo xvm hasta la actualidad.
Al propio tiempo, se han adecuado sus instalaciones
—económicamente financiadas por CajaCanarias—,
siguiendo un plan de trabajo surgido de la conjunción de ideas de un equipo
interdisciplinar, compuesto por especialistas en arquitectura, archivística, biblioteconomía, conservación y
restauración documental. Labor
fundamental en lo que consideramos sólo una primera fase, que confiamos sea continuada y potenciada utilizando las posibilidades abiertas por las nuevas tecnologías.
Todo ello, claro está, complementado con el
establecimiento de un horario adecuado a las demandas de los estudiosos, así como con la actuación
cultural inherente a los archivos y bibliotecas de sus características.
Precisamente la obra que presentamos, elaborada a lo
largo de los últimos años, tiene la indicada finalidad: facilitar la
investigación, mediante la descripción de los centenares de documentos y
publicaciones reunidas durante su dilatada
vida por el jurista y sacerdote Don José Rodríguez Moure. Muchísimos de ellos,
procedentes de los archivos de Núñez de la Peña, Viera y Clavijo, hermanos Guerra, Nava, Tavira, Martínez
de Fuentes, Dugour, Pe-reira Pacheco y
otros eruditos. Documentación de muy difícil consulta hasta el momento, dadas sus
características y lamentables condiciones de organización, que tras una larguísima y ardua tarea de indentificación,
ordenación
[…]
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