domingo, 21 de abril de 2013

TAGANANA, UN ESTUDIO ANTROPOLOGICO SOCIAL





Las Canarias o Fortunatae ínsulas (términos que traducen los equivalentes en griego) fueron objeto de atención y curiosidad por parte de gentes y pueblos tan diferentes como griegos, latinos, árabes, mallorquines, genoveses y vizcaínos ya antes de ser absorbidos por Castilla. Lo fueron también, por razones distintas, de los primeros conquistadores y pobladores hispanos; las crónicas, relaciones o his­torias que escribieron Alonso Jaimes de Sotomayor, Juan Rejón, Ló­pez Ulloa, Gómez Escudero, etc., dan fe de esa preocupación, y de paso, nos dejan materia etnográfica a través de la que podemos espi­gar elementos o aspectos de la ecología prehispana -en la que ya de­tectamos el problema del agua-, de la demografía, caracterización nativa, divisiones internas y estratos sociales, artesanía, formas sagra­das y lengua. La crónica versificada de Antonio de Viana titulada Antigüedades de las islas de Canaria, publicada por primera vez en 1604 refiere aspectos de la españolización -aculturación diríamos en Antropología- de los indígenas y nos regala un buen número de noti­cias basadas todavía en la tradición oral nativa que aún perduraba al caer la decimosexta centuria.
El libro que el lector sostiene ahora en su mano implica y hace resaltar una nueva modalidad de atención, una profunda, intensa y diferente preocupación por lo canario: la antropológica. El antropó­logo en esa espléndida aventura en solitario que es la investigación de campo, se desplaza a una comarca y convive, al menos por un año, con los vecinos de una comunidad desconocida, ajena. Allí y provisto de una sofisticada tecnología metodológica somete a trata­miento imaginativo la extraña riqueza de toda y cualquier costum­bre, faena, rito, valor, intercambio, institución u ordinario y mi­núsculo quehacer. A través de su paciente observación creadora en­cuentra un pattern significativo en la aparente superficialidad, en la monotonía. Conoce la realidad antropológica porque la sabe ver.
Saber ver es una de las principales características del autor de esta monografía; y porqué él lo ha captado a través del telescopio histórico y de concentrados cióse ups nos lo hace visible también a nosotros sus lectores. Fundamentado en la roca dura de la ecología nos muestra una fascinante película de la cultura material, de la casa y su significado, de los ciclos de producción y distribución y de las relaciones laborales. Particularmente interesantes son las páginas so­bre cooperación local, reciprocidad y comensalidad; muy antropoló­gicas las dedicadas al análisis de la dialéctica campo/ciudad, de la oposición de los principios masculino/femenino y de la simboliza­ción espacial; y muy sugestivas, rezumando imaginación visual y au­ditiva, las que analizan los lloros, el zorrocloco, la nomenclatura del parentesco y la institucionalización de la envidia. Como resultado fi­nal podemos nosotros también presenciar, desde nuestra butaca de lectores, la continuada incidencia del desarrollo del capitalismo en el interior de esta comunidad canaria.
Pero hay algo más. El eco que proviene de estas páginas va mu­cho más allá de la relativa importancia de esta pequeña comunidad, o en otras palabras, de cualquier rural comunidad en cualquier rin­cón hispano. El profesor Galván no nos ofrece aquí en realidad y so­lamente, un estudio de un pueblo sino algo más importante: un aná­lisis antropológico de un problema-tipo, general, de suprema actuali­dad. Y nótese algo a primera impresión paradójico: precisamente a través de la investigación de problemas empírico-teóricos a nivel ge­neralizante y generalizable, podremos detectar y ahondar en lo parti­cular y específico, en lo canario o local en este caso.
Necesitamos de numerosas investigaciones, y publicaciones como ésta para comenzar a conocer algo que ignoramos: qué es lo determinante y preciso, lo clasificatorio y peculiar, y a qué niveles, de lo canario. Esta densa y bien articulada monografía servirá, estoy seguro, de modelo, en este magnífico empeño.
Puebla de Alfil dé primavera de 1980.
Carmelo Lisón Tolosana


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