Eduardo Pedro García Rodríguez
1580 Septiembre.
La cuarta estancia de don Alvaro
de Bazán, almirante y capitán general del mar Océano y primer marqués de Santa
Cruz en Canarias. Sabíase en Lisboa por septiembre de 1580 que se hallaba en
camino hacia Portugal, costeando el sur de África, la flota de la India, cargada de riquísimos
tesoros, y sabíase también que el pretendiente don Antonio, necesitado de
aquellas riquezas, había enviado aviso a las islas Terceras para su detención y
captura.
Comprendiendo Bazán cuánto
contribuiría a la pacificación general el estorbar esta presa, decidió
anticiparse en el camino y salió al encuentro de la flota. Como las islas
Azores y la de la Madera
no se hallaban todavía sometidas a Castilla decidió apostarse para este efecto
en las Islas Canarias, visitando con tal motivo La Gomera. La suerte le acompañó
en su difícil tarea, y dando alcance a la flota de la India la protegió con sus
diez galeones de guerra y la condujo empavesada y triunfante a Lisboa, donde el
duque de Alba hizo entregar los caudales a sus propietarios, reservando la parte
perteneciente al rey.
Pero si la metrópoli lusitana
había quedado sometida al soberano español, tras de la brillante campaña de
1580, quedaban todavía por sojuzgar las islas del Océano, Azores, Madera y Cabo
Verde y los inmensos dominios coloniales de Portugal. Ello fué obra de tiempo,
de sagacidad y de hábil táctica o de enérgica acción militar, que atrajo
lentamente a la unidad imperial hispánica las diseminadas factorías, posesiones
y vastos dominios de Portugal.
Esta acción se vió contrarrestada
por la intromisión armada de Francia, que trató por todos los medios de impedir
la sumisión de las colonias o proyectó sublevarlas tardíamente en favor del
pretendiente don Antonio.
Está probado que los navíos
franceses visitaron en 1581 el Brasil, las islas de Cabo Verde y el castillo de
Elmina, y tal dispersión de buques explica la alarma ininterrumpida en que se
vivió durante ese año en Canarias y los constantes avisos que recibieron sus
autoridades sobre el paso de embarcaciones y escuadras con el estandarte de las
lises por entre las aguas isleñas.
Destacaron por su resistencia a
admitir la dominación española-quizá por su misma cercanía a la metrópoli y la
esperanza de recibir socorros de Inglaterra o Francia- la isla de la Madera y las islas Azores.
La ocupación de la primera se
puede considerar como un episodio de la historia militar de las Canarias, ya
que fue llevada a cabo por don Agustín de Herrera y Rojas, primer conde de
Lanzarote, sin más ayuda que sus propias huestes. Este hecho, cuya cronología
no vemos precisada en ningún historiador de la época ni moderno, tuvo que ser
posterior a mayo de 1581, en que el conde moraba todavía en Lanzarote, y
anterior a novíembre del mismo año, en que ya la isla estaba pacificada por
completo.
Recibidas en Lanzarote las
órdenes reales expedidas desde la corte honrando a don Agustín de Herrera con
tal comisión y servicio, éste dispuso sin pérdida de tiempo la invasión de la
isla de la Madera. Para
ello preparó un pequeño ejército, reclutado entre sus propios vasallos y armado
y sostenido a sus expensas, y se hizo a la mar con el rumbo indicado.
La isla fué asaltada sin
dificultad por los lanzaroteños, y en pocos días sus villas, fortalezas y
campos quedaron pacificados y sumisos a su nuevo señor y rey.
Tal hecho salvó casualmente de
las garras de los sublevados uno de los mejores galeones españoles de la flota
de Indias, que al mando del maestre sevillano Andrés Felipe tuvo que refugiarse
malparado en Funchal en el mes de noviembre de 1581. En el acto dispuso don
Agustín de Herrera que fuese desembarcado todo el oro, plata y mercaderías que
conducía la nao, llamada La Gallega con tal
acierto, que a los pocos días zozobraba la embarcación sin posible remedio.
El conde de Lanzarote dio
entonces aviso del suceso a la corte, que estaba de jornada en Lisboa, y el
marqués de Santa Cruz dispuso al momento que uno de sus mejores capitanes, Juan
Martínez de Recalde, se dirigiese a la Madera a recoger el tesoro. Dos galeones de la
flota de Bazán hicieron con este fin la travesía hasta Funchal, mas
persiguiéndolos la desgracia se vieron batidos, cuando apenas habían zarpado
con el oro, por un terrible temporal que los puso en inminente riesgo de
zozobrar.
A la capitana se le abrió una vía
de aguas y Martínez de Recalde apenas pudo mantenerla a flote desprendiéndose
de casi toda su carga, ya que tuvo que echar por la borda la artillería más
abundante cantidad de cueros y lanas. En este estado pudo Recalde irse
acercando a las Canarias hasta hacer su aparición, destrozado y maltrecho, en
San Sebastián de La Gomera
en los primeros días de diciembre de 1581.
Esta fué la .estancia en La Gomera de Juan Martínez de
Recalde, a la que aluden, con evidente confusión, algunos de los historiadores
locales.
Tanto el conde de La Gomera como su gobernador
Diego de Cascante se desvivieron por atender a sus huéspedes, iniciándose la
reparación de los navíos, que fué larga, difícil, costosa y provisional.
En un principio se creyó
imposible llevarla a cabo porque los buques necesitaban no sólo ser reparados,
sino carenados y no había disposición para hacerlo en ninguna de las islas,
dado el enorme tamaño y tonelaje de los galeones hispanos. En ese sentido
escribió a la corte el maestre Andrés Felipe, recomendando en 5 de diciembre de
1581 el urgente envío de naos pequeñas y fuertes para recoger el tesoro. Más,
sin duda, Martínez de Recalde supo superarse con la ayuda y favor del conde de La Gomera, ya que logró
disponerlos, por lo menos, para ser remolcados. El 28 de enero de 1582 el Rey
escribía desde Lisboa, agradecido, al conde de La Gomera anunciándole la
partida para convoyarlos de otros buques de la flota española, y le incitaba de
paso a reclutar entre sus vasallos el mayor número posible de marineros que,
tras de servir en los navíos apostados en su señorío, pudiesen hacerlo luego en
la expedición a las islas Terceras, que se estaba preparando.
De esta manera concluyó la
estancia en San Sebastián de La
Gomera del famoso marino y subordinado de Bazán, Juan
Martínez de Recalde, quien partió con los gomeros enrolados en las
tripulaciones para servir a Felipe II en la expedición contra las Azores.
En cuanto al mando del conde de
Lanzarote en la isla de la
Madera, con título efectivo de capitán general de ésta y de la Porto Santo, duró dos
años, pues a finales de 1583 se reintegraba a su señorío privativo, al hacer
dejación del mando en el nuevo gobernador nombrado por el Rey, Juan de Aranda.
(En: A. Rumeu de Armas, 1991)
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