PROLOGO
SITUACIÓN
POLÍTICA
La
vida política española del siglo XIX conoció una guerra civil,
dos monarquías absolutas, una República y una monarquía parlamentaria. Canarias, a pesar de encontrarse
alejada geográficamente del
continente, no fue ajena a todos estos cambios; además, vivió los inicios de
lo que luego se llamaría pleito insular.
La situación política que nos interesa, la que conoció el autor cuando arribó a estas tierras, tiene su origen en la
Revolución acontecida en septiembre de 1868.
España estaba
inmersa en una política absolutista, al frente de la cual se encontraba Isabel II y que había llevado al país a una profunda crisis económica. Muchas provincias españolas, hartas del trato al que eran sometidas por parte del régimen
Borbón, se alzaron en contra de la dinastía y
la derrocaron. Estos hechos (septiembre de 1868) fueron conocidos
en las islas el 5 de octubre de aquel año,
cuando llegó el vapor mercante Cádiz a aguas canarias. Inmediatamente, se construyeron nuevos gobiernos
autónomos que seguían medidas
liberales y revolucionarias. Pero pronto se observó que el partido
liberal estaba divido en dos tendencias: una que asociaba las ideas de libertad y progreso con la institución monárquica,
y otra que soñaba con implantar un organismo republicano. Esta segmentación lo hizo débil frente al
ministerio provisional central que
intentaba contener tales tendencias progresistas. A esto hay que añadir que los políticos que gobernaban
en las islas antes de la Revolución se resignaban a perder influencia,
de modo que no desaparecieron de la escena política.
A principios de 1869, se convocó al pueblo a unas
elecciones generales, que ganaron los
moderados quedando excluidos los candidatos republicanos. Este resultado fue
fruto de la incapacidad de éstos de hacer
entender al pueblo que ellos eran los auténticos artífices de la naciente democracia; y así, las gentes, temerosas aún del régimen cacique imperante en la época, se
decantaron por la sección más conservadora.
De regreso en el poder, los moderados eligieron a un
nuevo rey, Amadeo de Saboya (tercer hijo del rey de
Italia), que, lejos de imponer un
autoritarismo, intentó aunar las distintas comentes ideológicas. Viendo que sus esfuerzos chocaban con una
nobleza hostil y con un pueblo ignorante,
renunció a su cargo el 11 de febrero de 1873.
Ante esta inesperada decisión, las Cámaras no tuvieron otra opción que proclamar la República como única forma
de gobierno en aquellos momentos. Pero ésta
tuvo una corta vida. En 1874, la división de
opiniones en el seno del bando liberal llevaba al país a la debacle. Algunos
jefes políticos se convencieron de que su utopía de federalismo era imposible entonces en España y de que sólo podía aspirarse a una república unitaria, que
sustituyera a la figura del rey con un
presidente electo. Otros, por el contrario, defendían la postura del triunfo
del cantonalismo, de la disolución del Estado y el fraccionamiento de todas las provincias. Ambos argumentos se llevaron a debate ante la Asamblea de representantes
el 2 de enero de 1874. Ese día, el general
Pavía irrumpió en el salón del Congreso con sus soldados y dispersó a los allí presentes empleando la fuerza argumentando que se trataba de personas
incapaces de representar a la nación, dispuestas a cometer actos de
verdadera demencia. Al día siguiente,
auspiciado por el general, se formó un nuevo
gobierno formado por políticos escogidos de entre las fracciones liberales, pero dejando de lado a
anarquistas y a federalistas. La
noticia fue acogida con enorme desconsuelo en Canarias, donde el partido republicano había avanzado
enormemente en las principales
ciudades de las islas. Avergonzados del fracaso de su pri-[…]
No hay comentarios:
Publicar un comentario