EVOCACIONES A MODO DE PROLOGO
Unas veces, lo que hoy constituye nuestra pasión o
parte inseparable de nuestra vida surgió
de forma inesperada y por sorpresa, sin nexos ni antecedentes vitales que lo justifiquen. Otras veces lo
debemos a un encuentro casual, o a un
reencuentro que despierta antiguos atavismos que están en nosotros, sin advertirlos. Esto suele suceder en el
mundo de la presa, como explicaré a través
de las siguientes evocaciones.
La Laguna, mi ciudad de adopción. Años cincuenta. Un
barrio de las afueras, más rústico que
urbano. Las fincas y las haciendas, las explotaciones agrícolas,
los establos, el ganado y los perros entremezclados con los pequeños talleres artesanos, las tiendas, el escaso
tráfico, el tranvía y los chicos que vamos y venimos del colegio a los juegos más diversos. Inviernos fuertes y
veranos calurosos.
Frente a mi casa, junto a mi calle, un extenso
huerto labrado y cuidado por los medianeros
de la familia Pinto. Trabajo enteramente dedicado al campo y al ganado basto de la tierra. Acompañando siempre a don Manuel
"el medianero", labrador y
administrador de la finca, su perro "Sultán". Un perro de presa, de manto verdino-gris, que nos
causaba a los muchachos tanta curiosidad como
temor. Era un perro extraño para nosotros, pues sus orejas estaban recortadas
en punta y era diestro, obediente y contundente. Siempre tuvo don Manuel un perro, que yo recuerde. Fue
"Sultán", inadvertidamente, mi primer
contacto y conocimiento del mundo del presa.
En el extremo de la calle, colindando con el barrio
vecino, se hallaba el molino o
"molienda de gofio" de don Pedro Palmero, personaje de amplia familia que compartía su trabajo de molinero con las
tareas agrícolas. Hombre de carácter y buena
mano, andaba siempre acompañado de un perro corto, robusto, cabezudo e
invariablemente de color leonado. Al igual que el[…]
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