martes, 11 de junio de 2013

LIBERTOS EN LA SOCIEDAD CANARIA DEL SIGLO XVI





INTRODUCCIÓN
Para plantear en Cananas el problema de los libertos es necesa­rio hablar del poblamiento insular, y del por qué de la existencia de un grupo de población marginal con un status que se imbrica entre los esclavos y los hombres libres.
La conquista de Canarias significó la apertura y el camino hacia una nueva tierra que poblar, en donde debía y había de organizarse una vida similar a la que imperaba en Castilla. La llegada de los colo­nos permitió estructurar una nueva sociedad y crear unos entes urba­nos y rurales para acogerlos. Bien pronto comenzaron los reparti­mientos de tierras y aguas a los conquistadores, castellanos o no, y a los indígenas que se habían mantenido al margen de la lucha o habían pactado con los conquistadores1. De este modo se empezó a explotar una tierra que hasta entonces había permanecido virgen. Se roturaron prados, se rozaron bosques y se plantaron malpaíses. La tierra dio fru­to y en poco tiempo cambió la fisonomía del paisaje.
Al mismo tiempo se repartieron solares en las zonas elegidas para levantar las incipientes villas y ciudades. Tirados sus planos a cordel, se ubicaron en lugares seguros, a orillas de pequeños arroyos, cerca del mar o a su abrigo. En un breve espacio de tiempo las islas, con el avance de las nuevas técnicas, pasaron de una economía y una sociedad neolítica a otra renacentista. Sus sistemas de gobierno se asemejaron a los europeos; se crearon concejos al frente de los cua­les estaban los gobernadores y adelantados, bien se tratara de Gran Canaria o de Tenerife; con estos cabildos o regimientos se reguló la nueva vida y se dictaron leyes y ordenanzas que permitieran adecuar la sociedad.

Junto a los gobernadores llegaron los obispos y órdenes religio­sas. Los obispos, nombrados por la corona, trasladaron la sede desde las islas de señorío -Lanzarote y Fuerteventura- a la realenga de Gran Canaria. A su amparo se creó y edificó la catedral y con ella apareció su cabildo y acuerdos para regular la vida religiosa y las rentas ecle­siásticas. Las órdenes religiosas con su afán de catequización y de vida contemplativa, fundaron sus monasterios e iglesias en terrenos cedidos dentro de las recién creadas ciudades.
El problema religioso planteado por los judíos, las malas conver­siones de los indígenas y de otros grupos humanos, hace que se cree en el archipiélago el tribunal del Santo Oficio con sede en Las Palmas, que ya desde 1 493 empieza a funcionar como tribunal sufragáneo de Sevilla2.
Años más tarde, en 1 527, se crea la Audiencia con sus jueces de apelación para entender en los pleitos y litigios que se plantearan en Canarias3.
Al amparo de este vertiginoso crecimiento que se operaba en Ca­narias, con las primeras ciudades que Castilla creó en ultramar, llega­ron los diferentes grupos humanos que iban a conformar la incipiente sociedad. Cada uno con su particularidad en función de sus intereses.
No todos los pobladores llegaron de fuera, pues ya en las islas existía un grupo numeroso, los indígenas. Estos, esclavizados unos y liberados otros, los que pudieron quedarse y no fueron trasladados a los mercados peninsulares, se dedicaron a sus antiguas costumbres, en especial a la cría y cuidado del ganado menor; otros aprendieron el arte de cultivar la tierra y colaboraron con los demás pobladores a arrancarle su fruto en beneficio y provecho de la nueva república. En­tre ellos existían diferencias; las mujeres mezcladas con los conquis­tadores alcanzaron un status social más elevado; los que permanecie­ron apegados a sus anteriores pertenencias vivían alejados en zonas donde no había poblados por lo cual su integración fue más difícil4.
El resto de los pobladores tenían un origen diverso y por ello debe matizarse el por qué de su llegada. Unos llegaron con afán de con­quista y lucro; otros atraídos por la explotación de nuevas tierras y cultivos; los más llegaron con objeto de comerciar, intercambiando materias primas por productos manufacturados; también los hubo a quienes las islas se les presentaba como un refugio providencial en su […]
1.    SERRA RAFOLS, E.: ¿as datas de Tenerife, La Laguna, 1976.
LOBO CABRERA, M. Y RODRÍGUEZ, A.: La Inquisición en Canarias, (en prensa).
2.      LA ROSA OLIVERA, L.: La Real Audiencia de Canarias. Notas para su estudio, en
«Estudios  Históricos sobre  las  Cananas  Orientales»,  Las  Palmas,   1978,  pp.
51-107.
3.      SERRA RAFOLS, E.: La repoblación de las islas Canarias, «Anuario de Estudios Me­
dievales», 5, Barcelona, 1968, pp. 409-428 LOBO CABRERA, M.: Los indígenas
tras la conquista. Comportamiento y mentalidad a través de los testamentos, (en
prensa).




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