miércoles, 26 de junio de 2013

JUAN BAUTISTA POGGIO MONTEVERDE (1632-1707). ESTUDIO Y OBRA COMPLETA




PROLOGO
¿hará falta decirlo una vez más? Nuestro conocimiento de la poesía española del Siglo de Oro está aún, hoy por hoy, muy lejos de ser suficiente. No puede negarse que se ha avanzado mucho en los últimos treinta años, esto es, desde que Antonio Rodríguez-Moñino —con una admirable, proverbial claridad de ideas— fijó la larga lista de problemas con los que la investigación y la crítica deben en­frentarse a la hora de abordar este decisivo período de nuestra historia literaria. Si mucho se ha logrado avanzar desde 1963, en efecto, no es menos cierto, sin embargo, que una buena parte de las sabias advertencias de Moñino acerca de cues­tiones entonces pendientes de análisis siguen teniendo hoy completa validez. En­tre esos problemas se hallan, y no precisamente en segundo término, los que se derivan de lamentables carencias: de estudios y de monografías, desde luego, pero también de ediciones y de reediciones de autores sobre los que aún seguimos sin saber casi nada. Las razones que explican este difícil estado de cosas —problemas de autoría y de transmisión, problemas de edición y de catalogación, por no ha­blar de las dificultades conceptuales con las que todavía nos tropezamos en nues­tra comprensión de la época— aparecen, en efecto, fijadas en el ya clásico Construcción crítica y realidad histórica en la poesía española de los siglos XVI y XVli.
En las bellas páginas con las que Marcel Bataillon prologó el trabajo de Mo­ñino afirma el hispanista francés que estamos no sólo ante una «lección de histo­ria», sino también de «geografía literaria». Capital cuestión esta última, en verdad: cualquier estudioso que se haya acercado a la poesía española de este período se ha encontrado con lo que en el siglo xix y aun en algunos años de nuestro siglo se dio en llamar «escuelas» poéticas regionales, y que hoy tendemos a ver más bien como núcleos geográficos. Es tal la abundancia y variedad de estos núcleos, y es tan poco lo que aún sabemos sobre algunos de ellos, que se hace difícil en la actualidad poseer un mapa mínimamente suficiente de la densa actividad poéti­ca de la época. Proponía Moñino en su célebre conferencia no sólo una «intensísi­ma búsqueda», sino también la consiguiente «catalogación y estudio de los muchos manuscritos e impresos desconocidos que andan aún sueltos por las bibliotecas del mundo»; y puesto que la poesía española del Siglo de Oro está fragmentada en «islotes geográficos», se trata —añade— de ordenar este material por «circuns­cripciones geográfico-poéticas y por generaciones». En su propio trabajo ofrece ya Moñino interesantes orientaciones y ejemplos de esta manera de proceder.
No conocemos hoy, en realidad, un método más adecuado que el de las «cir­cunscripciones geográfico-poéticas» para poder tener la información necesaria so­bre el vasto panorama de nuestra poesía áurea, como se ha observado en distintas investigaciones recientes y como recordaron no hace mucho J. M. Rozas y M. A. Pérez Priego. Es este, en cualquier caso, un punto de partida indispensable, que podrá dar lugar —una vez establecido el «mapa» literario de la época— a otros ordenamientos tal vez más exactos, capaces de dar cuenta de los procesos de evo­lución de uno de los más brillantes períodos de la poesía española. En otro lugar he aludido a esta cuestión (que próximamente, por cierto, será objeto de un curso universitario en Santa Cruz de Tenerife, al que ha sido invitado un amplio elenco de investigadores y especialistas) para subrayar que tal procedimiento permite, cuan­do menos, ser fieles a la realidad de un amplísimo panorama que, estudiado de otro modo, no se entrega en toda su complejidad y multiplicidad.
Buena prueba de ello es el caso de Canarias. A pesar de que contábamos des­de hace tiempo con notables estudios sobre Bartolomé Cairasco de Figueroa o An­tonio de Viana, sólo en los últimos años, y después de seguir el método aludido, se ha llegado a poseer un perfil suficiente de lo que fueron las manifestaciones poéticas del Siglo de Oro en las Islas. Quedan aún tareas pendientes, sin duda, pero puede decirse que lo esencial de esas manifestaciones resulta hoy bien cono­cido, de tal modo que el núcleo canario puede por ello ser ya encajado con clari­dad en el mapa de la poesía española de la época, como tuve ocasión de poner de relieve en el breve panorama crítico Poetas canarios de los Siglos de Oro (1990). Remito al lector interesado a esas páginas.
Del «grupo» o subgrupo de la isla de La Palma del que allí se habla, sólo Juan Bautista Poggio Monteverde (1632-1707) había merecido los honores de una sim­bólica y testimonial reedición hasta los trabajos emprendidos en estos últimos años por Rafael Fernández; me refiero a la publicada por el recordado José Pérez Vi­dal, que en 1944 volvió a poner en circulación una brevísima muestra de Poesías del autor palmero. (Existe noticia de que, en los años 30 y 40 de nuestro siglo, otro escritor de la isla, Facundo Fernández Galván, llevaba a cabo una investiga­ción sobre Poggio; nada, por desgracia, ha quedado de ella.) Es verdad que desde 1932 la invalorable Biobibliografía de Millares Cario ofrecía los datos técnicos esenciales, y que J. B. Lorenzo Rodríguez, por su parte, nos había proporcionado […]

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