INTRODUCCIÓN
En esta
introducción queremos presentar aquellos temas
«candentes» que laten permanentemente entre los estudiosos y, en general,
entre la población isleña que de alguna
manera se siente atraída por lo que fue nuestra prehistoria. Queremos traerlo aquí, no porque tengamos
la solución a todos ellos, sino
porque debiendo ser —en nuestra
opinión— un problema secundario, se ha convertido en el objeto de la investigación y en epicentro de
las preguntas que se realiza el ciudadano. Unas están contestadas, otras
por el contrario, no tienen contestación
—al menos al nivel positivista que se
nos exige y mucho nos tememos que ese nivel no podrá alcanzarse nunca—,
pero sí podemos afirmar que las
explicaciones que se barajan a nivel de «hipótesis» nos permiten abandonar la
melancolía (del esfuerzo reiterado en vano) y continuar adelante en lo que
entendemos debería constituir el
objetivo prioritario de nuestros estudios:
la formación y el desarrollo de las culturas aborígenes. Por otra parte, se hace necesario
clarificar y desmitificar una serie
de teorías que desgraciadamente se han ido introduciendo en los estudios más cualificados, haciendo cuerpo doctrinal que dificulta, cuando no impide,
cualquier progresión, ya que manipulan
tendenciosamente nuestro pasado más
remoto. Según Fernando Estévez González,
«para los canarios, los guanches fueron y son, al mismo tiempo, los
«otros» y nosotros. Los guanches nos han unido y nos han dividido. En cualquier
caso, siempre han estado presentes y forman
parte de nuestro sentido común histórico. Vivos o muertos, degradados o
enaltecidos, reivindicados o renegados, cristalizan las tensiones históricas de este pueblo». Hasta tal punto ha sido así
que en la mayoría de los casos la
única historia reconocida, la única Historia
de Canarias ha sido la de «los guanches», nombre genérico para hablar de las diferentes poblaciones que ocuparon las islas en época prehistórica.
Las cuestiones permanentemente planteadas han sido: ¿quiénes eran? ¿de dónde, cómo y cuándo
vinieron? Es evidente que todas ellas han de
contestarse conjuntamente. Las respuestas que se han ido sucediendo han estado
acorde con los tiempos en que se formularon, por
lo que no han satisfecho a generaciones posteriores que han vuelto
a replantearlas bajo el nuevo signo de su
tiempo.
No hablaremos del conocimiento que se tuvo de las Canarias en la antigüedad clásica porque poco hay
que añadir a la magnífica síntesis del prof.
Castro Alfín. De todo ello sólo nos
queda ratificar la presencia romana en aguas Canarias
(La Graciosa, Lanzarote), atestiguada por restos arqueológicos.
Será durante los siglos XIV, XV y XVI, cuando las islas pasen
a formar parte del conocimiento occidental, ya que con cierta frecuencia son visitadas por europeos, siendo los primeros que se preguntarán sobre la calidad de
las islas y de sus moradores. A
grandes rasgos hemos de distinguir tres
tipos de relatos que tratan de llevar a Europa las impresiones obtenidas de lo
visto en las islas y cuyas características son diferentes, siendo su conocimiento fundamental porque fueron escritas mientras los aborígenes
constituían etnias vivas.
Las «descripciones» nos presentan a los isleños bajo una
óptica claramente eurocéntrica y tienen como fin primordial informar a las Coronas de lo que han visto y pueda ser aprovechado políticamente. El relato se apoya
fundamentalmente en la intuición
del relator cuya ignorancia de las
ciencias naturales o de la historia le hace caer muy a menudo en observaciones erróneas, tendiendo a
sobreestimar la heterogeneidad de lo que observa, dejándose seducir por lo desconocido y exótico.
Las «Crónicas de la Conquista» son igualmente euro-céntricas
y responden primordialmente al deseo del autor de relatar —magnificando—, las
hazañas conquistadoras del Señor que le paga
para que las relate. Su interés es indudable y lo adquiere, sobre todo, porque nos ofrece datos de primera
mano, aunque sólo hable de los aborígenes en tanto se relacionan con los hechos de su Señor. Todo ello hace que lo que
no interesa a su historia o no sirve para magnificar a su Señor, sea obviado. Por último, las
«Historias Generales» serán objeto
de nuestra atención, por cuanto en ellas ya aparecen las preguntas
anteriormente enunciadas que se tratan de
contestar.
Tanto los textos de Abreu Galindo como de Alonso de Espinosa, han sido repetidamente utilizados como
fuentes indispensables para el
conocimiento de nuestro pasado más remoto, pero
siempre se les ha achacado —no sin razón— una
visión claramente eurocéntrica. Esta «deformación» condujo a que la mayoría de las veces se tomaran con reservas aquellos pasajes poco claros o se
despreciaran en espera de mayores conocimientos arqueológicos que los ratificasen.
Cuando se produce la colonización de las islas, Europa había abandonado la Edad Media y avanzaba hacia
el Renacimiento, hacia el imperio de la razón.
Pero, ¿es el criterio renacentista el que se
aplica para conocerlas culturas aborígenes? Indudablemente no. El
pensamiento europeo de la época estaba
fuertemente anclado en dos tradiciones de
las que no era fácil liberarse: la ciencia pagana de la antigüedad romana y helenística y la judeo-cristiana.
De ellas, y sin alternativa posible,
debían salir las explicaciones a las preguntas surgidas de los nuevos
descubrimientos. Los interrogantes
abiertos son múltiples: ¿quiénes eran esos seres?, ¿eran realmente
hombres?, ¿de dónde proceden?, ¿cómo han
llegado hasta allí?, ¿son verdaderamente hijos de Adán y Eva...? Las Sagradas Escrituras por un lado y los escritores clásicos darán la solución y su
autoridad nadie se atreverá a contravenirla.[…]
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