domingo, 9 de junio de 2013

LAS CULTURAS ABORIGENES CANARIAS





INTRODUCCIÓN
En esta introducción queremos presentar aquellos te­mas «candentes» que laten permanentemente entre los es­tudiosos y, en general, entre la población isleña que de al­guna manera se siente atraída por lo que fue nuestra pre­historia. Queremos traerlo aquí, no porque tengamos la solución a todos ellos, sino porque debiendo ser —en nues­tra opinión— un problema secundario, se ha convertido en el objeto de la investigación y en epicentro de las preguntas que se realiza el ciudadano. Unas están contestadas, otras por el contrario, no tienen contestación —al menos al nivel positivista que se nos exige y mucho nos tememos que ese nivel no podrá alcanzarse nunca—, pero sí podemos afir­mar que las explicaciones que se barajan a nivel de «hipó­tesis» nos permiten abandonar la melancolía (del esfuerzo reiterado en vano) y continuar adelante en lo que entende­mos debería constituir el objetivo prioritario de nuestros estudios: la formación y el desarrollo de las culturas aborí­genes. Por otra parte, se hace necesario clarificar y desmiti­ficar una serie de teorías que desgraciadamente se han ido introduciendo en los estudios más cualificados, haciendo cuerpo doctrinal que dificulta, cuando no impide, cualquier progresión, ya que manipulan tendenciosamente nuestro pasado más remoto. Según Fernando Estévez González, «para los canarios, los guanches fueron y son, al mismo tiempo, los «otros» y nosotros. Los guanches nos han unido y nos han dividido. En cualquier caso, siempre han estado presentes y forman parte de nuestro sentido co­mún histórico. Vivos o muertos, degradados o enaltecidos, reivindicados o renegados, cristalizan las tensiones históri­cas de este pueblo». Hasta tal punto ha sido así que en la mayoría de los casos la única historia reconocida, la única Historia de Canarias ha sido la de «los guanches», nombre genérico para hablar de las diferentes poblaciones que ocuparon las islas en época prehistórica.
Las cuestiones permanentemente planteadas han si­do: ¿quiénes eran? ¿de dónde, cómo y cuándo vinieron? Es evidente que todas ellas han de contestarse conjuntamente. Las respuestas que se han ido sucediendo han estado acor­de con los tiempos en que se formularon, por lo que no han satisfecho a generaciones posteriores que han vuelto a re­plantearlas bajo el nuevo signo de su tiempo.
No hablaremos del conocimiento que se tuvo de las Canarias en la antigüedad clásica porque poco hay que añadir a la magnífica síntesis del prof. Castro Alfín. De to­do ello sólo nos queda ratificar la presencia romana en aguas Canarias (La Graciosa, Lanzarote), atestiguada por restos arqueológicos.
Será durante los siglos XIV, XV y XVI, cuando las islas pasen a formar parte del conocimiento occidental, ya que con cierta frecuencia son visitadas por europeos, siendo los primeros que se preguntarán sobre la calidad de las islas y de sus moradores. A grandes rasgos hemos de distinguir tres tipos de relatos que tratan de llevar a Europa las impre­siones obtenidas de lo visto en las islas y cuyas característi­cas son diferentes, siendo su conocimiento fundamental porque fueron escritas mientras los aborígenes constituían etnias vivas.
Las «descripciones» nos presentan a los isleños bajo una óptica claramente eurocéntrica y tienen como fin pri­mordial informar a las Coronas de lo que han visto y pueda ser aprovechado políticamente. El relato se apoya funda­mentalmente en la intuición del relator cuya ignorancia de las ciencias naturales o de la historia le hace caer muy a menudo en observaciones erróneas, tendiendo a sobreesti­mar la heterogeneidad de lo que observa, dejándose sedu­cir por lo desconocido y exótico.
Las «Crónicas de la Conquista» son igualmente euro-céntricas y responden primordialmente al deseo del autor de relatar —magnificando—, las hazañas conquistadoras del Señor que le paga para que las relate. Su interés es indu­dable y lo adquiere, sobre todo, porque nos ofrece datos de primera mano, aunque sólo hable de los aborígenes en tan­to se relacionan con los hechos de su Señor. Todo ello hace que lo que no interesa a su historia o no sirve para magnifi­car a su Señor, sea obviado. Por último, las «Historias Ge­nerales» serán objeto de nuestra atención, por cuanto en ellas ya aparecen las preguntas anteriormente enunciadas que se tratan de contestar.
Tanto los textos de Abreu Galindo como de Alonso de Espinosa, han sido repetidamente utilizados como fuentes indispensables para el conocimiento de nuestro pasado más remoto, pero siempre se les ha achacado —no sin razón— una visión claramente eurocéntrica. Esta «defor­mación» condujo a que la mayoría de las veces se tomaran con reservas aquellos pasajes poco claros o se despreciaran en espera de mayores conocimientos arqueológicos que los ratificasen.
Cuando se produce la colonización de las islas, Euro­pa había abandonado la Edad Media y avanzaba hacia el Renacimiento, hacia el imperio de la razón. Pero, ¿es el cri­terio renacentista el que se aplica para conocerlas culturas aborígenes? Indudablemente no. El pensamiento europeo de la época estaba fuertemente anclado en dos tradiciones de las que no era fácil liberarse: la ciencia pagana de la an­tigüedad romana y helenística y la judeo-cristiana. De ellas, y sin alternativa posible, debían salir las explicacio­nes a las preguntas surgidas de los nuevos descubrimien­tos. Los interrogantes abiertos son múltiples: ¿quiénes eran esos seres?, ¿eran realmente hombres?, ¿de dónde proce­den?, ¿cómo han llegado hasta allí?, ¿son verdaderamente hijos de Adán y Eva...? Las Sagradas Escrituras por un lado y los escritores clásicos darán la solución y su autoridad nadie se atreverá a contravenirla.[…]



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