martes, 4 de junio de 2013

UN MERCADER INGLES EN TENERIFE EN EL SIGLO XVII





PROLOGO
El siglo XVII fue un siglo central en la Edad Moderna de la historia de Europa. Fue central cronológica y sustantivamente, a mitad del proceso de constitución nacional que se había iniciado ajínales de la Edad Media y déla irrupción del principio ochocentista de la «primavera de los pueblos».
En las Islas Británicas, la crisis del siglo XVII se abatió sobre su tra­dición nacional con especial ahínco entre 1628 (cuando el Parlamento hi­zo valer su Petition of Right versus el joven monarca Carlos I) y 1689 (cuando luego de zozobras políticas y religiosas, parlamentarias y fiscales, milita­res e ideológicas, las Islas Británicas establecieron la Declaration of Rights que consolidó el sistema parlamentario en el reino).
Fue aquél el siglo de la afirmación nacional en Europa a través de polí­ticas reales con carga simbólica abundante—, defendidas con armas en la mano y con el concurso de «velas y cañones» en los mares. Fue el siglo del sistema económico del mercantilismo tan bien estudiado desde Heckscher hasta Charles Wilson—; fue, también, el siglo de las guerras de religión y del Barroco: de Cervantes, Velázquez, Millón y Racine, aspectos no menos bien abordados por José Antonio Maravall y J. Elliot, Trevor Rope y Anto­nio Domínguez Ortiz.
Es sobre este telón de fondo como hay que situar la figura y la vida de Marmaduke Rawdon de York (1609-68), cuya biografía ha traducido y puesto en «salmuera» erudita el profesor José Carlos Guerra Cabrera.
A su petición de redactar unas líneas a título de prólogo, yo no podía decir que no. Y ello por razones que paso a aducir.
Hacia 1965, en mis inicios profesorales en la Universidad de La Lagu­na, el Dr. Serra Ráfols me alentó a que profundizara, en el «abrevadero» documental británico, todo lo relativo a las Canarias de los siglos XVI, XVII y XVIII.
Merced a una estimulante experiencia previa en calidad de lector de español en el Reino Unido, con el apoyo académico del doctor Serra Rá­fols y económico e institucional del Consejo Británico en Madrid, pude llevar a término una tarea investigadora-artesanal, si contemplada desde la percepción informatizada de la actualidad, pero provista de alicientes y que se tradujo en una serie de aportaciones que se relacionan a pie de página'.
La consulta de documentos en la sede del Public Record Office, en­tonces en Chancery Lañe, y en la sección de manuscritos del Museo Britá­nico, que sigue, hoy, donde estuvo siempre desde su fundación a mitad del siglo XVIII, constituyó experiencia ardua e inolvidable—, estrechamente asociada a la capital del Reino Unido, que conservaba entonces aura im­perial en estado de disolución inminente.
En mi monografía Relaciones mercantiles entre Inglaterra y los Archi­piélagos del Atlántico Ibérico. Su estructura y su historia (1503-1783), edi­tada por el tinerfeño Instituto de Estudios Canarios, se habló por vez
primera en la historiografía insular de la figura de Marmaduke Rawdon ofYorky de su estancia en Tenerife (1631-1655), interrumpida por un viaje de regreso provisional a su país de origen.
En la figura y vida de Marmaduke convergieron, como podrá compro­bar el lector de la amena biografía que ha preparado con pulcritud profe­sional} osé Carlos Guerra, las «pulsiones» navales, mercantiles y coloniales de la vieja Inglaterra con el celo defensivo del Imperio español en Indias y en las rutas oceánicas que garantizaban la conexión de los navios entre la sevillana Casa de Contratación y los puertos americanos, vía, casi siem­pre, Canarías-Azores.
Y en medio de la pugna nacional (anglo-ibéríca; hispano-francesa; anglo-holandesa) que gobernaba el mapa internacional del siglo de hie­rro, el archipiélago de Canarias, el «micromega» de que hablaba Viera y Clavija. Las islas estaban entonces en un estadio avanzado de su forma­ción social y económica, por utilizar la terminología de Fernández Armes-to. Eran el «laboratorio» de la proyección ultramarina de los Estados europeos, en imagen cara a Robert Ricard. Y los vinos el malvasía, el mismo vidueñoconstituían su cultivo dominante, elfruto-rey del campo canario, de Tenerife muy en particular (de la isla se decía, hiperbólica­mente, que era enterauna parra).
La historiografía modernista ha afinado bastante en el estudio global de Canarias en aquellos siglos en los que las islas todas fueron blanco de ataques, de asedios y de codicia comercial. La vida de Marmaduke Rawdon se inscribe en la página de asentamiento extranjero en Canarias, en el intento inglés de monopolizar el comercio de los vinos canarios hacia Europa y las Indias occidentales, en las contradictorias tomas de posición políticas de los capitanes, magistrados, cosecheros y campesinos isleños ante el em­peño de la Compañía de Cañarías (1665-1667) en monopolizar el intercambio de malvasía por renglones de importación procedentes de las islas británicas o, desde ellas, reexportados tal y como determinaban las Navigation Acts.
Ahora bien, la traducción y edición que se nos ofrece aquí y ahora del hidalgo inglés afincado en La Hacienda de los Príncipes ilumina las costumbres de la Europa de mediados del siglo XVII con mucha nitidez el viaje, las posadas, la vestimenta, la gastronomía—; los ritos sociales de la época, la pompa y labilidad de las autoridades locales, el incipiente «economicismo» de la vida nacional británica, el peso de la religión y del aparato eclesial español e inglés, en Canarias y en Inglaterra, aparecen retratados en las páginas de esta edición.
Si no resultara pretencioso, me atrevería a mentar aquí la tan caca­reada narrative-history. La biografía de Marmaduke, dentro de su tónica meliorativa, fotogénica, posee muchos elementos de la biografía apologé­tica que, si debidamente cernida, podría proporcionar la materia prima necesaria para elaborar el capítulo cinematográfico de la vida de un pro­cer de la hidalguía inglesa en La Laguna, La Orotava, Los Realejos y el Garachico de la primera mitad del siglo XVII. La hostilidad tino el tejido de las relaciones entre «nacionales» europeos de diferente procedencia geo­gráfica y de pertenencia religiosa encontrada; hubo, sin embargo, en oca­siones, compenetración y complicidad.
La estancia prolongada, señorial, de hombre de negocios al tiempo que hidalgo, que realizó Marmaduke en Tenerife encuentra su expresión más reveladora en las salvas que disparó el navio que le transportó a In­glaterra durante toda su travesía de despedida por las aguas canarias. Aque­lla era la señal de una amistad, la evidencia sonora de un gesto de gratitud.
Mi satisfacción es incalculable al ver traducidas y publicadas estas empresas académicas. Pronto se publicarán, oigo decir, los Consular Re­porte británicos que, desde los años 1850, incluyen a Canarias, por sepa­rado, en sus análisis y estadísticas. También de ellos hube de ocuparme allá por 1970, en mis primeras incursiones historiográficas centradas en los ingleses en Canarias durante el siglo XIX y la primera mitad del XX; otra época, otras costumbres, otros intereses reguladores de la condición humana en flujo viajero permanente.
En torno a los ingleses en Canarias tengo para mí que no ha conclui­do todavía la exhumación textual, gráfica y oral que logre dotar a nuestras islas del repertorio exhaustivo que recoja la presencia y la huella de la cultura europea que, probablemente, más influyó en la insular durante los siglos cruciales de su formación e inserción definitiva en la órbita ibero­americana.
Este libro biográfico, tan dignamente preparado para el gran público, me parece un hito importante en la carrera hacia aquella meta ideal que acabo de esbozar.
víctor morales lezcano


1. Los trabajos en que materializó aquella etapa de investigador en la Facultad llamada entonces de Filosofía y Letras de la Universidad de La Laguna fueron los siguientes:
a) «Relación del Pico de Tenerife, transmitida por unos estimables mercaderes y hombres dignos de
crédito que subieron a la cima»,
Revista de Historia Canaria, XXX (1965), págs. 90-114.
b) «Cinco documentos ingleses relativos a la Compañía de Canarias que se encuentran en el Public
Record Office»,
Revista de Historia Canaria, XXX (1965), págs. 73-89.
c) «Memorial de los mercaderes ingleses que comercian con las Islas Canarias», El Museo Canario,
XCIII-VI, (1965), págs. 141-146.
d) «La Compañía de Canarias. Un capítulo sobre la historia económica del Archipiélago», Anales de
la Universidad Hispalense,
XXVI (1966), págs. 35-45.
e) «Thomas Mun (1571-1641) y la economía española», Saitabi, XVII (1967), págs. 115-119.
f)      «Sí> Walter Raleigh y los archipiélagos del Atlántico Ibérico», Anuario de Estudios Atlánticos, XIII
(1967), págs. 339-364.
g) «Perspectiva documental sobre la batalla de Santa Cruz de Tenerife» (1957), Revista de Historia Ca­
naria, XXXI (1967), págs. 48-63.
h) «La guerra contra España en la filosofía política de slr Walter Raleigh y Francis Bacon», Revista de Indias, CXI-CXI1 (1968), págs. 125-141.
i) Relaciones mercantiles entre Inglaterra y los archipiélagos del Atlántico Ibérico. Su estructura y su historia (2503-1783), La Laguna, Instituto de Estudios Canarios, 1970.

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