PROLOGO
El
siglo XVII fue
un siglo central en la Edad Moderna de la historia de Europa. Fue central cronológica y sustantivamente, a mitad del
proceso de constitución nacional que se había iniciado ajínales de la
Edad Media y déla irrupción del principio
ochocentista de la «primavera de los pueblos».
En las Islas Británicas, la crisis del siglo XVII se abatió sobre su tradición nacional con especial
ahínco entre 1628 (cuando el Parlamento hizo valer su Petition
of Right versus el joven monarca Carlos
I) y 1689 (cuando luego de zozobras políticas y
religiosas, parlamentarias y fiscales, militares e ideológicas, las Islas Británicas establecieron la Declaration of Rights que consolidó el sistema parlamentario en el reino).
Fue aquél el siglo de la afirmación nacional en
Europa a través de políticas reales —con carga
simbólica abundante—,
defendidas con armas en la mano y con el concurso de «velas y cañones» en los
mares. Fue el siglo del sistema económico
del mercantilismo —tan bien estudiado desde Heckscher hasta Charles Wilson—; fue, también, el
siglo de las guerras de religión y del
Barroco: de Cervantes, Velázquez, Millón y Racine, aspectos no menos bien abordados por José Antonio Maravall y J.
Elliot, Trevor Rope y Antonio Domínguez
Ortiz.
Es sobre este telón de fondo como hay que situar la
figura y la vida de Marmaduke Rawdon de York
(1609-68), cuya biografía ha traducido y puesto
en «salmuera» erudita el profesor José Carlos Guerra Cabrera.
A su petición de redactar unas
líneas a título de prólogo, yo no podía decir que no. Y ello por razones que paso a aducir.
Hacia 1965, en mis inicios
profesorales en la Universidad de La Laguna, el Dr. Serra Ráfols me alentó a
que profundizara, en el «abrevadero» documental
británico, todo lo relativo a las Canarias de los siglos XVI, XVII y XVIII.
Merced a una estimulante
experiencia previa en calidad de lector de español en el Reino Unido, con el apoyo académico
del doctor Serra Ráfols y económico e
institucional del Consejo Británico en
Madrid, pude llevar a término una tarea
investigadora-artesanal, si contemplada desde la percepción
informatizada de la actualidad, pero provista de alicientes y que se tradujo en una serie de aportaciones que
se relacionan a pie de página'.
La consulta de documentos en la
sede del Public Record Office, entonces en Chancery Lañe, y en la sección de
manuscritos del Museo Británico, que sigue, hoy, donde estuvo siempre desde su
fundación a mitad del siglo
XVIII, constituyó
experiencia ardua —e inolvidable—, estrechamente
asociada a la capital del
Reino Unido, que conservaba entonces aura imperial en estado de disolución inminente.
En mi monografía Relaciones mercantiles entre Inglaterra y los Archipiélagos del Atlántico Ibérico. Su estructura y su
historia (1503-1783), editada por el tinerfeño Instituto de
Estudios Canarios, se habló por vez
primera en la historiografía insular de la figura de Marmaduke Rawdon
ofYorky de su estancia en Tenerife (1631-1655), interrumpida por un viaje de regreso provisional a su país de origen.
En la figura y vida de Marmaduke convergieron, como
podrá comprobar el lector de la amena biografía
que ha preparado con pulcritud profesional} osé Carlos Guerra, las «pulsiones» navales, mercantiles y
coloniales de la vieja Inglaterra con el celo defensivo del
Imperio español en Indias y en las rutas
oceánicas que garantizaban la conexión de los navios entre la sevillana Casa de Contratación y los puertos
americanos, vía, casi siempre, Canarías-Azores.
Y en medio de la pugna nacional (anglo-ibéríca;
hispano-francesa; anglo-holandesa) que gobernaba
el mapa internacional del siglo de hierro, el archipiélago de Canarias, el «micromega» de que hablaba Viera y Clavija. Las islas estaban entonces en un estadio
avanzado de su formación social y
económica, por utilizar la terminología de Fernández Armes-to. Eran el «laboratorio» de la proyección ultramarina
de los Estados europeos, en imagen cara a Robert Ricard. Y los vinos —el malvasía, el mismo vidueño— constituían su cultivo dominante, elfruto-rey del campo canario, de
Tenerife muy en particular (de la isla se decía, hiperbólicamente, que era —entera— una parra).
La historiografía modernista ha afinado bastante en
el estudio global de Canarias en aquellos siglos en los que las islas todas
fueron blanco de ataques, de asedios y de
codicia comercial. La vida de Marmaduke Rawdon se inscribe en la página de asentamiento extranjero en Canarias, en el
intento inglés de monopolizar el comercio de los vinos
canarios hacia Europa y las Indias
occidentales, en las contradictorias tomas de posición políticas de los capitanes, magistrados, cosecheros y campesinos
isleños ante el empeño de la
Compañía de Cañarías (1665-1667) en monopolizar el intercambio de malvasía por renglones de importación
procedentes de las islas británicas o,
desde ellas, reexportados tal y como determinaban las Navigation Acts.
Ahora bien, la traducción y edición que se nos
ofrece aquí y ahora del hidalgo inglés afincado en La Hacienda de los Príncipes ilumina las costumbres de la Europa de mediados del siglo XVII con mucha nitidez — el viaje, las
posadas, la vestimenta, la gastronomía—; los ritos sociales de la época, la pompa y labilidad de las autoridades
locales, el incipiente «economicismo» de la vida nacional británica, el peso de
la religión y del aparato eclesial español e inglés, en Canarias y en
Inglaterra, aparecen retratados en las
páginas de esta edición.
Si no resultara pretencioso, me atrevería a mentar
aquí la tan cacareada narrative-history.
La biografía de Marmaduke, dentro de su
tónica meliorativa, fotogénica, posee
muchos elementos de la biografía apologética que, si debidamente cernida, podría proporcionar la materia prima
necesaria para elaborar el capítulo
cinematográfico de la vida de un procer de la
hidalguía inglesa en La Laguna, La Orotava, Los Realejos y el Garachico de la primera mitad del siglo XVII. La hostilidad tino el tejido de las relaciones entre «nacionales» europeos de
diferente procedencia geográfica y de
pertenencia religiosa encontrada; hubo, sin embargo, en ocasiones, compenetración y complicidad.
La
estancia prolongada, señorial, de hombre de negocios al tiempo que hidalgo, que realizó Marmaduke en Tenerife
encuentra su expresión más reveladora en las salvas que disparó el navio que le
transportó a Inglaterra durante toda
su travesía de despedida por las aguas canarias. Aquella era la señal de una amistad, la evidencia
sonora de un gesto de gratitud.
Mi satisfacción es incalculable al ver traducidas y
publicadas estas empresas académicas. Pronto se
publicarán, oigo decir, los Consular
Reporte británicos que, desde los años
1850, incluyen a Canarias, por separado, en sus análisis y
estadísticas. También de ellos hube de ocuparme allá por 1970, en mis primeras incursiones historiográficas centradas
en los ingleses en Canarias durante el siglo XIX y la primera mitad del XX; otra época, otras costumbres, otros intereses
reguladores de la condición humana en flujo
viajero permanente.
En torno a los ingleses en Canarias tengo para mí
que no ha concluido todavía la exhumación
textual, gráfica y oral que logre dotar a nuestras islas del repertorio exhaustivo que recoja la presencia y la huella de
la cultura europea que, probablemente, más
influyó en la insular durante los siglos
cruciales de su formación e inserción definitiva en la órbita iberoamericana.
Este libro biográfico, tan dignamente preparado para
el gran público, me parece un hito importante
en la carrera hacia aquella meta ideal que acabo de
esbozar.
víctor
morales lezcano
1. Los trabajos
en que materializó aquella etapa de investigador en la Facultad llamada entonces
de Filosofía y Letras de la Universidad de La
Laguna fueron los siguientes:
a) «Relación
del Pico de Tenerife, transmitida por unos estimables mercaderes y hombres
dignos de
crédito que subieron a la cima», Revista de Historia Canaria, XXX (1965), págs. 90-114.
crédito que subieron a la cima», Revista de Historia Canaria, XXX (1965), págs. 90-114.
b) «Cinco documentos ingleses relativos a la Compañía
de Canarias que se encuentran en el Public
Record Office», Revista de Historia Canaria, XXX (1965), págs. 73-89.
Record Office», Revista de Historia Canaria, XXX (1965), págs. 73-89.
c) «Memorial
de los mercaderes ingleses que comercian con las Islas Canarias», El Museo Canario,
XCIII-VI, (1965), págs. 141-146.
XCIII-VI, (1965), págs. 141-146.
d) «La
Compañía de Canarias. Un capítulo sobre la historia económica del
Archipiélago», Anales de
la Universidad Hispalense, XXVI (1966), págs. 35-45.
la Universidad Hispalense, XXVI (1966), págs. 35-45.
e) «Thomas Mun (1571-1641) y la economía española», Saitabi, XVII (1967), págs. 115-119.
f)
«Sí> Walter
Raleigh y los archipiélagos del Atlántico Ibérico», Anuario de Estudios Atlánticos, XIII
(1967), págs. 339-364.
(1967), págs. 339-364.
g) «Perspectiva documental sobre la batalla de Santa
Cruz de Tenerife» (1957), Revista
de Historia Ca
naria, XXXI (1967), págs. 48-63.
naria, XXXI (1967), págs. 48-63.
h) «La guerra
contra España en la filosofía política de slr
Walter Raleigh y Francis Bacon», Revista
de Indias, CXI-CXI1 (1968), págs. 125-141.
i)
Relaciones mercantiles entre
Inglaterra y los archipiélagos del Atlántico Ibérico. Su estructura y su
historia (2503-1783), La Laguna,
Instituto de Estudios Canarios, 1970.
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