sábado, 1 de junio de 2013

NOTAS DE UNA RESIDENCIA EN LAS ISLAS CANARIAS






LA SOCIEDAD CANARIA A MEDIADOS DEL SI­GLO XIX A TRAVÉS DEL PUNTO DE VISTA DE UN CLÉRIGO ANGLICANO
Thomas Debary es un sacerdote anglicano que visita Te­nerife y Gran Canaria por motivos de salud en un año crucial de la historia europea, 1848, cuando cae en Francia con la re­volución de 1848 la monarquía de Luis Felipe y se proclama la República, un acontecimiento que no deja de reseñar en su es­tancia en las islas.
El interés de su testimonio histórico estriba precisamen­te en la riqueza del análisis que efectúa de la sociedad isleña tan sólo tres años antes de la Ley de Puertos Francos y en un mo­mento en el que la consolidación de las reformas liberales isa-belinas le permite reflexionar sobre lo que supuso para la Igle­sia la desamortización de Mendizabal.
El relato de este sacerdote inglés presenta, pues, como el mismo refiere en el título de su obra, una especial atención al estado de la religión en Canarias, en una época crucial de su devenir histórico, cuando se afirman las reformas liberales, que afectan de manera crucial a la Iglesia, al suponer la pérdida de sus principales ingresos: el diezmo, las tierras y los tributos im­puestos sobre otras propiedades y que permitían el sosteni­miento de las capellanías y las órdenes religiosas.
Le llama la atención el impacto que supuso para la Iglesia la desaparición de las órdenes religiosas, que tan esencial pa­pel habían desarrollado dentro de las islas. Considera grave el
estado de la religión en las islas. Desmantelada en sus formu­laciones tradicionales, debe reformarse para adecuarse a la nueva situación socio-política. De ahí que señale que la refor­ma de la Iglesia debe ir paralela a las de índole económica y po­lítica. Insiste en la ruina y desolación que ofrecen los estable­cimientos monásticos y pone como ejemplos el convento de agustinas de Los Realejos, el Gabinete Literario como símbolo de una nueva sociedad, levantado en Las Palmas sobre los ci­mientos de un convento femenino y el convento agustino de Las Palmas, en cuyo claustro se realizan, como personificación de lo que él llama un doble sacrilegio, las peleas de gallos. Ha­ce un contraste entre lo que él considera un clero intolerante y decadente, incapaz de enfrentarse por sus estructuras ante los nuevos tiempos, y un clero reformado como el anglicano, casa­do y progresista. "Un clero deshonrado es seguro que condu­cirá hacia abajo el país", diría. Le impresiona el estado en que quedó el clero tras la revolución liberal, y por ello, le preocupa las consecuencias que de ello se derivan para el nuevo orden socio-político que se estaba erigiendo.
Es de gran interés el retrato que efectúa sobre el obispo de la diócesis canariense Buenaventura Codina y sobre San Antonio María Claret, prototipos, y especialmente este últi­mo, más significativo representante y adalid del clero reforma­do que se desarrollará más palpablemente en la Restauración, capaz de amoldarse a los cambios políticos y hacer frente al li­beralismo con nuevas y tradicionalistas técnicas de predica­ción capaces de hacer renacer la devoción y la fe pietista en­tre las gentes sencillas. Aunque no los cita por su nombre, se puede apreciar el punto de vista de un clérigo anglicano sobre su labor. Debemos de tener en cuenta que Claret, "el misio­nero" como lo llama, permaneció en el archipiélago entre mar­zo de 1848 y mayo de 1849, por lo que el testimonio de Deba-[…]

No hay comentarios:

Publicar un comentario