LA SOCIEDAD CANARIA A MEDIADOS DEL SIGLO XIX A TRAVÉS DEL PUNTO DE VISTA DE UN CLÉRIGO ANGLICANO
Thomas Debary es un sacerdote anglicano que visita
Tenerife y Gran Canaria por motivos de salud en
un año crucial de la historia europea, 1848, cuando cae en Francia con la revolución de 1848 la monarquía de Luis Felipe y se
proclama la República, un acontecimiento
que no deja de reseñar en su estancia en las
islas.
El interés de su testimonio histórico estriba
precisamente en la riqueza del análisis
que efectúa de la sociedad isleña tan sólo tres años antes de la Ley de Puertos Francos y en un momento en el que la consolidación de las reformas
liberales isa-belinas le permite reflexionar
sobre lo que supuso para la Iglesia la
desamortización de Mendizabal.
El relato de este sacerdote inglés presenta, pues,
como el mismo refiere en el título de
su obra, una especial atención al estado de la
religión en Canarias, en una época crucial de su devenir histórico, cuando se afirman las reformas liberales, que afectan de manera crucial a la Iglesia, al suponer
la pérdida de sus principales ingresos: el
diezmo, las tierras y los tributos impuestos sobre otras propiedades y que permitían el sostenimiento de las capellanías y las órdenes religiosas.
Le llama la atención el impacto que supuso para la
Iglesia la desaparición de las órdenes
religiosas, que tan esencial papel habían
desarrollado dentro de las islas. Considera grave el
estado de la religión en las islas. Desmantelada en sus formulaciones tradicionales, debe reformarse para
adecuarse a la nueva situación socio-política.
De ahí que señale que la reforma de la Iglesia
debe ir paralela a las de índole económica y política. Insiste en la ruina y desolación que ofrecen los establecimientos
monásticos y pone como ejemplos el convento de agustinas de Los Realejos, el Gabinete Literario como símbolo de una nueva sociedad, levantado en Las Palmas sobre
los cimientos de un convento
femenino y el convento agustino de Las Palmas,
en cuyo claustro se realizan, como personificación de lo que él llama un doble sacrilegio, las peleas de gallos. Hace un contraste entre lo que él considera un clero
intolerante y decadente, incapaz de enfrentarse por sus estructuras ante los nuevos tiempos, y un clero reformado como el
anglicano, casado y progresista. "Un
clero deshonrado es seguro que conducirá hacia abajo el país", diría. Le
impresiona el estado en que quedó el clero
tras la revolución liberal, y por ello, le preocupa las consecuencias que de ello se derivan para el nuevo orden socio-político que se estaba erigiendo.
Es de gran interés el retrato que efectúa sobre el
obispo de la diócesis canariense Buenaventura Codina y sobre San Antonio María
Claret, prototipos, y especialmente este último, más significativo representante y adalid del clero reformado que se desarrollará más palpablemente en la
Restauración, capaz de amoldarse a los cambios políticos y hacer frente al liberalismo con nuevas y tradicionalistas técnicas de
predicación capaces de hacer renacer
la devoción y la fe pietista entre las gentes sencillas. Aunque no los cita
por su nombre, se puede apreciar el punto de
vista de un clérigo anglicano sobre su labor.
Debemos de tener en cuenta que Claret, "el misionero" como lo llama, permaneció en el
archipiélago entre marzo de 1848 y mayo de 1849, por lo que el testimonio de
Deba-[…]
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