INTRODUCCIÓN
La
prehistoria de Gran Canaria ha gozado de un dilatado interés durante más de cien años, sin que la rentabilidad
de sus postulados teóricos y
metodológicos haya sido objeto de una profunda y necesaria revisión.
Ante
este conservadurismo perseverante, huérfano de principios científicos actualizados, un balance crítico
revela hasta qué punto el continuismo
ejercido por la antropología física, desde el último cuarto del siglo XIX, y la enfermiza manía de sacar tierra vaciando los registros de la conducta humana, propiciada por una
arqueología carente de un marco de
referencia en la teoría general del conocimiento, han perpetuado el
riguroso corsé de la investigación, reiteradamente embarcada en un viaje sin retorno a la captura del edén más remoto
de los primeros pobladores. De ahí la
recurrencia constante al "trauma por los orígenes".
No es extraño que, en este ambiente, el interés
exclusivo por la invertebrada procedencia racial
del indígena propiciase el coleccionismo de cráneos sin
cuerpos, incrementando el esperpéntico desfile con los elementos más cotidianos de una cultura extinta, no exenta de exotismo.
Cerámicas, molinos, punzones, pieles, esteras,
pintaderas e idolillos, secuestrados de sus
contextos espaciales, culturales y temporales,
fueron conminados al más absurdo de los mutismos, el más inerme de los silencios.
Así, el
repertorio coloquial consiguiente puede escenificarse en una auténtica retórica de sordos entre el
investigador y su oscuro objeto del
deseo: no te preguntaré de qué estás hecho, de dónde procedes o cuándo y por qué surgiste, que yo te diré cómo te
llamas y para qué sirves. He aquí el triunfo enunciativo de una
tipología engarzada en la contemporaneidad
y el presentismo por encima de textos, contextos, modos y maneras científicas.
De este proverbial modus operandi deriva un
panorama persistente, descriptivo y
reiterado hasta el abuso, sin más aportaciones -con alguna notable excepción en
los últimos tiempos- que hallazgos esporádicos y, a ratos, sorprendentes. Este es el colofón y el drama: tenemos muchos restos, pero seguimos careciendo de un cuerpo de
datos sistematizados y extraídos conforme
a un programa investigador de largo alcance.
Si hace algunos años la población, en general,
estuvo conminada a plantearse las preguntas
heredadas del tipo ¿quiénes eran los antiguos pobladores?, ¿de dónde procedían?, ¿cuándo, cómo y por qué llegaron a la isla?, hoy en día las formulaciones pueden
despuntar en torno a otros aspectos
menos habituales.
¿Sabe usted quiénes eran los Canarios, de dónde
proviene el error de adscripción de su nombre,
qué isla del océano Atlántico habitaron, cuál fue su ancestral residencia, y cómo y hasta cuándo desarrollaron
su cultura? ¿Ha pensado por qué los actuales
habitantes del archipiélago heredaron esta
denominación y se reconocen hoy como tales?
A estas y a otras preguntas intentaré responder en
el primer capítulo de este libro, con
la esperanza de deshacer malentendidos clásicos de nuestra historia, suscitar nuevas incógnitas y, en consonancia,
futuras y enriquecedoras respuestas.
¿Conoce usted la forma de subsistencia, reproducción
y supervivencia de los primeros Canarios, dónde
y cómo vivían y enterraban a sus muertos? ¿Se ha
interrogado sobre el tamaño, configuración y
distribución de sus asentamientos, el aprovechamiento económico, los aspectos
de organización social, las relaciones entre las distintas familias, las formas
de contraer matrimonio, de tener hijos, de cambiar de residencia, de hacerse guerrero o pasar por villano, de
gobernar o ser gobernado, de delinquir y sufrir castigos, de rezar o ayunar, cantar o danzar en el ritual de la lluvia?
Estos son también algunos de los interrogantes
planteados y explicados en los sucesivos
capítulos de esta obra, cuya finalidad no es
otra que el establecimiento de un modelo de interpretación
sociocultural de los antiguos habitantes de
Gran Canaria, hacia los siglos XIV-XV, cuando las poblaciones europeas irrumpen
en la escena insular, desde una perspectiva metodológica que agrupa diferentes
disciplinas.
Puede considerarse un trabajo de Arqueología
Antropológica, en el que se da prioridad al
establecimiento de explicaciones e interpretaciones
socioculturales, partiendo de un amplio cúmulo de datos documentales, etnohistóricos y arqueológicos. Esto es, una arqueología interesada más allá de la descripción enunciativa,
en la interpretación de la sociedad extinta que nos
ocupa.
El supuesto teórico inicial parte de que el
aprovechamiento económico de un territorio por
un grupo humano determina, de forma probabilística
y en último extremo, la organización de una sociedad dada. En consonancia, a través del predominio causal de los elementos materiales de la existencia humana, puede explicarse
de forma satisfactoria una gran
diversidad de manifestaciones y conductas. Entonces, resulta comprensible que la interacción de las manufacturas
y herramientas con los procesos productivos y
reproductivos y el medio ambiente en que se
inscriben los asentamientos abre una puerta estimativa del impacto de la sociedad sobre los ecosistemas y
nichos ecológicos circundantes, en un proceso de adaptación que normalmente
tiende al equilibrio con el medio y a la supervivencia de un óptimo poblacional
que permita la viabilidad de los sistemas socioculturales.
Todo
esto explica, en una secuencia progresiva y dinámica, aspectos tan variados como las preferencias alimenticias y dietéticas, las cotas demográficas, el control poblacional
mediante diferentes mecanismos, el acceso a los recursos entre las
distintas unidades familiares y grupos
socioeconómicos, el tipo y forma de sus asentamientos, las relaciones pacíficas o de hostilidad entre sus
miembros y con otros grupos vecinos,
las sanciones coercitivas y solidarias, y -en último extremo- sus ideas y creencias religiosas.
En pocas palabras,
el desarrollo sociocultural de un grupo dado, como los indígenas de Gran Canaria, puede explicarse desde las
variables conductuales materiales de su
existencia, a través de los restos arqueológicos
significativos y los datos etnohistóricos contrastados, recogidos por cronistas, historiadores, escribanos,
religiosos y soldados. Esta información se
complementa con datos climáticos, botánicos, faunísticos, hidrológicos,
geológicos, geográficos, biomédicos, etc., posibilitando inferencias socioculturales relevantes. De esta manera, puede articularse un conjunto de teorías en estrecha
consonancia con la antropología
cultural de cara a la configuración de un modelo global cronológicamente acotado.
El lector poco versado en el tema cuenta con un
glosario de términos al final de la obra, con el que podrá
introducirse en el vocabulario más
especializado sin excesivos esfuerzos de comprensión.
Finalmente, la bibliografía recogida es meramente
referencial, atendiendo a los requisitos de la presente edición. Si fuese
preciso un mayor aporte en este sentido, es recomendable acudir al trabajo más amplio citado del autor de este libro.
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