lunes, 5 de agosto de 2013

JUAN ISMAEL






TODA vida, toda existencia, por el mero hecho de serlo, les una ocultación de la persona. No hablamos de misterio, de cosa arcana o recóndita que no se puede com­prender o explicar. Porque la vida de un hombre, con ser mis­teriosa en su profundidad, puede llegar a inteligirse a través de los signos que continuamente emite. De aquí que sean estos signos la materia de la investigación que puede llevar­nos al conocimiento parcial, —nunca absoluto, jamás com­pleto—, de lo que este hombre es, o ha sido, si ya la muerte física, como es este el caso, ha puesto el punto final a su capacidad de percepción del mundo.
Lo que resta, la existencia vivida, la obra ejecutada, sigue emi­tiendo signos de comunicación que han de ser interpretados cuando tratemos de acercarnos a un intento de develar esa posible verdad, si es que, alguna vez, ésta puede ser alcan­zada.
La exhaustividad en el estudio de una historia es imposible. Siempre quedarán parcelas desconocidas que, también como tales, son signos a interpretar.
Nuestro trabajo ha de llenarnos de humildad, ya que nunca conoceremos por completo.
Dar una visión del personaje, tal como se le vivió, es la inten­ción de este ensayo, que estará lleno de lagunas, de oscuri­dades y de ocultamientos que el propio actor construyó. […]

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