Se cumplen veinticinco años de la publicación de nuestro Desairólo y Subdesanollo en la Economía Cañaría y prologar una nueva
edición es tarea
que se me presenta difícil, no sólo por el tiempo transcurrido y la diferencia de escenarios a los que me enfrento,
sino porque también pesan las reflexiones personales en relación a las
ideas, conceptos y fundamentos teóricos
utilizados entonces para construir una explicación racional y comprensible de la sociedad canaria y para la
sociedad canaria.
Desde aquella fecha hasta hoy ha llovido mucho, tanto en el campo teórico de la Economía y de la Política como en la realidad de un mundo
extraordinariamente dinámico, cambiante, inestable, cargado
de incerti-dumbre
y en buena medida imprevisible.
Aunque pueda parecer una paradoja, a fines de la década de los sesenta teníamos una confianza casi ilimitada en la capacidad del
hombre para
planificar su futuro. Era la década consagrada al desarrollo por las Naciones Unidas que, a partir de la
descolonización y de las altas tasas de crecimiento económico alcanzadas por
los países industriales, pretendían extender sus beneficios a los países
menos desarrollados. Era la época de la
Conferencia para el Comercio y el Desarrollo, de la creación del Mercado Común Europeo, de la liberalización de los
intercambios a través de la Ronda Kennedy,
de la intervención activa del Fondo Monetario Internacional en las políticas de
tipo de cambio, de disciplina fiscal y de ajustes estructurales que tan buenos resultados habían tenido para
países como España y por extensión
también para Canarias.
Pero,
al mismo tiempo, era la época de la guerra de Viet-Nam, de la guerra de los Seis Días, de la crisis financiera internacional que
condujo a las
devaluaciones de 1967 y 1968 y al fin del sistema de Bretton-Woods. Estábamos a
las puertas de la crisis energética que llevaría a la economía mundial a una
de las depresiones más profundas y duraderas de su historia.
En este
contexto, percibíamos que la dictadura del General Franco se agotaba y que la sociedad
española y la canaria se enfrentarían a un mundo
de competencia y lucha por el mercado duro y si cabe más despiadado que hasta entonces se había soportado entre
nosotros, pero que el premio final
serían las libertades y el desarrollo.
En nuestro
propio ámbito, los cambios y transformaciones económicas y sociales se
producían también a enorme velocidad. A lo largo de toda la década de los sesenta el
crecimiento económico había sido muy intenso
en Canarias, apoyado en el desarrollo de los servicios, la pesca y el comercio y en una progresiva integración
en el mercado nacional.lo que había producido una profunda alteración de
nuestra estructura productiva, pero sobre
todo de nuestra estructura social. Estos cambios, a su vez, determinaron una
profunda transformación territorial concentrando a la población en las ciudades y revalorizando
nuestro territorio para los usos turísticos
e industriales. Los conflictos y luchas sociales y sindicales de la época reflejaban esos cambios profundos y el
final de una sociedad marcada por el
atraso, el subdesarrollo y la miseria.
Los grupos
sociales más dinámicos aprovecharon las oportunidades que ofrecía
el mercado y la tolerancia de un régimen político intervencionista en lo
económico, pero ya en franca decadencia, para explotar esas ventajas
produciendo una ruptura irreversible con los modelos culturales y tecnológicos
del pasado. La oleada de inmigrantes nacionales, que llegaron a las islas
durante ese periodo a la búsqueda de mejores oportunidades de vida, aceleró
el proceso de cambio social y cultural de Canarias. Los factores de
dependencia económica y política de la metrópoli se reforzaron durantre esa
fase contribuyendo, por otra parte, al nacimiento de los primeros síntomas de una conciencia
regional. […]
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