El
bello convento de los franciscanos de Icod, es de los mejores conservados
de Canarias. De él se ocupó primeramente José de Viera y Clavijo, en su
Historia de Canarias; luego le dedicó varias páginas Emeterio Gutiérrez
López,
en su Historia de la Ciudad de Icod de los Vinos; el autor de estas
líneas por su parte aportó nuevas noticias en
artículos de prensa y otros medios, y por último se ha ocupado del convento Eduardo Espinosa de los Monteros y Moas en diversos artículos de prensa en El Día y
en programas de celebraciones
locales, en que ha dado a conocer muchos aspectos con una documentación cuidadosamente estudiada.
Dotado
el monumento de una buena arquitectura y objetos de arte de primerísima
calidad, tanto en la iglesia como en las capillas restantes, siempre existió
una preocupación por parte de la Comunidad, desde sus comienzos hasta
sus últimos tiempos, por hacer un conjunto grandioso, superior al convento
de San Agustín. Este espíritu quedó reflejado en diversos documentos, al
pedir a sus benefactores que hicieran obras de autoridad, que era como
en aquellos tiempos se designaba una obra de calidad artística.
Contrastaba este escenario magnífico con una Comunidad no muy numerosa y
entregada a una vida austera y penitencial en grado superior a otros conventos
franciscanos, puesto que estaba integrada por frailes recoletos,
que practicaban una Regla de gran aspereza, que compartían
con su dedicación a la enseñanza.
Los
franciscanos en Icod fomentaron a través de la imaginería y pinturas en primer
lugar los temas de la Pasión, la Inmaculada, otras advocaciones ma-rianas, y
los relacionadas con el ciclo de Navidad, y devociones específicas de la
Orden: San Francisco de Asís, San Diego, San Buenaventura, Santa Rosa de Viterbo
o San Antonio de Padua, San Salvador de Orta y San Pedro de Alcántara,
incluso Santo Domingo de Guzmán, por afinidad de las órdenes mendicantes.
Otras devociones también tuvieron cabida, como Santa Catalina, San José,
San Fernando y San Francisco Javier. De forma muy especial se fomentaron
los cultos eucarísticos, al Espíritu Santo y de sufragio de las Benditas Ánimas
del Purgatorio.
El
conjunto fue de una esplendidez tan notoria que en mucho llegó a superar
a la propia iglesia de San Marcos, si descartamos la capilla mayor de ésta.
Una buena parte de los enseres de la iglesia parroquial proceden del convento
franciscano. Las leyes de Desamortización incidieron muy negativamente
en una mejor conservación de tan importante legado, si bien es de destacar que
así como mucho de su patrimonio salió para otras iglesias o desaparecieron,
la arquitectura en general, tanto de la casa como de la iglesia, ha llegado hasta
nuestros días en relativas buenas condiciones, lo cual es admirable, cuando
tantos conventos del Archipiélago fueron derribados, destruidos por el fuego
o sometidos a agresivas reformas.
Después
de abandonar los frailes la clausura, el edificio desamortizado tuvo
muy diversas funciones: oficinas municipales, centros de enseñanza y actividades
culturales y de ocio de muy diversa naturaleza, cuartel, etc. Sin embargo,
a pesar de actividad es tan variadas, el edificio no sufrió los considerables
deterioros que se acusan en otros edificios similares. Lo que le afectó de una
forma más palpable fue la ruina de la capilla de la Magdalena y la instalación
de una sala para teatro municipal. También es de lamentar la supresión de
todo el barandaje del claustro bajo, en tanto que la iglesia perdió su camarín
y parte del coro, algunos retablos y muchas imágenes.
En
la exposición del presente libro aparece una división en varias partes: etapa
fundacional y vida conventual, la casa e iglesia y etapa posterior a la
Desamortización. Por la abundante documentación respecto a las tres capillas principales,
la de la Magdalena, la de San Diego y la de los Dolores, figuran en
apartados independientes. […]
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