NOTA DEL AUTOR
Afrontar la redacción de un Diccionario de
Literatura es tarea que excede, con mucho,
las posibilidades de un solo autor. Por más que ese Diccionario
(éste) pretenda recopilar nombres, obras y
otros aspectos de una parcela muy concreta —y reducida— de la historia
literaria. De igual forma, es (ha sido)
limitación insalvable la necesidad de
concluir la redacción del mismo en el plazo improrrogable de un año. El resultado de mi trabajo, por
lo tanto, no quiere ser otra cosa que
—como expresamente se indica— un primer
ensayo de Diccionario. Ojalá sea continuado, y completado como es debido, por un equipo suficiente e idóneo para una tarea como ésta; equipo
que, además, debería contar con los
medios técnicos hoy imprescindibles
y de los cuales yo no dispuse, a causa de los imponderables ya dichos.
Debo todavía consignar otra limitación; establecida ésta como
cuestión de principio: el marco cronológico dentro del cual se sitúa este trabajo. Me he propuesto aportar datos
hasta el año 1990; y, en el mismo orden de cosas, recoger autores nacidos hasta 1960, sean éstos naturales de las Islas o que —aun nacidos fuera de ellas—
hayan vivido, desde temprana edad, en Canarias, por lo que su obra se ha desarrollado siguiendo el proceso
natural de la historia literaria del
Archipiélago. Doy referencia también de
algunos autores nacidos en las Islas, pero que han vivido y escrito, la mayor parte de su vida, fuera
de ellas, siempre y cuando el hecho de ser canarios de nacimiento sea reconocido por ellos como rasgo fundamental
en sus biografías.
Se incluyen, igualmente, escritores que, nacidos
fuera e incorporados a la vida insular
cuando ya habían conformado su personalidad como tales, se han entregado —de una
u otra forma— al rescate y estudio de los más diversos aspectos de la historia y de la literatura de Canarias, aun cuando no se hayan significado como creadores
en el estricto sentido del término.
Este primer
ensayo es deudor de muchos antecedentes que, en la mayoría de los casos, lo
superan en la profundidad de la
investigación o en la calidad de su elaboración. Citaré,
en primerísimo lugar, la obra magna de Agustín Millares Cario, Bio-bibliografía de Escritores Canarios. Tras ella, y en parejo orden de méritos, la Historia
de la Literatura Canaria, de Joaquín Artiles e Ignacio Quintana; Poetas Canarios de los siglos XIX y XX, de
Sebastián Padrón Acosta; la inconclusa Historia
de la Poesía Canaria, de Ángel
Valbuena Prat. Diversas antologías, como Poesía
de la segunda mitad del siglo XIX, de María Rosa Alonso; la también
inconclusa Antología de Poesía Canaria, de
Domingo Pérez Minik; Poesía Canaria 1939-1969 y Modernismo y vanguardia, ambas de Lázaro Santana; Museo
Atlántico, de Andrés Sánchez Robayna y Poesía Canaria 1940-1980, de Sebastián de la Nuez. Inestimables han
sido las referencias tomadas de trabajos varios de los ya mencionados María Rosa Alonso (En Tenerife, una poetisa, Victorina Bridoux y Mazzini, La ciudad y
sus habitantes, Las generaciones y
cuatro estudios...) y Sebastián de la Nuez ("La generación de intelectuales
canarios"); de Juan Rodríguez
Doreste ("Las revistas de arte en Canarias" o Seres, sombras y sueños)
de José Domingo ("El movimiento literario de las Islas
Canarias"). Igualmente úríos, de Matías Díaz Martín y el Diccionario biográfico canario-americano, de David W. Fernández.
Otros estudios y antologías, en fin, incluso dentro
de sus limitaciones (96 poetas de las Islas
Cananas, de José Quintana S., por
ejemplo) no han sido menos decisivos a la hora de acopiar materiales necesarios para mi pesquisa. "Apunte para un censo de escritores de
los litorales del Atlántico Sur", que formaba parte del Mapa
Literario de España, publicado por la
desaparecida revista madrileña La
Estafeta Literaria, es —con sus
muchos errores u omisiones— el
antecedente más inmediato de este Diccionario, y punto de partida también para la elaboración de muchas de sus entradas.
En el capítulo de agradecimientos, los nombres de María Rosa Alonso (paciencia y generosidad sin
límites); de Manuel González Sosa (ayuda
puntual para muchos datos anecdóticos o
bibliográficos); de Juan A. Martínez de la
Fe (eficaz corrector de pruebas y preciso iluminador de muchas de sus zonas oscuras); de Maximiano Trapero (horas de reflexión para que un libro así
alcanzara la dignidad que merece), deben figurar en
lugar destacado. Juan-Manuel García
Ramos, en su etapa de Vice-Consejero de
Cultura, fue el "culpable" de que yo me atreviera a correr esta aventura. A todos, mi gratitud y
mi amistad.
jorge rodríguez
padrón
Madrid, 1990-1991
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