Vamos a comentar la obra de don
Manuel Velázquez Cabrera, un hombre
soterrado bajo el silencio y el olvido, y que jugó un gran papel en la importante historia del régimen
local de las Islas Canarias.
Para don Manuel, la isla es la
más vigorosa personalidad geográfica que
existe, sobre la que debe montarse su administración y gobierno. La isla está por encima de la Provincia y de
cualquier otra división administrativa.
En algunos ejemplos se verá claramente su idea: la sanidad y beneficencia son insulares. Una carretera nace en la
isla y muere en ella, y no tiene nada
que ver con las carreteras de las demás islas y menos con las del resto
de la nación, etc., etc.
En síntesis, esta fue la doctrina
que sentó don Manuel Velázquez Cabrera,
promotor y artífice de los Cabildos Insulares en su «plebiscito», duramente atacado cuando lo
concibió e injustamente olvidado en los 59 años transcurridos desde entonces
ahora, a pesar de que los Cabildos han sido
las corporaciones que más han contribuido a resolver el «problema canario», y el único camino para terminar con él,
el día que lleven los principios que
anteceden a sus últimas consecuencias y se creen los instrumentos y órganos de contacto con el Gobierno de
la Nación.
Quien lea la obra que presento, verá que don Manuel Velázquez Cabrera fue un perfecto caballero, lleno de
pundonor, que renunciaba los cargos o los dimitía, cuando contemplando el
camino de la acción eficaz, preveía
la imposibilidad de actuar o cualquier forma indigna de obrar. ¡Qué tiempos y qué hombre!
Poseía asimismo una voluntad
indomable y pertinaz. La vida con sus crueldades y durezas le forjó y lo puso a punto para resistir sin
desmayo la lucha con unos cacicazgos
bien enraizados y prestigiosos en mérito a
sus obras patrióticas, pero que al fin y al cabo,
usaban y abusaban de los procedimientos propios de los caciques.
Don Manuel nació en Tiscamanita
el 11 de noviembre de 1863, un diminuto
lugar de la extensa y despoblada Fuerteventura, perteneciente al Ayuntamiento de Tuineje. Sufre la
orfandad materna a los tres años; y mientras el padre, de los mismos nombres y apellidos,
viaja de un sitio a otro espoleado
por los negocios, que le conducen a la ruina y a la expatriación, allá en el interior de la
República Oriental del Uruguay, donde trabajaban ya hombres que habían sido medianeros de sus fincas y
algunos familiares.
Gracias a la solicitud y cariño
de su hermano mayor, don Miguel, que regentaba el comercio de la casa y ejercía de hecho la «Patria
Potestad», pudo recibir la indispensable instrucción
primaria en las escuelas públicas de tres de
los municipios majoreros: Tuineje, Pájara y Antigua.
Próximo a los doce años, llamado
por el padre, va a su encuentro en compañía de su hermano Sebastián, de diecisiete años de edad. Por mucho
espíritu aventurero que querramos atribuirle, el paso del uno al otro
hemisferio, en un viaje trasatlántico que duró 18 días, debió presentarles
situaciones angustiosas y críticas, siendo la mayor la que se produjo a la llegada: pocos días antes, el amantísimo autor de sus días, había
muerto en el Hospital de la Misericordia de
Montevideo.
Este, que podríamos llamar
«extrañamiento» de Fuerteventura, dura casi un año, y los dos hermanos en edades tan
tempranas conocen de súbito
las asperezas que lleva consigo el trabajo para ganarse la propia vida; sueños que se rompen de golpe; responsabilidades que apresan la fértil
imaginación de la niñez y de la juventud,
angustias, orfandad y soledad, a pesar de lo buenos que fueron con ellos los
amigos de su difunto progenitor, que les atendieron durante este
tiempo.
Subrayo estos detalles de la vida
de don Manuel, ya que los considero elementos básicos de la formación de su
carácter cauto, hábil, inteligente
y tesonero.[…]
No hay comentarios:
Publicar un comentario