PRÓLOGO
Este libro tiene un leit motiv que lo recorre
desde el principio hasta el final. Es el
tema del VIAJE. El viaje tal cual fue hasta la
primera mitad del siglo que transcurre; es decir, el traslado físico y mental de un lobo de mar, grumete, oficial de náutica y pasajero ocasional, de
un punto del globo a otro, de una latitud a su
antípoda, de un paisaje terrestre y humano
dado a uno harto diferente, sintiendo todo el
tiempo que algo conocido quedaba atrás y
que se avecinaba la hora de enfrentarse a un nuevo estilo de existencia.
Lévi-Strauss
comienza su clásico escrito titulado Tristes Trópicos confesando que
"odia los viajes y los exploradores".
Al final de la lectura de esa obra, el usuario de turno queda convencido de que no es así, de que lo
que odia el insigne antropólogo es cierto
tipo de viaje y de exploración,
pero no aquél impregnado de emoción —no importa de dónde provenga ésta,
cognoscitiva, visual, sentimental—. En este
pequeño libro el tema del VIAJE y, en
cierta medida, el de la exploración, lo es todo. Hay que añadir en seguida que se trata siempre del
viaje de unas islas (Británicas) a
otras (Canarias), de la incursión deliberada, a veces, casual, otras, que
realizan corsarios, comodoros y
almirantes, factores, apoderados y "heréticos de la pravedad".
Ahí está el telón de fondo de la primera parte para
mostrarnos una galería de viajeros a la antigua usanza, a
los que motiva, sea el "tesoro" (de Indias) depositado en la bodega crujiente de los galeones, sea el
lucrativo negocio de los vinos (de malvasía)
extraídos de la uva de moscatel, sea el
atractivo científico de una civilización (guan-che, insular autóctona) cuyas huellas eran intrigantemente escasas para el saber europeo.
Ahora bien, en la segunda parte de estas páginas, el
lector encontrará con que se rompe, en amplia
medida, el discurso historiográfico que
presidió la redacción del telón de fondo. Los viajeros siguen afluyendo desde
la nórdica Albión a las míticas Hespérides a lo largo del siglo XIX, aunque arriban en buques de vapor y no en
bergantines de imponentes mástiles;
cargados de un equipaje compuesto por máquina
de escribir, libros de contabilidad y el anhelo fervoroso de hacer prosperar un menguado caudal o una maltrecha salud, en vez de desembarcar con
arcabuces para repeler la agresión defensiva
de los atacados y con rústicos cofres en
los que almacenar los lingotes del codiciado
metal.
En la segunda parte se rompe el discurso del
principio, y el autor es consciente de
que, quizá, sea esa ruptura la que confiere a este
libro el rasgo de atipismo para sorpresa del
lector. Espero que esta advertencia mitigue el calibre de la sorpresa, aunque no la exorcise del todo.
Si se considera con frialdad la "innovación"
estilística y de método introducida al
abrir a la ficción y a la inventiva un campo
de actuación profesional, se comprobará que toda la tramoya de la segunda parte es materia prima idónea para desembarazarse de la coraza erudita y
del embridamiento de la jerga historiográfica. La exploración de Mrs. Stone en latitudes de la Macaronesia (1884)
y el inaudito vuelo del capitán Bebb entre Croydon
y Gando (1936), son episodios fidedignos
de la vieja relación histórica
anglo-canaria, pero que invitaban a introducir elementos
estilísticos y detalles de ficción.
Lo mismo puede decirse de los viajes de
celebridades, o celebración de ocasiones
memorables, que sacudieron a la colonia británica
asentada en Canarias y que allí echó […]
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