domingo, 11 de agosto de 2013

LOS INGLESES EN CANARIAS





PRÓLOGO
Este libro tiene un leit motiv que lo recorre desde el principio hasta el final. Es el tema del VIAJE. El viaje tal cual fue hasta la primera mitad del siglo que transcurre; es decir, el traslado físico y mental de un lobo de mar, grumete, oficial de náutica y pasajero ocasional, de un punto del globo a otro, de una latitud a su antípoda, de un paisaje terrestre y humano dado a uno harto diferente, sintiendo todo el tiempo que algo conocido quedaba atrás y que se avecinaba la hora de enfrentarse a un nuevo estilo de existencia.
Lévi-Strauss comienza su clásico escrito titulado Tristes Trópicos confesando que "odia los viajes y los explorado­res". Al final de la lectura de esa obra, el usuario de turno queda convencido de que no es así, de que lo que odia el insigne antropólogo es cierto tipo de viaje y de exploración, pero no aquél impregnado de emoción —no importa de dónde provenga ésta, cognoscitiva, visual, sen­timental—. En este pequeño libro el tema del VIAJE y, en cierta medida, el de la exploración, lo es todo. Hay que añadir en seguida que se trata siempre del viaje de unas islas (Británicas) a otras (Canarias), de la incursión deliberada, a veces, casual, otras, que realizan corsarios, comodoros y almirantes, factores, apoderados y "heréticos de la pravedad".
Ahí está el telón de fondo de la primera parte para mostrarnos una galería de viajeros a la antigua usanza, a
los que motiva, sea el "tesoro" (de Indias) depositado en la bodega crujiente de los galeones, sea el lucrativo nego­cio de los vinos (de malvasía) extraídos de la uva de mos­catel, sea el atractivo científico de una civilización (guan-che, insular autóctona) cuyas huellas eran intrigantemente escasas para el saber europeo.
Ahora bien, en la segunda parte de estas páginas, el lec­tor encontrará con que se rompe, en amplia medida, el discurso historiográfico que presidió la redacción del telón de fondo. Los viajeros siguen afluyendo desde la nórdica Albión a las míticas Hespérides a lo largo del siglo XIX, aunque arriban en buques de vapor y no en bergantines de imponentes mástiles; cargados de un equipaje com­puesto por máquina de escribir, libros de contabilidad y el anhelo fervoroso de hacer prosperar un menguado cau­dal o una maltrecha salud, en vez de desembarcar con arcabuces para repeler la agresión defensiva de los ataca­dos y con rústicos cofres en los que almacenar los lingotes del codiciado metal.
En la segunda parte se rompe el discurso del principio, y el autor es consciente de que, quizá, sea esa ruptura la que confiere a este libro el rasgo de atipismo para sor­presa del lector. Espero que esta advertencia mitigue el calibre de la sorpresa, aunque no la exorcise del todo.
Si se considera con frialdad la "innovación" estilística y de método introducida al abrir a la ficción y a la inven­tiva un campo de actuación profesional, se comprobará que toda la tramoya de la segunda parte es materia prima idónea para desembarazarse de la coraza erudita y del embridamiento de la jerga historiográfica. La exploración de Mrs. Stone en latitudes de la Macaronesia (1884) y el inaudito vuelo del capitán Bebb entre Croydon y Gando (1936), son episodios fidedignos de la vieja relación his­tórica anglo-canaria, pero que invitaban a introducir ele­mentos estilísticos y detalles de ficción.
Lo mismo puede decirse de los viajes de celebridades, o celebración de ocasiones memorables, que sacudieron a la colonia británica asentada en Canarias y que allí echó […]


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