jueves, 15 de agosto de 2013

LA REPRESION FRANQUISTA EN EL HIERRO (1936-1944)






INTRODUCCIÓN
La represión y la resistencia popular que siguieron al levantamiento militar de julio de 1936 ha suscitado ciertamente escaso interés en la historiografía canaria, a pesar de ser uno de los eventos más significati­vos nuestra historia contemporánea, de haber engendrado hechos como los de Vallehermoso o La Palma y de haberse cobrado, según los cálcul-so de Oswaldo Bríto (1), más de 6.000 vidas humanas. Sólo contamos, hasta el presente, con apresuradas referencias en algunas obras de inves­tigación histórica (Tomás Quintero Espinosa, Agustín Millares Cante­ro, Oswaldo Brito...), con una irregular producción literaria y autobio­gráfica (Juan Rodríguez Doreste, Luis León Barrete, José Antonio Rial...) y con unos pocos artículos periodísticos, muchos de ellos de du­dosa fiabilidad.
Es por ello que no consideramos vano dar a conocer el resultado de la investigación que se ha preocupado de desentrañar lo que, en dicho ámbito, aconteció en El Hierro desde aquella fecha hasta 1944. Aunque en esta isla las cotas de dramatismo alcanzadas y la magnitud de lo su­cedido son inferiores al de otras del Archipiélago, posee, por contrapar­tida, destacadas pecularidades: su larga duración, el papel desempeñado por los huidos y la relevancia política, ideológica e histórica de los acontecimientos de 1944.
Dos estímulos cualitativamente distintos se confabularon para inci­tar al autor a emprender este trabajo. El primero, de orden emocional, se enraiza en la memoria colectiva de la sociedad que éste ha habitado: los relatos escalofriantes, sentidos y temerosos de los más viejos, la cró­nica de un cristal que se hizo trizas, le comprometieron tácitamente hace ya mucho tiempo a rescatar para la historia escrita lo que, de no hacerlo, acabaría convertido en un destello indeciso del pasado.
El segundo, quizás tan imperioso como aquél, fue el encuentro, en los archivos de la Delegación del Gobierno, con una riquísima e inédita documentación que, aunque fuera a trozos, había perpetuado gran par­te de los hechos, los hombres y las motivaciones que deambularon por este sendero de ocho años. Dicha documentación, que todo el mundo daba por perdida (quizás por eso nadie la había buscado), constituye el esqueleto de estas páginas; la voz de los hombres le proporciona la poca carne que ya hoy es posible recomponer.
Así pues, dos son las fuentes fundamentales a las que hemos recurri­do: las orales y las escritas. Las fuentes orales han sido reiteradamente ignoradas por los historiadores canarios, pero la consistencia de obras que hacen un uso extenso de ellas (recordamos, de pronto, la de lan Gibson sobre la muerte de Federico García Lorca) nos reafirma en la convicción de que para desentrañar los pormenores de nuestra histo­ria del siglo XX hemos de tenerlas en consideración y otorgarles la res­petabilidad que merecen.
Respecto a las fuentes escritas, hemos de explicar no sólo la profu­sión, a lo largo del texto, de las citas in extenso de muchas de ellas, sino el añadido de un abultado Apéndice Documental. Ambos exigen una misma aclaración: este trabajo, a la par que ejerce de intérprete de los acontecimientos, quiere ser en cierto modo, también, una fuente histó­rica, actuando como difusor de unos documentos que durante algo más de cuarenta años le han sido vedados a la propia sociedad que los edifi­có con sus nombres y apellidos. Asimismo, si a algún lector le parece excesivo el número de esos nombres propios reproducidos, que tenga en cuenta que esta posibilidad que el autor otorga a esos herreños de no perecer en el anonimato es un homenaje consciente a su sufrimientos.
Digamos, para concluir este exordio, que no hemos querido rebasar el ámbito geográfico de El Hierro. No hemos querido penetrar en Fyf-fes, Gando, Río de Oro... sólo a través de la visión exigua y unilateral de los detenidos herreños; su estudio compete a una investigación que arrope a todo el Archipiélago.

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