jueves, 22 de agosto de 2013

QUINTAS, PROFUGOS Y EMIGRACION: LA LAGUNA (1886-1935)




PROLOGO
En un momento en que los temas de la obligatoriedad y duración del servicio militar están sobre el tapete, quizá impulsados por una distensión internacional creciente, y la mayor conciencia de los ciudadanos de su de­recho a decidir libremente cada uno su propia vida, el que José Manuel Castellano haya realizado su tesina de Licenciatura sobre los Quintos y los Prófugos de Canarias, es de agradecer; y más el que haya elegido el período que va desde la implantación del servicio obligatorio en las islas hasta la Guerra Civil, pues la lejanía, permite el acercamiento a un tema actual­mente algo crispado, con el desapasionamiento y frialdad que requiere el método científico.
Y ello no obsta para que el tema de fondo siga teniendo interés, porque el gran problema humano que significa la existencia del soldado forzoso, siempre fue el mismo: la contradicción entre la obligación impuesta y el de­seo de libertad, que ha dado lugar a lo largo de la historia a los endémicos problemas de la indisciplina, los prófugos y los desertores, etc... Por Geofrey Parker y otros estudiosos, sabemos que frente a la leyenda de la disciplina de los Tercios de Flandes, a que dio pie el conocido verso de Calderón: "aquí la más principal hazaña es obedecer", en aquellas unidades los moti­nes estaban al orden del día. Análogamente, la tentación de la deserción ha sido constante en todos los tiempos y a veces los soldados recién reclutados eran conducidos custodiados. El combate integrado en apretados grupos, desde las falanges griegas a los cuadros del siglo XVIII, evidentemente cau­saba un gran impacto al enemigo, pero que duda cabe, que también disua­día de la cobardía, que a veces, y aquí la historia se mezcla con la leyenda, hacía que combatientes forzosos fueran encadenados, como los que se dice dieron origen a las cadenas del escudo de Navarra. Asimismo, se cuenta que los cordones y clavos, que aún lucen nuestros cadetes, y que los llevan rojos porque se tiñeron de sangre, recuerdan unos combatientes de las guerras de Flandes, atados al suelo con cuerdas y piquetes que les impedían retroce­der. […]
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