lunes, 5 de agosto de 2013

JOSE MARIA DE LA ROSA





José moría de la rosa, como un rayo de sombra
COMO un rayo de sombra; un negro fulgor. José María de la Rosa como un destello de oscuridad, como una
 negrura luminosa. Con la fuerza rotunda y poderosa de un relámpago, su palabra poética; su vida: un territorio de silencio reflejándose a sí mismo, un eco de una isla en un mar de sombras. Tal vez esta indisoluble lucha de opuestos sea la imagen que mejor resuma y defina el sino contradic­torio del poeta, su destino sobre la tierra. La existencia de José María de la Rosa está marcada por una permanente pugna entre el deseo y la obligación, entre el apasionamiento del amor y el desengaño de la infelicidad, entre la muerte ron­dando a su alrededor y el vértigo de vivir, entre el compro­miso con la libertad y el padecimiento de su negación, entre el arraigo y el alejamiento, entre la mirada al acecho de los astros y el polvo del suelo que ciega los ojos. Esa dramática condición hizo de él en gran medida un hombre amargo, alguien que se debate siempre en el fondo de la tristeza, muchas veces disfrazada de sarcasmo. Su obra lo delata.
La muerte de su hermano, primero; la guerra civil con sus trá­gicas secuelas, incluida la pérdida de su primer poemario cuando estaba a punto de ser publicado, e incluida también la pérdida, en manos de la muerte y en los caminos del des­tierro o el exilio, de muchos de sus amigos, después; junto a la herida abierta con la ruptura de su matrimonio y el dolor acumulado y acumulándose por su alejamiento de la Isla,[…]

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