José moría de la
rosa, como un rayo de sombra
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COMO un rayo de sombra; un negro fulgor. José María de la
Rosa como un destello de oscuridad, como una
negrura luminosa. Con la fuerza rotunda y poderosa
de un relámpago, su palabra poética; su vida: un
territorio de silencio reflejándose a sí
mismo, un eco de una isla en un mar de
sombras. Tal vez esta indisoluble lucha de opuestos sea la imagen que mejor
resuma y defina el sino contradictorio del
poeta, su destino sobre la tierra. La existencia de José María de la Rosa está marcada por una
permanente pugna entre el deseo y la
obligación, entre el apasionamiento del amor y
el desengaño de la infelicidad, entre la muerte rondando
a su alrededor y el vértigo de vivir, entre el compromiso con la libertad y el
padecimiento de su negación, entre el arraigo y
el alejamiento, entre la mirada al acecho de los astros
y el polvo del suelo que ciega los ojos. Esa dramática condición hizo de él en gran medida un hombre
amargo, alguien que se debate siempre en
el fondo de la tristeza, muchas veces
disfrazada de sarcasmo. Su obra lo delata.
La
muerte de su hermano, primero; la guerra civil con sus trágicas secuelas, incluida la pérdida de su primer
poemario cuando estaba a punto de ser
publicado, e incluida también la pérdida, en
manos de la muerte y en los caminos del destierro o el exilio, de muchos de sus amigos, después; junto a la herida abierta con la ruptura de su matrimonio y
el dolor acumulado y acumulándose por su
alejamiento de la Isla,[…]
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