PALABRAS PARA UN MERECIDO HOMENAJE Carmen Díaz Alayón
Para
ti llegará la primavera
y a ser otoño
volverás como antes
mas yo no seré ya
lo que antes era.
Cristóbal del Hoyo
El
22 de julio de 1990 perdíamos a don José Pérez Vidal. Se fue de nosotros callada y elegantemente, como todos los
actos de su vida. Para decirnos adiós, esperó a que terminara el
brillante minué lustral, con su dulce
propuesta de ensueños anacrónicos y gentiles nostalgias. Aguardó a que la agitada y mágica polka de los enanos
se apagara en la noche de la fiesta.
Esperó a que cuatro querubes alados, vestidos de estrellas y de nubes de transparente tul, descendieran del
firmamento para dar voz al corazón del
pueblo. Dejó que la vida de la ciudad se serenara y volviera al sosegado ritmo
de antes, a la plácida tranquilidad de siempre.
Murió el viejo profesor donde tenía que hacerlo, entre los suyos, entre nosotros, en La Palma. Dejando a un lado otras
geografías por él conocidas y también queridas,
decidió emprender el viaje definitivo desde el hermoso terruño del Atlántico donde vio la luz primera cuando
el siglo aún era joven. Quiso para sus últimos días la grata caricia
de la brisa isleña y el seguro abrigo de la
cumbre palmera. Buscó la irrenun-ciable
cercanía del océano y la piel cómplice de las olas. Se dejó abrazar por el aroma singular de su isla, un aroma hecho de
mar, de tea, de retamas, de lava, de
tierra labrada y de lluvia apacible. En su última singladura no se
entretuvo en consultar sus viejas cartas de navegación. Ignoró otras rutas y
otros puertos. No quiso saber de otros rumbos y de otras bahías posibles. Sólo ansiaba un destino, y para alcanzarlo no le hizo falta la ayuda de la brújula ni tuvo en
cuenta la posición de los astros. Únicamente se dejó guiar por su
corazón, forjado de sueños y de bondad. De
modo decidido enfiló su barco, de buena madera y muy marinero, pero ya visiblemente desarbolado por una
larga travesía, hacia un punto específico del Atlántico. Allí, en una playa de
Benahoare, varó su nave para siempre.
Caronte lo encontró a la orilla del mar, en su paisaje.
No podía ser de otra forma. Pérez Vidal amó como
pocos a estas Islas, y lo hizo siempre con
una entrega que nunca supo de condiciones, con elegante humildad, con hechos, con su callado y constante
quehacer. Esto se puede apreciar en la
trayectoria coherente y diáfana de su vida y, además, se puede ver nítidamente en sus trabajos. Entre líneas, sus
estudios rezuman ternura, cálido sentimiento y estrecha vinculación. ¡Con
cuánta emoción escribe Pérez Vidal de la cestería insular, de la terminología
del ganado, de la vivienda tradicional, de los romances, del baile del trigo o del alma de Tacande! ¡Con
cuánto amor habla siempre de un trozo específico
del suelo insular, de su entrañable y querida ciudad
de Santa Cruz de La Palma! Una muestra palpable de este profundo cariño, entre otras muchas pruebas que se
podrían citar, la encuentro en el
prólogo al libro Cosas viejas de la mar de Armando Yanes Carrillo,
donde Pérez Vidal escribe:
Santa Cruz de La Palma está atravesando una grave crisis. Los rasgos y
elementos que le han prestado carácter y personalidad van
desapareciendo de manera lastimosa. Es un mal que ya viene desde atrás, pero que se ha acentuado
últimamente. Y el triste consuelo de
que, por desgracia, son muchas las ciudades que lo padecen no puede
tranquilizar sino a los tontos... El ataque feroz del cemento, el hierro y la
pintura contra la piedra, el barro y la tea han hecho desaparecer gran parte
de las antiguas construcciones. Los nuevos
edificios, fríos cajones de cemento
armado, han ocupado el lugar de las viejas casas de torneados balcones y
aleros ondulados; la cal ha cubierto los antiguos
blasones; la dignidad de la piedra de las portadas ha perecido bajo la vulgaridad de cien manos de pintura;
la belleza de algunos artesonados ha sido profanada por el albayalde;
inútiles ya las antiguas fortificaciones, se ha desmantelado la ciudad; en las plazas se ha cometido el mayor de los
crímenes urbanísticos.
El hormigón, casi siempre empleado con mal gusto, ha modernizado, es cierto, la ciudad; se han construido
puentes, avenidas, grandes
edificios..., pero, todos, poco más o menos, como los que, por estos mismos tiempos, se han construido en
cualquier parte. Si se continúa "modernizando", y no
se tiene el acierto de restaurar y conservar con gusto algunos rincones, día
llegará en que, en Santa Cruz de La Palma,
no quedará nada que merezca ser
visto; ningún sitio con personalidad y carácter, en donde cada individualidad pueda fortalecerse y sentirse,
aunque sea momentáneamente, protegida del contagio uniformador de la masa.
Cuando llegue ese día tristísimo en que el mundo haya perdido el encanto de sus sorpresas y de la variedad de sus
ambientes, ya no tendrá sentido viajar.
Como puede verse, estas palabras están preñadas de
amor, cargadas del signo del sentimiento. Pérez Vidal quiere salvar el alma y
la estampa de una realidad y de un medio que se le
escapa, quiere conservar su ciudad
tanto física como espiritualmente. Quiere que la vieja villa de Apurón, curtida
por la maresía y los años, conserve su antigua traza
y sus rincones, llenos de recuerdos y tradiciones, que sea una ciudad en la que cada calle, cada casa, cada rincón
mantenga sus rasgos singulares y su
ambiente propio, que no se produzca una radical y desastrosa
renovación de sus elementos materiales, que sus habitantes muestren sus
virtudes y sus defectos tradicionales, que la ciudad recupere la rica vida cultural que le era propia en otro
tiempo y la prestancia que tuvo en el
pasado.
La noticia del fallecimiento de Pérez Vidal no
supuso para mí una sorpresa. Conocía de cerca su estado.
Tuve constante noticia de la dificultad de
sus últimos días y esperaba resignada el fatal desenlace. Cuando éste se produjo intenté consolarme pensando que
su labor ya estaba hecha, que no se iba de nosotros con las manos
vacías, que su quehacer científico
continuaría siendo el germen generoso de otras líneas de investigación. Porque aquel día de julio perdíamos a
la persona, al hombre, a la figura
venerable de José Pérez Vidal. Dejábamos de tener entre nosotros al viejo profesor que paseaba, ya
cansinamente, por nuestras calles,
pero también se quedaba con nosotros para siempre en su valioso legado científico y su inapreciable ejemplo como
investigador. Pérez Vidal nos dejó toda una vida dedicada ilusionada y
desinteresadamente […]
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