sábado, 3 de agosto de 2013

HOMENAJE A JOSE PEREZ VIDAL





PALABRAS PARA UN MERECIDO HOMENAJE Carmen Díaz Alayón
Para ti llegará la primavera
y a ser otoño volverás como antes
mas yo no seré ya lo que antes era.
Cristóbal del Hoyo
El 22 de julio de 1990 perdíamos a don José Pérez Vidal. Se fue de nosotros callada y elegantemente, como todos los actos de su vida. Para decirnos adiós, esperó a que terminara el brillante minué lustral, con su dulce propuesta de ensueños anacrónicos y gentiles nostalgias. Aguar­dó a que la agitada y mágica polka de los enanos se apagara en la noche de la fiesta. Esperó a que cuatro querubes alados, vestidos de estrellas y de nubes de transparente tul, descendieran del firmamento para dar voz al corazón del pueblo. Dejó que la vida de la ciudad se serenara y volviera al sosegado ritmo de antes, a la plácida tranquilidad de siem­pre.
Murió el viejo profesor donde tenía que hacerlo, entre los suyos, entre nosotros, en La Palma. Dejando a un lado otras geografías por él conocidas y también queridas, decidió emprender el viaje definitivo desde el hermoso terruño del Atlántico donde vio la luz primera cuando el siglo aún era joven. Quiso para sus últimos días la grata caricia de la brisa isleña y el seguro abrigo de la cumbre palmera. Buscó la irrenun-ciable cercanía del océano y la piel cómplice de las olas. Se dejó abrazar por el aroma singular de su isla, un aroma hecho de mar, de tea, de retamas, de lava, de tierra labrada y de lluvia apacible. En su última singladura no se entretuvo en consultar sus viejas cartas de navegación. Ignoró otras rutas y otros puertos. No quiso saber de otros rumbos y de otras bahías posibles. Sólo ansiaba un destino, y para alcanzarlo no le hizo falta la ayuda de la brújula ni tuvo en cuenta la posición de los astros. Únicamente se dejó guiar por su corazón, forjado de sueños y de bondad. De modo decidido enfiló su barco, de buena madera y muy marinero, pero ya visiblemente desarbolado por una larga travesía, ha­cia un punto específico del Atlántico. Allí, en una playa de Benahoare, varó su nave para siempre. Caronte lo encontró a la orilla del mar, en su paisaje.
No podía ser de otra forma. Pérez Vidal amó como pocos a estas Islas, y lo hizo siempre con una entrega que nunca supo de condiciones, con elegante humildad, con hechos, con su callado y constante quehacer. Esto se puede apreciar en la trayectoria coherente y diáfana de su vida y, además, se puede ver nítidamente en sus trabajos. Entre líneas, sus estudios rezuman ternura, cálido sentimiento y estrecha vinculación. ¡Con cuánta emoción escribe Pérez Vidal de la cestería insular, de la terminología del ganado, de la vivienda tradicional, de los romances, del baile del trigo o del alma de Tacande! ¡Con cuánto amor habla siem­pre de un trozo específico del suelo insular, de su entrañable y querida ciudad de Santa Cruz de La Palma! Una muestra palpable de este pro­fundo cariño, entre otras muchas pruebas que se podrían citar, la en­cuentro en el prólogo al libro Cosas viejas de la mar de Armando Yanes Carrillo, donde Pérez Vidal escribe:
Santa Cruz de La Palma está atravesando una grave crisis. Los rasgos y elementos que le han prestado carácter y personalidad van desapareciendo de manera lastimosa. Es un mal que ya vie­ne desde atrás, pero que se ha acentuado últimamente. Y el triste consuelo de que, por desgracia, son muchas las ciudades que lo padecen no puede tranquilizar sino a los tontos... El ataque feroz del cemento, el hierro y la pintura contra la pie­dra, el barro y la tea han hecho desaparecer gran parte de las an­tiguas construcciones. Los nuevos edificios, fríos cajones de ce­mento armado, han ocupado el lugar de las viejas casas de torneados balcones y aleros ondulados; la cal ha cubierto los an­tiguos blasones; la dignidad de la piedra de las portadas ha pere­cido bajo la vulgaridad de cien manos de pintura; la belleza de algunos artesonados ha sido profanada por el albayalde; inútiles ya las antiguas fortificaciones, se ha desmantelado la ciudad; en las plazas se ha cometido el mayor de los crímenes urbanísticos.
El hormigón, casi siempre empleado con mal gusto, ha moder­nizado, es cierto, la ciudad; se han construido puentes, avenidas, grandes edificios..., pero, todos, poco más o menos, como los que, por estos mismos tiempos, se han construido en cualquier parte. Si se continúa "modernizando", y no se tiene el acierto de restaurar y conservar con gusto algunos rincones, día llegará en que, en Santa Cruz de La Palma, no quedará nada que merezca ser visto; ningún sitio con personalidad y carácter, en donde cada individualidad pueda fortalecerse y sentirse, aunque sea momentáneamente, protegida del contagio uniformador de la masa.
Cuando llegue ese día tristísimo en que el mundo haya perdido el encanto de sus sorpresas y de la variedad de sus ambientes, ya no tendrá sentido viajar.
Como puede verse, estas palabras están preñadas de amor, carga­das del signo del sentimiento. Pérez Vidal quiere salvar el alma y la estampa de una realidad y de un medio que se le escapa, quiere con­servar su ciudad tanto física como espiritualmente. Quiere que la vieja villa de Apurón, curtida por la maresía y los años, conserve su antigua traza y sus rincones, llenos de recuerdos y tradiciones, que sea una ciudad en la que cada calle, cada casa, cada rincón mantenga sus rasgos singulares y su ambiente propio, que no se produzca una radical y desastrosa renovación de sus elementos materiales, que sus habitantes muestren sus virtudes y sus defectos tradicionales, que la ciudad recu­pere la rica vida cultural que le era propia en otro tiempo y la prestancia que tuvo en el pasado.
La noticia del fallecimiento de Pérez Vidal no supuso para mí una sorpresa. Conocía de cerca su estado. Tuve constante noticia de la difi­cultad de sus últimos días y esperaba resignada el fatal desenlace. Cuan­do éste se produjo intenté consolarme pensando que su labor ya estaba hecha, que no se iba de nosotros con las manos vacías, que su quehacer científico continuaría siendo el germen generoso de otras líneas de in­vestigación. Porque aquel día de julio perdíamos a la persona, al hom­bre, a la figura venerable de José Pérez Vidal. Dejábamos de tener entre nosotros al viejo profesor que paseaba, ya cansinamente, por nuestras calles, pero también se quedaba con nosotros para siempre en su valioso legado científico y su inapreciable ejemplo como investigador. Pérez Vidal nos dejó toda una vida dedicada ilusionada y desinteresadamente […]

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