1. gaceta
de arfe; la fecunda aventura
QUE DEBE suponerse de curiosa perplejidad la
reacción de los lectores desprevenidos o desinformados —entre
los que suelen contarse los más
conservadores— cuando un buen día de
febrero de 1932 encuentran en su quiosco habitual, o en alguna de las contadas librerías de la capital tinerfeña, esta hoja volandera "... con
cuatro páginas y formato de periódico, en papel mate con su color blanco muy
desvaído hacia el amarillo..." (1)
como la describe, muchos años después, uno de sus más conspicuos
colaboradores.
Si quien atiende en ese momento el puesto de prensa fuera un joven menudo y moreno que ronda la veintena, no
dudaríamos en afirmar que se trata de Domingo López Torres, un santacrucero más que lleva ese puesto de prensa y
exigua librería en la plaza de la Candelaria, en el mismo centro del Santa Cruz costero. Lugar provinciano donde todo
el mundo se conoce de diario y donde
las reacciones de quien se acerca a comprar
prensa son tan declarativas en el gesto y la palabra, como indicadoras de posición personal ante
una rápida lectura de los titulares.
Sobre todo cuando las noticias reflejan cambios políticos en la Península o en su entorno europeo.
Si esta persona fuera Domingo López Torres su mirada intensa
se movería con brillo cómplice mientras charla con los clientes habituales, cercanos a él en amistad o
pensamiento, o aguardaría vigilante —con su
perfil étnico— mientras da una explicación
escueta del origen y contenido de aquellos pliegos
a quienes sabe desafectos a su mundo. Sus amigos y
compañeros saben que el propio Domingo forma parte de aquella hoja volandera: ése será el punto que los
anime a comprarla y a despachar las
primeras líneas del artículo que aquel amigo
de barrio o compañero de ideas políticas dedica en segunda página al "arte social".
Pero no es Domingo quien vende esos primeros ejemplares, aunque sí lo
hará con los últimos números de la publicación, cuando
lleve, entre 1935 y 1936, una librería-estanco llamada Número Cinco en la misma plaza santacrucera. El gran poeta surrealista ejercía ya de orfebre en otro lugar de
Santa Cruz y preparaba sin duda sus
primeros versos que aquellas hojas publicarían
más adelante.
Tal
como deben suponerse de animoso interés las palabras de los amigos de Domingo López Torres que, tras comprar
su ejemplar, pasan por el taller a felicitarlo,
así hay que suponer airadas las de
quienes, por el contrario —ya en sus casas o en algún banco del cercano parque
del Príncipe—, reniegan de la peseta que han pagado por el
panfleto, una vez han percibido el auténtico
carácter selectivo y con pretensiones revolucionarias de aquella ¿revista?, socavando con su avalancha de novedades literarias y artísticas
incomprensibles la pachorra de su habitualidad lectora, aldeana y
provincial. A pesar de la suerte que
cabe al lector que hemos seguido hasta el banco del parque, inconsciente de su
privilegio en un medio social donde
sólo un 20% de la población está capacitada para la lectura...
"Lo que no
se conoce no se ama", adagio clásico que hubiese rumiado Domingo —de ser él el vendedor ocasional de prensa— pensando contar luego tan diversas
reacciones a sus compañeros de
redacción, mientras entrega las pesetas conseguidas en la escasa venta. Pesetas que serán entregadas al dueño de la tipografía Margarit, en la adyacente
plaza del Patriotismo, quien les ha fiado parte del costo total de tirada.
La publicación objeto de este documental imaginario que hemos esbozado
con la participación acrónica de Domingo[…]
(1) D. Pérez Minik en su Facción Española Surrealista de Tenerife, p.
15 (Barcelona, 1975), en adelante
citada como FEST.
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