Declaratorio
Los que escriben novelas
no deben engañar a los demás, ni engañarse a sí
mismos, ni dar por acaecidos hechos no sucedidos. Deben tener en cuenta que la naturaleza artística de esta clase de literaturas, reclama ciertas
invenciones necesarias al interés que el autor se propone despertar con
la lectura de lo por él escrito. Por esto,
aparte del gran fondo de verdad local y
psicológica que ha de imprimírselas cuando la acción se circunscribe y los caracteres se especifican, es de necesidad haber en cuenta, en todos momentos, que
determinados hechos, sin ser inverosímiles en sí
mismos, han sido adaptados (éste es
el vocablo) al positivo capital de la novela como secundarios, como imprescindibles para la trabazón de los desenlaces parciales.
Hago esta
aclaración o declaratorio, como quiera llamársele,
porque algunos maliciosos de por aquí darán en la majadería (achaque crónico de los que vivimos en villorrios) de señalar con el dedo a algunos de nuestros
conterráneos, para colgarles al
sambenito de los desafueros y
judiadas que en El CACIQUE se mentan y comentan. Así pues, como no quiero ser malquisto por nadie y,
menos por futesas novelescas, canto
la suerte y salga el sol por donde quiera.
A solas me quedo con mi conciencia, que me revela de antemano de los pecados y culpas que malas
intenciones desataren contra mí.
El cacique es una entidad, un tipo, mejor
dicho, de especialísima y ruin contextura
moral, que ha existido y existirá mientras
España padezca del grave mal de las malas políticas. No es, por tanto, una excrecencia nociva peculiar, exclusiva de Canarias. Lo que hay de isleño en
esta novela, si Vds. notan que hay algo, es el
ambiente local, la heterogénea sucesión de matices que se
diversifican y trasmutan con el ritmo
natural que la vida ha puesto en los seres y las cosas.
Es así por lo que repito otra vez que el Cacique de esta obrita no es una determinada persona de todos
conocida; trátase pura y simplemente de
ese hipogrifo municipalesco, de ese transformado descendiente del antiguo señor
feudal, cuyo origen en los actuales
tiempos débese a nuestra contubernaria
política y desmoralizada gestión de los organismos centrales de gobernación. Que aparezca aquí localizado, con fisonomía más o menos tomada del natural, no
significa nada: he querido, por
intelectualismo caprichoso y un tanto
presumido, hacer alarde fogoso de amor al terruño, procurando convertirlo en
escenario donde el desenlace de los hechos grabe en el ánimo la impresión y
despierte el saludable apetito de hacer
cuanto quepa en las humanas fuerzas para
desarraigar las perniciosas influencias con que el caciquismo pesa en la vida pública y hasta privada de nuestros pequeños pueblos.
Creo haber aclarado en provecho y descargo de mi buena fe, los propios deseos y los móviles que le
sirven de impulsores. Si con ello no
consigo dejar burladas las malévolas
disquisiciones de los que, suspicaces siempre, a todo le ponen coletilla, así como los pruritos
mordicantes de los cortos de
entenderás, vayanse enhoramala donde yo no pueda decirles que son unos noveleros.
El Autor
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