jueves, 1 de agosto de 2013

LOS OVICAPRINOS DE VILLAVERDE




Prólogo
De nuevo el Profesor Meco Cabrera ofrece un resultado positivo y valioso, fruto de sus investigaciones, en el campo de los estudios pale­ontológicos pero, en esta ocasión, con la afortunada novedad de venir estrechamente referenciados, y asociados, a las actividades registradas por la arqueología.
Desde sus trabajos sobre el jandiense y erbaniense el Dr. Meco ha dirigido su metodología a aproximar los resultados a la prehistoria canaria, el marco de las grandes correlaciones y en los parámetros regio­nales. Esta situación interdisciplinar le ha llevado ahora a estudiar los materiales mastológicos de la Cueva de Villaverde, en Fuerteventura, obtenidos en las excavaciones sistemáticas que, con también tan buenos resultados, ha dirigido la Profesora Francisca Hernández de la Univer­sidad Complutense y Doña Dolores Sánchez Velázquez.
Ya Zeuner (1959) inauguró el estudio científico de los restos de mamíferos domésticos asociados a los materiales arqueológicos de Cana­rias pero, en realidad, los problemas de fondo sobre la presunta antigüe­dad y procedencia de la fauna doméstica quedaban por resolver satis­factoriamente, pues no siempre hay acuerdo sobre los extremos. De un lado para quienes postulan un origen remoto y hacen correlacionar pro­cedencias con la presunta «revolución neolítica» (bien en el íoco tradi­cional nilota o en el nuevo hogar sahariana deAmekni), y vía difunsio-nismo justifican su temprana presencia en el Archipiélago, dentro de un contexto que pudiéramos describir como «neolítico antiguo». De otro lado, y al parecer es hacia donde apunta la arqueología última, consi­derar la situación que se genera en Canarias, en particular en Gran Canaria en la Alta Edad media con la posibilidad de aportaciones de contingentes humanos, portadores de una nueva tecnología y, conse­cuentemente, poseedores de especies domésticas y agrícolas responsables de la configuración de una sociedad compleja y profesional que se corresponde con un modelo de producción hidroagrícola, como el que tipifica el denominado Horizonte Cueva Pintada, con fechas significa­tivas circa el año 1000 de la Era.
El Profesor Joaquín Meco ha hecho gala, en este trabajo como en otros de los suyos, de un completo conocimiento del tema manejando una información arqueológica rigurosa y contrastada que le permite rastrear los orígenes de esta problemática de la domesticación de los animales, en particular de los ovicápridos, desde la Edad del Bronce en Palestina, 7.000 B.P., pasando por la Ovis palaeoegyptiaca de El Fayum, 6.500 B.P. a otros ejemplos más recientes que pasan por los ejemplares de Iheren-Tahilali, en 3.000 B.P. y sus actuales descendien­tes del Sahel, tal y como ha estudiado Muzzolini (1987).

Al margen del control osteométrico y el recuento de los materia­les procedentes de la Cueva de Villaverde, que Meco Cabrera aborda con los más inflexibles procedimientos de la estadística y la analítica en los capítulo 4 y 5, nos parecen de mayor interés cultural las cuestiones centrales que quedan perfectamente acotadas en el capítulo 3, adelan­tando la hipótesis de la posible conexión de la oveja paleocanaria con la de Tassili. Sin embargo el cuestionario es tan apasionante y trascenden­te para la arqueología prehispánica de Canarias que bien merece un cierto grado de atención y cautela.

Dentro del esquema que acepta un poblamiento del archipiélago desde el Holoceno (Guíñense norteafricano, Holoceno Húmedo) habría que situar los datos correspondientes para Canarias con los que en el continente han podido ser datados entre 7.000 al 3.000 B.P en cifras redondas; desde entonces se ha querido ver en el Húmedo Guíñense el momento de la expansión del Neolítico norteafricano, y donde los estu­dios realizados en Ougarta indican unas condiciones mucho más favo­rables que las actuales. Tal y como se infiere de su cobertura botánica representada en los diagramas polínicos con documentación de Olea, Acacia, Querqus y otras especies propias de un ambiente subárido que irá, paulatina e irreversiblemente degradándose hasta devenir en el Árido contemporáneo, con colmatación de los wadipor aluviones gui-ríenses. Por otra parte sabemos que el Sahara Occidental, a pesar de las míticas expresiones de su arte rupestre, no fue nunca un territorio muy poblado. En el Sahara, en general, el poblamiento parece ser más importante en el Achelense que en el Ateriense. Sin embargo en el Ate -riense y en el Neolítico Antiguo son vanados los emplazamientos cultu­rales que registran más de una capa o nivel de ocupación, como se observa en los sitios de El Khril y Kaf-Thaht-El-Ghar, pero como es lógico (y salvada la distancia desde la boca del Estrecho a Canarias) estos datos no son generalizabas.

Por otro lado los estudios realizados en la laguna de Oulidia (Balouch, Bidet, Carruesco et alii, desde 1982), estación situada en la costa atlántica a unos 70 km. al S. de El Jadida, pueden servir como elemento de referencia para entender la evolución estadial, y sus posibles repercusiones dentro de las Islas Canarias. Así se sabe que:
Estadio I: Antes del 8.000 B.P. Momento en que el nivel mari­no estaba 20 metros por debajo del actual.

Estadio II: Del 8.000 al 6.500 B.P. Coincide con el inicio de la transgresión mellahiense (fiandriense).

Estadio III: Del 6.500 al 4.500 B.P. Prosigue la pulsación positiva de la transgresión, que llega a alcanzar 2 metros por encima de la cota O actual. Este máximo maximorum está documentado en dis­tintos puntos de la costa atlántica marroquí en torno del 4.500 B.P. […]

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