domingo, 21 de julio de 2013

LA REBELION DE LOS GOMEROS





A nuestra juventud llega con insistencia quién fue Juana 'La Laca, o qué hiyfl el Cid Campeador (...). Con carácter individualizado y suficiente no le llega quiénes fueron sus Menceyes, qué representaba un Bencomo o por qué se desarrolló la conquista en los términos en que se produjo.
Carballo Cotanda A. («Canarias, región polémica»)
PROLOGO
Prologar un libro, obra de otro, suele producir un confuso sentimiento mezcla de miedo, satisfacción y adhesión, que aunque se dan en mí en este caso concreto quedan mucho más matizados, diría que enmascarados, por el de la necesidad de hacerlo. Necesidad a nivel personal, como gomero «por pacto de enlace» -que se convierte en sangre en mis hijos- y gomero por pro­pia adopción. Necesidad a nivel colectivo, orgánico, como presidente que tengo el honor de ser del Centro «Amílcar Cabra/» que organizó, por primera vez en la historia gomera, un acto de homenaje a Hupalupa y Hautacuperche, simbolizando en ellos toda la resistencia de nuestro pueblo a la represión fo­ránea, a su propia trasculturación y, en suma, a su desaparición como gome­ros, pueblo diferenciado.
¿Por qué planeó y realizó el Centro «Amilcar Cabral» éste acto? y ¿por qué piensa seguir impulsándolo? ¿Qué pretendemos? En última instancia ¿por qué este libro?
Cuando los españoles conquistan y colonizan nuestro Archipiélago co­mienzan a desarrollar y aplicar un patrón que luego aplicarán todos los pode­res coloniales que en el mundo son o han sido. No se limitan a implantar un sistema económico determinado y su correspondiente apoyatura política. Quieren conservar —y acrecentar— la relación de poder y para ello necesitan
introducir un factor ideológico que sirva de aglutinante de toda la función so­cial; que legitime la dominación.
Para lograr este objetivo se precisa, previamente, la destrucción no sólo de la organización social y política preexistente y su sustitución por la exóge-na, sino, además, la radical supresión -o al menos la minimÍ2ación— de la cultura del pueblo a dominar. En palabras de Amflcar Cabral con frecuencia repetimos: «i^a práctica de la dominación imperialista exige, como factor de seguridad, ¡a opresión cultural y la tentativa de liquidar, directa e indirectamente, los elementos esenciales de la cultura del pueblo dominado».
Se tratará de introducir en el pueblo dominado todas las concepciones y asunciones producto de la metrópoli, desde la religión a la cocina, desde la moral a la danza, desde los vestidos al idioma o desde los conocimientos al arte, esto es, todo lo que antropológicamente se conoce como cultura. Es la «Kultura» del colonizador frente a la Cultura del colonizado. La burguesía criolla, desprovista de sentido nacional y principal sub—beneficiaría de las nuevas formas y relaciones de producción establecidas, será el vector preferi­do de esta kultura al tiempo que su más fiel receptor. Su papel, fundamental para el poder metropolitano, será el infravalorar todo el horizonte cultural autóctono que pasarán a ser «las cosas de magos» frente al patrón cultural eu-rocéntrico, objeto de la veneración que le profesan a «lo sublime inalcanza­ble».
Todo conspirará contra el colonizado, desde la escuela que reproduce para él una historia, una literatura, una geografía que no son las suyas, hasta esa ambigua y especial «situación astral» en que se coloca a la misma tierra en que nació. Aquí los vemos impulsar, incluso glorificar, la criminal figura de Beatriz de Bobadilla y tratar de borrar la memoria de Hautacuperche. Hemos llegado, en nuestro complejo de colonizados, a no saber con exactitud en que lugar del planeta nos encontramos y ofrecemos oídos receptivos a los «cuen­tos metropolitanos» que tanto hacen de Canarias «La antesala de América» como «un puente entre tres continentes» (e incluso, preferiblemente entre dos, precisamente aquellos a los que no pertenecemos) o «la punta más avanzada de Europa», «región periférica europea» y otras sandeces por el estilo del tipo de «el Teide, el pico más alto de España», al tiempo que cerramos los ojos a la inexora­ble verdad geográfica de nuestro permanente —y forzoso aunque no les guste— anclaje en el noroeste del continente africano. Tal parece que en casi cinco si­glos no nos hemos dado cuenta que la distancia que separa Arrecife o Puerto de Cabras de la costa del continente africano es menor que la que los separa de San Sebastián de La Gomera.
Europa nos ha querido cortar las alas. Durante siglos nos ha inculcado,[…]

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