Prólogo
Desde 1993 la atención de los investigadores que se
ocupan del mundo fenicio-púnico se ha orientado por primera vez y de
forma preferente hacia el área atlántica.
En efecto, los especialistas han empezado a reconocer no sólo la importancia de
Gadir en el marco de las actividades coloniales, comerciales y productivas del mundo fenicio-púnico en general,
sino la existencia de un gran mercado
en el Atlántico, equiparable, por su envergadura y extensión, al que impulsó Cartago en el Mediterráneo central.
Los recientes hallazgos en Portugal han abierto
cauces insospechados a la investigación
arqueológica y demostrado la complejidad y amplitud de la empresa colonial y comercial fenicia en el
Atlántico. Prácticamente todos los territorios del Centro-Sur de
Portugal, desde el estuario del Guadiana hasta la zona de Conímbriga y Santa Olaia, en el Mondego, ejercieron desde los
siglos VII-VI como auténticos intermediarios
comerciales, que canalizaban hacia las tierras ricas en cobre, estaño, plomo, plata y oro del interior las
mercancías fenicias y púnicas de procedencia gaditana. La misma Lisboa, en el
delta del Tajo, no se libró de esta
actividad, a juzgar por los materiales identificados en la zona de la catedral.
La intensidad de este tráfico comercial se manifiesta a través de la necesidad de fundar, hacia el 650 a.C., un
pequeño establecimiento comercial fenicio en Abul, cerca de la
desembocadura del Sado, muy cerca de los
importantes centros indígenas de Alcacer do Sal y de Setúbal.
Nada impide imaginar un panorama similar en la zona
atlántica al Sur de Gadir. Antes al
contrario, los establecimientos de Lixus y Mogador muestran desde el siglo
VII a.C.
muchos elementos en común con el área gaditana, lo que indica que, desde época muy temprana, Gadir capitalizó el
rico potencial del Marruecos
atlántico, cuya explotación -oro, marfil, recursos pesqueros- debió reportarle considerables beneficios.
A partir de los siglos V-IV a.C. el panorama cambia
radicalmente, al reorientarse la demanda de los
grandes centros mediterráneos de Grecia, Italia y Oriente, ya no exclusivamente hacia los metales nobles y los
bienes de prestigio, sino y sobre todo hacia
los bienes de subsistencia y, en particular, hacia los productos derivados
de la pesca, cuya producción y comercio tan famosas harían a las ciudades del litoral de Andalucía. De una
producción descentralizada y dispersa de determinados productos y
materias primas, se pasa ahora en las ciudades púnicas a un sistema mucho más centralizado, que pone en circulación mercancías de menos valor -salazones, garum- en
un ámbito mediterráneo mucho más extenso. Una situación que exigirá
concentrar el comercio y la producción en
unos pocos centros -Gadir, Malaka, Sexi, Abdera-, que acabarán transformándose
en ciudades portuarias, con la consiguiente desaparición de las pequeñas
colonias de época arcaica.
La
gran beneficiada de la nueva situación económica será Gadir, una ciudad nacida con vocación atlántica y dueña de unas
rutas marítimas frecuentadas, desde
tiempos remotos, por sus naves, con las que Gadir había extendido su esfera
de influencia hasta los confines más remotos del océano. Las fuentes clásicas de época helenística y romana son
unánimes en reconocer como base principal del desarrollo económico de la ciudad
la explotación a gran escala de los grandes bancos de peces -en
particular atunes y escombrios- de la costa atlántica
africana.
En este contexto destaca la oportuna publicación de
este libro y de las importantes y
valientes hipótesis que en él se defienden en relación con el poblamiento
canario y su implicación en el comercio y producción púnicos. Oportuna, porque
no deja de ser preocupante que todavía hoy algunos autores discutan
la viabilidad o no de la navegación fenicio-púnica en aguas canarias. En este
sentido, resulta significativo el silencio de los estudiosos del mundo fenicio, que por lo general apenas se han
pronunciado en esta dilatada controversia. Significativo, porque ningún
especialista puede poner en duda ni la capacidad técnica y los conocimientos
náuticos de los fenicios para navegar en
alta mar, ni los intereses económicos que les movieron a viajar hasta lugares
remotos del océano, como Mogador. Además, el establecimiento de Lixus como centro permanente implicaba una navegación
regular desde Cádiz en dirección Sur, así como un conocimiento bastante pormenorizado de las corrientes
y de los vientos dominantes en la
región del litoral atlántico de Marruecos y Mauritania.
Si los fenicios fueron capaces de llegar a lugares
remotos de Portugal y asentarse en islas deshabitadas e inhóspitas como
Mogador, no parece descabellado suponer que llegaran
también al archipiélago canario. La gran riqueza en túnidos y escómbridos de
las Islas Canarias, que fueron la base para la
fabricación del famoso garum, obliga a contemplar el archipiélago como
una fuente posible de suministro de
recursos pesqueros para Cádiz. Los indicios de cambio económico observados en las islas en el
siglo III a.C., con la introducción de nuevas especies de animales
domésticos, y la aparición por esas fechas del signo de Tanit y de ánforas púnicas
en Tenerife no hacen más que confirmar unas
actividades cuyo desarrollo coincide precisamente con la época en que documentamos en el Mediterráneo un aumento
considerable de la demanda de productos derivados de la
pesca. Una demanda que pudo haber obligado a
los consorcios pesqueros gaditanos a explotar nuevos bancos de pesca en el océano. La iconografía eminentemente
gaditana que aparece en la Piedra Zanata, con todo su significado
simbólico, religioso y político, no hace más que reafirmar la hipótesis
defendida en este libro, una hipótesis atractiva porque alude a una de las costumbres más extendidas del mundo
fenicio-púnico, esto es, la
utilización de mano de obra indígena -en este caso guanche/bereber-en los principales lugares de producción de sus territorios
coloniales.
María Eugenia Aubet
Catedrática de Prehistoria
Univ. Pompeu Fabra, Barcelona
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