PROLOGO
Cuando
Don Cipriano de Arribas y Sánchez llegó a Canarias, éstas islas habían despertado desde hacía años el interés
de muchos europeos, unos por motivos
científicos, otros en busca de su salud, otros con afán de enriquecerse y
otros tantos para satisfacer su romántico espíritu aventurero en unas tierras relativamente cercanas a Europa.
Si
bien las Canarias no fueron los campos Elíseos de los romanos, sin duda lo fueron para los europeos.
Esta empatia sentida por las islas era alimentada
aún más por las tantas publicaciones de
viajes y descripciones geográficas que se estaban haciendo sobre las mismas: Grau-Bassas, Webb, Berthelot, Boris
Saint Vicent, Verneau, Lendrú, etc.
A
éstos escritores quiso sumarse el Sr. Arribas con su obra utilizando más fuentes orales que documentales para su
cometido, ¡Cuántas veces se aparta y deja paso a los mismos informantes
para que describan los hechos utilizando sus
propias palabras!.
El panorama tan paradisíaco que, a la vista de los
europeos, presentaban las Canarias, no lo
era para el isleño. Este, para subsistir, tenía que herir constantemente la tierra, única fuente de alimentos.
La
tierra no era un don del cielo, era el resultado de la abnegación del campesino que ha tenido que construir fuertes
paredes para retenerla en las faldas
de las pendientes.
Los pueblos isleños estaban separados entre sí por
profundos barrancos y apenas comunicados por veredas por las que circulaban
mulos y camellos.
En cuanto a carreteras se refiere la parte más
afortunada durante la época en que nos visitó de
Arribas era el Norte de la isla de Tenerife desde Santa Cruz
hasta Icod de los Vinos, los tramos hasta Garachico y los Silos se estaban construyendo aún en 1921 tal como podemos
comprobar en los periódicos de esta
época.
La
falta de comunicaciones empujaba a los pueblos a una situación de autosubsistencia; casi todos se caracterizaban por
una población diseminada ya que cada
cual hacía su humilde casa de lo que pudiera y lo más cercana a sus cultivos.[…]
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